Sáb 20.03.2004
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DESECONOMíAS

Rato y la tarotista argentina

› Por Julio Nudler

Rodrigo Rato, ministro de Economía, estaba de campaña como candidato a diputado por Madrid. Aquel día le tocaba visitar el barrio de Chueca, epicentro de la comunidad homosexual, mientras cubría sus andanzas un equipo de televisión. Caminó unas cuadras, se reunió con una representación de empresarios gay y, en su paseo proselitista, entró en un chiringuito esotérico donde la célebre tarotista Leonor Alazraki, argentina avecindada en Madrid, le tiró las cartas. La pitonisa enunció el futuro: “Me sale que usted va a ser presidente del gobierno”. Rato, sonriendo sin ganas, dijo a la cámara: “¡De haberlo sabido venía el año pasado!”. Es que fue el 1º de septiembre de 2003 cuando José Luis Aznar lo desechó como sucesor, prefiriendo a Mariano Rajoy. Ahora, tras la sorpresiva derrota posterior al pavoroso atentado fundamentalista del 11-M, para que se cumpla el augurio habría que aguardar por lo menos hasta el 2008, si Rato logra entonces ser el candidato de la derecha. Para entretenerse en la espera, reafirmó su aspiración a conducir el FMI, puesto para el cual suena como favorito. “Es como un penal con el arco vacío”, dijo, traducido al castellano argentino, un colaborador de Rato, seguro de su nombramiento porque, como rara vez ocurre, cuenta con el beneplácito de Europa y de Estados Unidos, aunque con la excepción del presidente francés, que preferiría a Jean Lemierre. Un dato que habla bien del olfato de Rato es que, dentro del gobierno del Partido Popular, se opuso a que España asumiera tanto protagonismo en el lanzamiento de la guerra contra Irak, advirtiendo que tendría un alto costo político. Pero fue doblegado por el afán de Aznar, ansioso de ser alguien en la arena internacional. En otro aspecto, puede que Rato se arrepienta ahora de haber hecho echar en su día del BBVA a Miguel Sebastián, que era jefe de economistas del banco y será ministro de Economía en el nuevo gobierno. Rato no soportó las críticas de Sebastián a su política económica y, valiéndose de su influencia, promovió el despido. Por esas vueltas de la vida, el echado aparece en una posición desde la que puede atentar contra las aspiraciones de su verdugo.

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