Dom 04.04.2010
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ENFOQUE

› Por Sebastian Premici

El Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, afirma que el miedo es un elemento de dominio, que primero paraliza y luego hace actuar de manera reaccionaria. El miedo es un elemento de poder. La amenaza de hechos que podrían ocurrir, camuflados en un discurso de aparente análisis político-económico de la actual coyuntura, no es más que un instrumento que apunta a generar pánico y luego algún tipo de reacción. Resulta notable cómo desde el discurso mediático se estaba construyendo una imagen deteriorada de toda la dirigencia política, ya sea del oficialismo como de la oposición. Luego de las elecciones del 28 de junio del año pasado, la oposición amenazaba con arrebatarle todo el poder al oficialismo. Sin embargo, más allá de la cuestión numérica en la distribución de las comisiones parlamentarias, la heterogénea y dispersa oposición no encontró hasta el momento la manera de encauzar su liderazgo. A partir de este contexto de dispersión política en todo el arco opositor, los grandes medios de comunicación empezaron a explorar (y explotar) la susceptibilidad de la sociedad con un discurso que utiliza como argumento central el miedo, con ejemplos que van desde una confiscación futura de bienes, adelanto de elecciones producto de una escalada inflacionaria, pánico generalizado a partir del déficit fiscal y el aumento de precios. Por un lado, los editoriales –y los editorialistas– definen la línea de la oposición sobre cómo debería ser su accionar en el Congreso, y por el otro apuestan a un discurso de caos económico. En el medio, entre ambos argumentos, aparece otro relato que hace hincapié en un supuesto incremento de la violencia social. Los hechos ocurridos en Baradero fueron utilizados en ese sentido. Caos económico y anomia social, una combinación que forma parte del discurso central sobre el miedo.

“Toda esta tensión institucional que están creando apunta a encontrar excusas para decir que se tuvieron que ir o los echaron sin que pudieran completar su trabajo en favor de los pobres. Quieren irse con la imagen de que hicieron crecer al país, y dejarle el fardo a Cobos o al que los suceda.” Esta frase fue pronunciada por el ex ministro de Economía menemista y de la Alianza, Domingo Cavallo, en un reportaje de La Nación, publicado el pasado 22 de marzo. Siete días después, el mismo diario le dedicó otro espacio al ex ministro. “Argentina ha reintroducido la inflación y ha aplicado políticas aislacionistas”, señaló Cavallo, para luego concluir que “sospecho que si ven que no pueden evitar los ajustes, quieran irse antes”.

Nada mejor que apelar a la figura de Cavallo para hablar de caos. En su editorial del 21 de marzo, Clarín dijo que “De la Rúa contrató como artificiero a Domingo Cavallo para que intentase quitar la espoleta a su propia creación. El artificiero voló por el aire y con él todo el Gobierno... Cristina dice que no habrá ajuste, está mandando un claro mensaje si hay cambio de signo en 2011: el artificiero que llegue a la Casa Rosada se topará con problemas económicos irresueltos que le estallarán en las manos”. Sin embargo, este relato no es sobre Cavallo. Un repaso por los editoriales de las últimas tres semanas dan cuenta de que “inflación y adelantamiento de elecciones” parecen ser una de las combinaciones elegidas por los grandes medios para alimentar el miedo. La Nación puso en boca de analistas privados que la inflación para el próximo año será del 35 por ciento. El otro argumento agitado es el de la confiscación, de depósitos, de reservas. Confiscación, a secas. En un artículo relacionado con los posibles aumentos en el ABL, medida impulsada por Mauricio Macri, se argumentó que la medida del jefe de Gobierno porteño tiene que ver con que los inversores prefieren resguardarse en los ladrillos antes que confiar en el sistema financiero local. De ese análisis de la política macrista, el columnista saltó a la teoría de la confiscación: “La Argentina de los Kirchner, en la que se confiscaron los ahorros acumulados en las AFJP, con el dólar planchado, con depósitos a plazo en pesos que pierden por goleada con la inflación y boqueteros que vacían como si nada algunas cajas de seguridad, nada parece más seguro que los ladrillos”. Salvo por el hecho de que se ha convertido en un mensaje acompañado por un discurso que gira alrededor de la violencia, la descomposición social, el miedo. Es como si del discurso sobre el caos económico se esperase alguna reacción por parte de la sociedad. Si no, ¿por qué hablar de un miedo al vacío? “Muchos temen que la ciudadanía pase del ‘que se vayan los Kirchner’ al ‘que se vayan todos’”, se escribió. La mención al “que se vayan todos” no es gratuita. Esa frase quedó en la historia argentina a partir de la crisis de fines de 2001, con la salida anticipada de la Alianza, los cinco presidentes en una semana y los más de 30 muertos en todo el país. La mención al “que se vayan todos” no es inocente.

La mayoría de esos editoriales fue escrita en la semana del 20 de marzo, la misma semana donde se conmemoraron los 34 años que transcurrieron desde el golpe de 1976. Esa misma semana también ocurrió una “pueblada” en Baradero. El discurso editorial alrededor del golpe y Baradero hizo eje en el caos institucional y la violencia supuestamente extendida en el país. En un mismo período, el discurso mediático giró en torno del caos económico y social. “Baradero, sólo una muestra”, tituló un editorial de La Nación (24 de marzo). “Lo sucedido es una deplorable muestra más de un estado de violencia y anomia sobre el cual todos deberíamos reflexionar serenamente”, enfatizó el diario. “Algo huele mal en Baradero”, se escribió en Clarín. “Pero la sensación que quedó flotando, se haya tratado de accidente o persecución, fue la de un pueblo en carne viva. Porque muertes en el tránsito, lamentablemente, hay todos los días. Lo que no es común es que eso llegue a desatar rebeliones populares”, indicó ese diario.

No hay inocencia en el entramado discurso que colocó sobre un mismo relato caos económico y violencia, una supuesta confiscación de recursos junto a una también pretendida anomia social y política. No hay inocencia en la construcción de un discurso que apunta al miedo

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