Domingo, 26 de noviembre de 2006 | Hoy
AGRO › EL TRABAJO EXTRAPREDIAL
Productores con baja rentabilidad no se excluyen del sistema, sino que buscan ingresos extraprediales obtenidos por fuera de la propia explotación.
Por Claudio Scaletta
Las transformaciones que experimenta el campo argentino no son sólo locales. Aunque la historia local permita contextualizar los cambios iniciados a mediados de los ’70, la profundización del modelo durante los ’90, o lo sucedido a partir de la salida de la Convertibilidad, las tendencias de fondo no son más que los efectos del desarrollo capitalista, global y local. Entre los efectos ya largamente discutidos por los especialistas se destacan la pérdida de rentabilidad de las pequeñas explotaciones que muchas veces derivan en la exclusión de actores y su contracara, la consolidación de la megaempresa agraria.
Las múltiples estrategias de adaptación ensayadas por viejos y nuevos actores que se resistieron y resisten a abandonar el campo fueron en cambio menos abordadas. Estas estrategias no son homogéneas y asumen características propias en las diversas regiones. En un trabajo reciente, los investigadores María del Carmen González, María Teresa Román y Pedro Tsakoumagkos analizaron Las estrategias de ingresos de los productores agropecuarios de la provincia de Buenos Aires, en particular en los distritos de Tres Arroyos, Azul, Lincoln y Luján.
La investigación mostró que una proporción considerable de los productores cuyas explotaciones perdieron rentabilidad no se transforman automáticamente en excluidos del sistema agrícola, sino que complementan la menor rentabilidad relativa con ingresos extraprediales, es decir obtenidos por fuera de la propia explotación.
Sin entrar en la complejidad del entramado de relaciones que se genera a partir de la combinación de diversos grados de capitalización y organización del trabajo dentro de las explotaciones, de la investigación surgen algunos datos fuertes.
El primero es que, salvo en la zona agrícola más tradicional (Tres Arroyos), más de la mitad de los productores relevados en un período que va desde mediados de la década pasada hasta después de la salida de la convertibilidad obtenía una porción importante de sus ingresos fuera de sus explotaciones. El segundo fue que en los partidos de menor superficie agrícola (más ganaderos, tamberos o de la periferia urbana) “cerca del 40 por ciento de los entrevistados reconocen que los ingresos extraprediales son los más importantes” y provienen, además, de fuentes no agrarias. Esto se refuerza especialmente en los casos de los hijos de la familia, no así cuando se trata del padre o cabeza de la explotación. La secuencia parece lógica: desde una perspectiva económica, la necesidad del trabajo extrapredial suele estar directamente vinculada con una baja capitalización y puede concretarse allí donde mayores son las actividades “no agrícolas”.
Un dato relacionado que no deja de ser interesante es que el 42 por ciento de los ingresos extraprediales no vuelven al campo, situación que delata la persistencia de una visión tradicional sobre la empresa agropecuaria. Así, por fuera de una lógica más estrictamente capitalista de reinversión de utilidades, y a pesar de tratarse de la actividad que estos productores consideran la principal, se espera que “el campo se mantenga solo” o, según destaca la investigación, “que funcione como una alcancía”, “que sirva como un activo que no se deprecia”, “que sea un entretenimiento que no dé pérdidas” o incluso “que evite la división de la familia mientras se pueda vivir de otra cosa”.
No obstante, este punto podría explicarse desde una perspectiva diametralmente opuesta, es decir 100 por ciento “capitalista”. Es posible que sean las señales de precios y de rentabilidad de estas explotaciones las que determinen que no sea en ellas donde se reinviertan las utilidades extraprediales. Como suele suceder en los trabajos de sociología rural, la investigación de González, Román y Tsakoumagkos adolece de un sesgo descriptivo en detrimento de la búsqueda de unidad explicativa. Pero vale reconocer que ésa no es una tarea de la sociología, sino de la economía.
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