Domingo, 27 de diciembre de 2009 | Hoy
ENFOQUE
Por Jorge Beinstein *
Desde el inicio de 2009, Ben Bernanke, titular de la Reserva Federal (banca central estadounidense), señalaba que antes del fin de ese año comenzarían a verse síntomas claros de superación de la crisis y hacia el mes de agosto anunció que “lo peor de la recesión ha quedado atrás”. Antes de que estallara la bomba financiera en septiembre de 2008, Bernanke pronosticaba que dicho estallido nunca iba a ocurrir, y cuando finalmente ocurrió su nuevo pronóstico era que en poco tiempo llegaría la recuperación. Ahora, ha decidido no esperar más y le anuncia al mundo el comienzo del fin de la pesadilla.
No ha sido el único en hacerlo. Una apabullante campaña mediática ha venido utilizando algunas señales aisladas para imponer esa idea. Así fue como el renacimiento de la burbuja bursátil global desde mediados de marzo fue presentada como un síntoma de mejoría económica general. Una nube de “expertos” nos explicó que la euforia de la Bolsa estaba anticipando el fin de la recesión.
En realidad, las inyecciones masivas de dinero de los gobiernos de las grandes potencias económicas, beneficiando principalmente al sistema financiero, generaron enormes excedentes de fondos que, en condiciones de enfriamiento generalizado de la producción y el consumo, encontraron en los negocios bursátiles un espacio favorable para rentabilizar sus capitales.
Jugando al alza de los valores de las acciones empujaban hacia arriba sus precios, lo que a su vez incitaba a invertir más y más dinero en la Bolsa. A esto debemos agregar que el motor de la euforia bursátil mundial (la Bolsa de los Estados Unidos), además del dinero derivado de los salvatajes locales, ha estado recibiendo importantes flujos de fondos especulativos externos, que aprovechando la persistente caída del dólar se precipitaron a comprar acciones baratas y en alza.
Se repitió así la secuencia especulativa de fines de los años ’90 y de 2007, pero con una diferencia decisiva: el contexto de la burbuja actual no es el crecimiento de la economía sino la recesión (o en el mejor de los casos, el estancamiento). Las burbujas anteriores (bursátiles, inmobiliarias, comerciales) interactuaban “positivamente” con el resto de las actividades económicas: la subas en los precios de las acciones o de las viviendas alentaban el consumo y la producción, y a su vez estos crecimientos generaban fondos que en buena medida se volcaban hacia los negocios especulativos produciéndose así una suerte de círculo virtuoso especulativo-consumista-productivo de carácter global. Proceso que en última instancia era perverso, destinado a mediano plazo al desastre pero que causaba prosperidad en el corto plazo.
Por el contrario, la burbuja bursátil de 2009 contrasta con bajos niveles de consumo e inversiones productivas y altos niveles de desocupación. Los excedentes de capitales bloqueados por una economía productiva declinante consiguen beneficios en la especulación financiera. Esto se produce entonces gracias a los fabulosos salvatajes financieros de los gobiernos. Es un círculo vicioso basado en la especulación financiera y el crecimiento débil o negativo.
En el caso del gobierno norteamericano, este efecto negativo fue suavizado a través de enormes subsidios que consiguieron apuntalar algunos consumos y de ese modo desacelerar primero y más adelante revertir la curva descendente del Producto Bruto Interno. A las fuertes caídas del último trimestre de 2008 y del primero de 2009 les sucedió un descenso suave en el segundo trimestre y un crecimiento en el tercero empujado por los subsidios gubernamentales para la compra de automóviles y viviendas más los gastos militares. Pero detrás de esa efímera recuperación aparece la expansión desenfrenada del déficit fiscal y del endeudamiento público.
Es evidente que la economía norteamericana no sale de la trampa de la decadencia, los alivios transitorios y las tentativas de recuperación. Los crecimientos drogados fortalecen y recomponen los mecanismos parasitarios que la han llevado al desastre actual. Y el hundimiento del imperio (del centro articulador del mundo capitalista) arrastra al conjunto del sistema mundial.
Ahora, hacia fines de 2009, nos encontramos a la espera de una próxima segunda caída recesiva (el año 2010 podría ser el período de dicha catástrofe), seguramente mucho más fuerte que la desatada en el último trimestre de 2008. Los salvatajes financieros globales de 2008-2009 desaceleraron la caída económica, pero generando enormes déficit fiscales en las potencias centrales que las colocan ante graves amenazas inflacionarias y de debilitamiento extremo en la capacidad de pago de sus Estados, cuya generosidad fiscal (hacia las grandes empresas y las instituciones financieras) no consiguió generar el ansiado despegue de la inversión y el consumo que anunciaban sus dirigentes. Según ellos, ese prometido golpe de demanda debería producir la reactivación durable de la economía mundial y en consecuencia la reducción de los déficit, la anulación del peligro hiperinflacionario.
Apenas lograron modestas reactivaciones de ciertos consumos. Algunas ilusiones estadísticas (crecimientos del PBI) y más parasitismo. El fracaso es evidente, lo que no impide que vuelvan una y otra vez a aplicar sus inútiles medicinas intervencionistas (en una curiosa combinación ideológica de neoliberalismo y neokeynesianismo financiero). Lo harán hasta que se les agoten los recursos, prisioneros de la locura general del sistema. En sus cerebros no entra la realidad del violento cambio de época que ha convertido en obsoletos sus viejos instrumentos.
Peor aún, no se trata sólo de una “crisis económica”. Otras “crisis” están a la vista y en cualquier momento podrían golpear con fuerza a un sistema global muy frágil. Entre ellas, debemos destacar las crisis energética y alimentaria (que se hicieron presentes durante el año 2008). O la degradación del complejo militar-industrial de los Estados Unidos involucrando al conjunto de aparatos militares de la OTAN, empantanados en las guerras de Irak y Afganistán-Pakistán. Todo esto sumergido en una catastrófica crisis de percepción: la sorprendente resistencia de esos pueblos periféricos desborda su capacidad de comprensión de la realidad. Se repite a niveles mucho más elevados el “efecto Vietnam” o el desconcierto de Hitler ante la avalancha soviética.
También es necesario mencionar a las crisis urbana y ambiental que junto a la declinación de valores morales y culturales, de creencias sociales, van ahogando gradualmente los paradigmas decisivos del mundo burgués, desordenando, deteriorando los sistemas políticos, las estructuras de innovación productiva, los mecanismos de manipulación mediática.
En suma, nos encontramos ante la apariencia de una convergencia de numerosas “crisis”. En realidad, se trata de una única crisis gigantesca, con diversos rostros, de dimensión planetaria nunca antes vista en la historia. Su aspecto es el de un gran crepúsculo que amenaza prolongarse durante un largo período.
* Doctor en Ciencias Económicas. Agencia Latinoamericana de Información. alainet.org
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