Dom 21.09.2003
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DESECONOMíAS

Guerras tercerizadas

› Por Julio Nudler

Las letras PMC designan en inglés una especie relativamente nueva de empresa, la compañía militar privada, que medra en la confluencia de dos fenómenos: la vasta y creciente presencia armada estadounidense en todos los confines del planeta, y la tendencia a tercerizar la provisión de servicios. No se trata de clásicas organizaciones mercenarias, que intervienen directamente en las acciones bélicas, sino de explotar los negocios que el despliegue militar genera en su derredor. Por tanto, son relativamente muy pocas las “bajas” que sufren esas empresas.
Un líder en la especialidad es Kellogg, Brown & Root (KBR), de Alexandria, Virginia, que se jacta de tener “más generales por pie cuadrado que el Pentágono”, lo que muestra hasta qué punto este filón está imbricado con los cuadros castrenses. En tiempos como éstos, en los que las puertas giratorias del Departamento de Defensa no se detienen ni un segundo, los muy lucrativos contratos se los llevan quienes poseen buenos contactos adentro. Nadie mejor que un alto oficial retirado. Otra condición para el acceso es la que satisface KBR por ser una subsidiaria de Halliburton, que supo ser presidida por el actual vicepresidente de EE.UU. Hay quien se pregunta si Halliburton debe ser vista como una vinculada de la Casa Blanca, o ésta como una subsidiaria de aquélla. Business Week precisa que KBR tiene más de 2.500 dependientes en el Asia Central y Oriente Medio. Su veta consiste en proveer alimento y cobijo al millar de empleados de la Oficina de Reconstrucción y Asistencia Humanitaria y a no menos de cien mil efectivos militares. La tarea de las PMC incluye la construcción y el mantenimiento de una suerte de gulag, que se extiende de Afganistán a Guantánamo, al que son arrojados los prisioneros de la “guerra al terrorismo”. Pero aunque éstos no tienen oportunidad de quejarse, entre los combatientes norteamericanos ya surgieron críticas a las privadas: dicen que su presencia es inversamente proporcional al peligro. Y es lógico, porque se deben a sus accionistas.

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