Domingo, 22 de mayo de 2011 | Hoy
ENFOQUE
Por Claudio Scaletta
Los escabrosos acontecimientos que precedieron a la dimisión de Dominique Strauss-Kahn a la titularidad del FMI dieron lugar a especulaciones y chascarrillos. Desde el remoto Sur es imposible no preguntarse por el curso de los acontecimientos si los hechos hubiesen ocurrido aquí. Una respuesta probable es que el “socialista” francés nunca habría perdido su libertad. Pero si con menos escepticismo se lo imagina detenido, seguramente la “prensa seria” habría titulado algo así como “golpe mortal a la inversión y la credibilidad del país”. Como la oportunidad se perdió –finalmente los hechos no ocurrieron en Buenos Aires– se apeló al doble estándar y se editorializó sobre el ejemplo y la ecuanimidad de la Justicia de otra parte, justamente la de Estados Unidos; país que acaba de decirle al mundo que las ejecuciones sumarias, con cuerpos arrojados al mar, son un acto de justicia. Todo ello, con buena parte del mundo dispuesto a olvidar el apotegma civilizatorio de no comerse al caníbal.
Más predecibles fueron las lecturas jocosas, en particular, que en el lujoso hotel neoyorquino, el hoy ex director gerente del FMI le aplicó a la mucama africana la misma medicina que el organismo inocula cotidianamente a los países que siguen sus recomendaciones y programas. Es un chiste, pero contiene un grave error conceptual: los países no son forzados a aplicar las recetas del FMI. Tienen la opción de rehusarse. Si se aplican es por la voluntad y consenso de sus clases dirigentes. Hay un sometimiento activo, no forzado, con ánimo de conseguir metas tan inasibles y esotéricas como la “credibilidad y la confianza de los mercados”.
Pero lo que importa no es lo que, dicho con exceso de diplomacia, sería la irrefrenable incontinencia sexual de Strauss-Kahn, sino el Fondo. Y tanto la especulación como el chiste llevaron a un denominador común: la “credibilidad”. Pocas veces en la historia los acontecimientos internacionales arrojaron tanta luz sobre la política económica local como en el presente. Mirando a Europa, quienes vivieron la Argentina de los ’90 y el estallido de 2001 tienen hoy la posibilidad de asistir en vivo a la repetición de la película. Al mismo tiempo, como desde el siempre lejano Sur los espectadores se enteran generalmente por la prensa, no sólo es posible ver la película, sino la manera en que se filma; tema de singular actualidad en el plano local.
Los planos y secuencias se calcan en todos los llamados PIGS. Una y otra vez se ve al poder financiero intentando salvarse a sí mismo después de la fiesta. La prensa repite que el FMI y el Banco Central Europeo aprueban salvatajes aquí y allá. Como en la Argentina del Blindaje estos salvatajes no tienen nada de contante y sonante, apenas movimientos de cuentas para que no estallen los balances de los bancos. En el camino se aplican las recetas de la ortodoxia: mantener sobrevaluaciones para salvar activos mientras dure, más el insólito ajuste de gastos en períodos en que asoman las recesiones. Las poblaciones que protestan son disciplinadas por el miedo a una miseria peor y, en el mientras tanto, se avanza sobre los restos del patrimonio público. En este sentido resultan luminosas las declaraciones sobre Grecia realizadas recientemente por el director del departamento de Europa del FMI, Antonio Borges, publicadas en el diario español El País. “En este momento creemos que Grecia va en la buena dirección para lograr la sostenibilidad y consideramos que no es necesario reestructurar la deuda”, afirmó. “Mientras haya un programa es porque confiamos en que es sostenible y no es necesario reestructurar”, agregó antes de presionar por nuevas medidas. Grecia, dijo, tiene más potencial que otros países para recurrir a las privatizaciones. En su opinión, el Estado griego mantiene “una extraordinaria cartera de activos públicos como ferrocarriles, empresas de electricidad públicas y otras que, al venderlas, podrían ayudar a reducir su déficit de forma directa y recuperar la confianza de los inversores”. Cuando antes empiece a hacerlo, “antes tendrá elementos adicionales de credibilidad”. El detalle es que pese a la aplicación de un severo programa de ajuste, la prometida “confianza” de los mercados no regresa. En cambio, la desocupación en el país mediterráneo se disparó al nivel record del 15 por ciento de la población activa, cerca de 790.000 personas. La austeridad profundiza la peor recesión griega en 40 años. Entre los jóvenes, la desocupación se acerca al 20 por ciento. Si se mira alrededor, la cosa no es tan grave. Pero es en España, donde “el paro” bordea el 20 por ciento y llega al 50 entre los jóvenes. Quizá los “Indignados” del M-15 que acampan en Madrid y otras ciudades sean un límite para la legitimación del discurso del ajuste. No está claro aún.
Mientras tanto, la luz del espejo argentino no llega a Europa. Allí, las políticas heterodoxas que renacen en Latinoamérica, alternativas al sometimiento activo al poder financiero internacional, son vendidas como populismos dispendiosos. Y el crecimiento económico que consiguen, explicado por el “viento de cola” de los precios de los commodities.
Los temores del establishment europeo están en realidad más cerca; en otros malos ejemplos también silenciados por la gran prensa, como es el caso de Islandia. En pocos meses la isla devaluó su moneda, decidió en un plebiscito no pagar su deuda externa con bancos europeos, principalmente ingleses. Una rebelión civil hizo caer al gobierno, que fue reemplazado, no por otros políticos, sino por los líderes de la revuelta y, lo que es peor, la economía comenzó a recuperarse. Volviendo al continente, la película sigue rodándose, pero para el espectador argentino no será divertida: el final es conocido y no es feliz
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