DESECONOMíAS
Volando bajo
› Por Julio Nudler
La derrota de una gigantesca empresa privada a manos de otra de propiedad estatal es un tema apto para la controversia, el sarcasmo y la paradoja. El hecho concierne a la Boeing, desplazada por la oficial francogermana Airbus del liderazgo en la fabricación de aviones comerciales. Pero la declinación de Boeing no es mal vista por Wall Street. Muy al contrario, los inversores simpatizan con la actitud de una compañía cuya prioridad es generar utilidades, y no arriesgarse en ambiciosos proyectos que siempre comportan altos riesgos. Puede que algún día este conservadurismo provoque la desaparición de la estadounidense, pero el largo plazo no preocupa a la Bolsa. Siempre habrá otros papeles a los que apostar.
Atrevidas jugadas como el lanzamiento del 747 en 1969, quince años después del inicial jet 707, no entran hoy en consideración de la Boeing, que ha resuelto suspender su proyecto de construir un avión cuasisupersónico para competir con el superjumbo A380 que Airbus está empezando a montar en Toulouse y en el que cabrán hasta 800 pasajeros. La idea es que los europeos pueden hacerlo, porque si fracasan, los gobiernos acudirán en su rescate. En cambio, en el caso de Boeing, el perjuicio golpearía a los accionistas. La idea es clara: ir a lo seguro y mediocre favorece el valor de la acción.
¿Qué pasa, entonces? ¿Es que hoy es el Estado como empresario el más innovador, el mejor dispuesto a tomar riesgos tecnológicos y de mercado? Parece que sí, al menos en algunas áreas estratégicas, y que los analistas bursátiles prefieren que en una compañía como Boeing las decisiones estén en manos de gerentes de negocios y no de ingenieros y visionarios de la aviación. También les place que la empresa se concentre en su filón como proveedor del Pentágono y de otras agencias gubernamentales.
Nada de esto parece corresponder con el credo de los devotos del mercado y la empresa privada, pero a estas alturas no están dispuestos a avalar a corporaciones que inviertan más de la cuenta, ni siquiera para confirmar su supremacía.