Domingo, 21 de agosto de 2011 | Hoy
ENFOQUE
Por Claudio Scaletta
Para quienes de una u otra manera participaron de la batalla cultural contra los remanentes de las fuerzas de los ’90, los resultados electorales del pasado domingo son un triunfo. Además de la reafirmación del modelo de crecimiento con inclusión, la victoria también tiene la virtud de adelantar el debate sobre los principales problemas de la próxima gestión.
Estos problemas no son, afortunadamente, los de la hoy marginalizada agenda de la oposición, que, como si no hubiese pasado nada en el mundo y en la Argentina en las últimas décadas, continúa repitiendo los dislates axiomáticos de la ortodoxia. Hoy lo hace maquinalmente, como esos juguetes de los dibujos animados que, ya destruidos, siguen repitiendo el mismo movimiento hasta los últimos estertores. Pero interesa recordar que el principal argumento escuchado, tanto en boca de los candidatos perdidosos como de algunos economistas que les dieron letra, es que el actual crecimiento es el resultado de una “fiesta de gasto” que antes o después “deberá pagarse”. El momento fatal del vencimiento del pago sería el del siempre inevitable ajuste purificador, el que además, increíblemente, se reclamó adelantar.
Sobre mediados del siglo XIX, Augusto Comte decía que para llegar al momento del triunfo del espíritu positivo, tanto el individuo como la ciencia debían pasar por determinados estadios, empezando por los metafísicos. Es inevitable preguntarse en qué estadio de la metafísica se encuentran las mentes de los economistas que descartan el dato de que, ya en la pasada década del ’30, la teoría económica había superado las visiones que hoy se repiten como descubrimiento. Estos economistas vulgares, que redundan en la paráfrasis de la economía familiar para explicar el devenir económico de un país, desconocen el concepto básico de que el crecimiento es conducido por la demanda. Y sobre todo, que la demanda tiene un efecto multiplicador que tracciona la oferta y no al revés.
El día después de la derrota, Ricardo Alfonsín, por ejemplo, seguía advirtiendo desde un canal de cable que la inflación era, antes que el resultado de la puja distributiva en un contexto de crecimiento y de derrame interno de los precios internacionales, la consecuencia de que la demanda crecía más rápido que la oferta, de lo que se deduce que el camino es frenar la demanda, la “fiesta del gasto”. Finalmente, esta visión estática del proceso económico, que desdeña los procesos de agregación de valor, es lo único que puede repetirse cuando se habla de economía en base a la lectura de los columnistas de algunos diarios, al tiempo que se opta por desconocer los aportes realizados durante las ocho décadas que van de J. M. Keynes y M. Kalecki al presente.
El segundo aspecto positivo, tanto de la contundencia del triunfo electoral oficialista como de la marginalización de las distintas corrientes opositoras, es que en el debate que se viene ya no será necesario perder tanto tiempo en la batalla cultural contra el pensamiento pro recesivo. La discusión podrá concentrarse en lo importante. Pero asumir que el crecimiento es conducido por la demanda no significa haber descubierto la fórmula de la felicidad: algo así como la máquina de la expansión continua.
El proceso de crecimiento genera tensiones: distributivas, de precios, cambiarias y externas. Todos estos elementos están correlacionados y, en el presente, necesitan ser abordados. Una manera de graficar esta correlación es decir que la puja distributiva se manifiesta en mayores precios, que resultan convalidados por los mayores ingresos, los que, dada la diferencia de velocidad con el reacomodamiento del tipo de cambio, pueden provocar inflación en dólares, con pérdida de competitividad de las exportaciones y acercamiento de la restricción externa. En la actual composición del Ministerio de Economía no faltan cuadros capaces de diseñar políticas para abordar estas cuatro tensiones. Habrá que ver quién será el conductor que dé las órdenes para transformar un modelo de hecho en un programa consistente de largo plazo.
En este programa, la resolución de todas las tensiones en los fundamentos de la macroeconomía deberán estar directamente relacionados con las condiciones microeconómicas. Uno de los caminos para mejorar la situación de las empresas es la reforma financiera propuesta en su momento por Carlos Heller para terminar con la ley de entidades financieras de la dictadura. Ello debería complementarse con una banca de desarrollo. Pero financiar el desarrollo también supone elegir qué se va a financiar.
Una de las paradojas del crecimiento de la última década, no de Argentina, sino de toda América latina, fue la reprimarización. De acuerdo a datos del Centro de Estudios de la UIA, la participación del producto industrial regional sobre el PIB se redujo de 16,9 por ciento en 2004 al 14,7 en 2010. La mejora de los términos del intercambio en favor de las commodities afectó la complejización de la trama industrial. Y si alguien tiene alguna duda sobre la relación entre tipo de cambio y desarrollo industrial debe mirar a Brasil, donde la ratio producto industrial/PIB se desplomó del 19,2 al 14,7 por ciento entre 2004 y 2010.
De acuerdo con fuentes del Ministerio de Economía, el 38 por ciento de los productos industriales que la Argentina importa se producen localmente. En un mundo cada vez más competitivo, con una crisis en puerta en los países centrales que determinará la búsqueda de refugios en la hoy emergente periferia, parece claro que la recuperación del superávit externo deberá venir por el lado de la sustitución de importaciones y un mayor peso del comercio intrarregional.
De lo expuesto surge la tercera buena noticia. La insignificancia de las propuestas recesivas permitirá la preeminencia de los verdaderos debates para resolver las tensiones del crecimiento en el marco de un potencial programa de desarrollo de largo plazo
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