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Domingo, 16 de mayo de 2010

ENFOQUE

Martínez de Hoz y su “proyecto”

 Por Alberto Müller *

Recientes noticias han devuelto la primera plana al que fuera un ministro ícono de la última dictadura militar, José Alfredo Martínez de Hoz. Más allá de los hechos delictivos que se le imputan, esta figura ha sido objeto de renovadas reflexiones acerca de su desempeño durante cinco años, una permanencia emulada por muy pocos ministros en los últimos 50 años. Este es el caso de un reciente artículo de Daniel Azpiazu y Martín Schorr, publicado en Cash: se reseñan algunos aspectos centrales de esa gestión ministerial. Como común denominador, estas apreciaciones marcan la ruptura de un patrón económico, basado en la sustitución de importaciones, el activismo estatal y la constitución de un modesto Estado del Bienestar. Un proceso que arranca en el primer peronismo y se sostiene, con matices y variantes, en los años posteriores. Esta ruptura se habría producido de la mano de la implantación de un nuevo modelo, basado en la apertura indiscriminada de la economía, la desindustrialización y la financierización, donde la especulación pasa a formar parte como nunca antes del menú de opciones de los inversores. Azpiazu y Schorr señalan específicamente el éxito de este quiebre, en cuanto introdujo nuevas orientaciones en el accionar del Estado en el plano económico. El último y duradero acto de este drama fue el período de la Convertibilidad.

Si existe un infierno para los hombres públicos argentinos, Martínez de Hoz tiene bien ganado su lugar. No sólo por su eventual participación en hechos propios de bandas delictivas. No sólo por su pertenencia al régimen político más nefasto que soportó la Argentina. También por haber sido partícipe de un quiebre en la trayectoria que llevaba la economía argentina, que la llevó por vías nefastas. Sin embargo, es oportuno introducir algunas reflexiones, que cuestionan la alegada continuidad entre lo que Martínez de Hoz perpetró y lo que vino después, y que apuntan además a desentrañar su verdadero “proyecto”. ¿Tuvo realmente Martínez de Hoz un proyecto, o sea, una visión determinada de a dónde quería llegar con su política económica? ¿Fue efectivamente una “doctrina” de la desindustrialización y el retiro del Estado lo que guió sus decisiones? Y si esto fuera verdad, ¿fue exitoso en su intento? Las respuestas a esas tres preguntas son negativas, en contra de opiniones prevalecientes en muchos analistas.

Por lo pronto, un proyecto implica permanencia, y lo que más se vio durante el período 1976-81 fue volatilidad. La inflación –y en esto hay una marcada diferencia con la Convertibilidad– fue siempre superior al 100 por ciento anual. El tipo de cambio transita primero un período de muy fuerte depreciación real, para revaluarse bruscamente de la mano de la devaluación programada (la célebre “tablita”), hasta llegar al punto de comprometer seriamente la rentabilidad de la agroexportación. Pero también hay volatilidad en las orientaciones generales de política. Esto lleva a incoherencias que poco se compadecen con la noción de plan o programa. Por un lado, se avanza tibiamente en privatizaciones de empresas públicas, pero por el otro se estatizan la compañía eléctrica Italo Argentina y la empresa aérea Austral. Por un lado, se reducen aranceles aduaneros, pero por el otro se brinda amplia protección específica o desgravaciones a un conjunto de sectores o empresas.

El único sector que se mantuvo como central en todos esos años fue el de las finanzas, liberalizado ya a partir de 1975. Este sector es sostenido a capa y espada, en un diseño institucional que conlleva crecientes compromisos cuasifiscales, a través de la cuenta de regulación monetaria. Este y otros factores terminan por desembocar en una explosión fiscal y crecimiento vertical del endeudamiento. Es sabido que el “modelo” estalla en 1981, ya en manos del ministro Sigaut, y luego la vertical trepada de la tasa de interés internacional y la fuga de capitales hacen el resto del trabajo.

Ahora bien, no falta quien sostenga que lo de Martínez de Hoz fue un éxito, porque precisamente era la catástrofe lo que buscó con fines disciplinadores hacia los trabajadores, hacia parte del empresariado (identificado con la CGE) y hacia aquella parte de la clase media que no logra “salvarse”. Pero mal puede concluirse que “eso” fue un éxito: inflación galopante, explosión de la deuda, estancamiento económico. Se coincide en que el ciclo de Martínez de Hoz clausura el patrón anteriormente vigente: casi nadie plantea en la década del ‘80 un retorno. En parte, esto responde al cerrojo que impone la deuda, y no solo para la Argentina. Pero hay algo más. La idea instalada en la época es que la crisis de 1975 viene a clausurar un patrón agotado e inviable, centrado en la sustitución de importaciones. Esta idea fue respaldada por gran parte de los economistas con alguna visibilidad, incluyendo a Juan Vital Sourrouille, ministro de Economía del gobierno de Alfonsín. Esto virtualmente “absuelve” a Martínez de Hoz: más allá de si lo suyo fue un éxito o fracaso, el quiebre que éste introduce era inevitable, porque la sustitución de importaciones “ya fue”.

Este es un punto central sobre el que hay que detenerse. La observación del período 1963-74 muestra un desempeño razonablemente satisfactorio en un conjunto de indicadores. El PIB se expande todos los años a una tasa promedio de 5 por ciento anual. No hay crisis relevantes en el sector externo merced a un crecimiento de las exportaciones paralelo al del PIB (esto es, la economía no se cierra). Crecen las exportaciones agrícolas, pero también las exportaciones de manufacturas se expanden vigorosamente, llegando a representar el 25 por ciento del total. La crisis de 1975 no es más que el resultado de un pésimo manejo de la política cambiaria, y no el síntoma de algún agotamiento estructural. Toman cuerpo importantes proyectos de infraestructura (las centrales del Comahue y de Salto Grande; la expansión de la red vial) y de la industria pesada (petroquímica, aluminio), con participación relevante del capital nacional. El propio Martínez de Hoz, en su discurso del 2 de abril de 1976, hace referencia a esta trayectoria como exitosa.

Sin embargo, este patrón no fue explícitamente recogido por ninguna alianza política ya en la década del ‘80. Ello a pesar de que, curiosamente, fue transversal a los más diferentes gobiernos, dado que sus ideas estructurantes se mantuvieron durante 25 años. Quebrar un patrón económico preexistente para su reemplazo por otro no fue un “éxito” de Martínez de Hoz. Fue el resultado de un consenso más amplio y complejo. Pensar que Martínez de Hoz tenía un “modelo” en mente es sobreestimar la envergadura intelectual del entonces ministro y su equipo, que claramente se mostraron volcados a la gestión de corto plazo, con criterios oportunistas, dirigidos a la obtención de ganancias de corto plazo por parte de sectores concentrados. En parte ello respondió a enfrentamientos dentro del propio gobierno, en torno de la política económica. El contraste con la Convertibilidad es profundo, por cuanto allí sí se visualiza una estrategia más coherente; y de hecho, fue mucho más mortífera que el quinquenio regenteado por Martínez de Hoz. Mientras que entre 1976 y 1981 el empleo industrial no parece haber tenido una reducción significativa, la Convertibilidad obró una contracción de un tercio en esta variable.

La pregunta relevante entonces es por qué un patrón económico sostenible y razonablemente exitoso no pudo consolidarse en las mentes de los actores políticos. Quizá se argumente que la política de tierra arrasada que instauró el Proceso barrió con toda manifestación o reflexión que apuntara a alguna alternativa. Si bien algo de esto puede haber ocurrido, lo cierto es que el Proceso duró siete años, y que la fuerte reacción posterior en torno del tema de los derechos humanos fue capaz de exorcizar los peores fantasmas. Pero esto no bastó para replantear el modelo económico y social, tema que recién tras el quiebre de la Convertibilidad está abriéndose paso, y en forma trabajosa. Esta constatación debe ser un punto de partida para analizar las concepciones y comportamientos de las dirigencias económicas y políticas en Argentina, paso indispensable para construir algo duradero, sostenible y deseable

* Economista del Cespa-FCEUBA-Plan Fénix

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