ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Llama la atención que la reaparición pública de Jorge Rafael Videla causara revuelo. Las declaraciones del ex dictador al semanario español Cambio16 no contuvieron, en esencia, ningún elemento nuevo. Era conocido que buena parte de la sociedad civil, y también la política, acompañó a la última dictadura, que la Santa Madre Iglesia fue condescendiente con los matarifes, a los que brindó apoyo moral y fáctico en cuarteles y campos de concentración, y que algunos grandes empresarios disfrutaron no sólo del liberalismo salvaje sino también del raleo homicida sobre las comisiones internas. Luego, la mínima comprensión de la psiquis humana supone esperable que la mente del dictador reivindique lo actuado durante los años sangrientos. Por abyecto que se considere al personaje, asumir con culpa la propia responsabilidad sobre tanto horror sería incompatible con una existencia soportable.
Sí resultó llamativa, en cambio, la preocupación del dictador por el presente de la “República” o que, recordando los años de plomo, considerara que el único problema de la economía de entonces haya sido la inflación. El país vivía la acelerada destrucción de su industria y consolidaba al endeudamiento con el exterior como un dato estructural para las décadas venideras, la herencia maldita para la democracia, pero para Videla el problema eran los “riesgos inflacionarios”. Dicho esto sin abusar en tamizar conceptos como república e inflación a la luz de los discursos del presente. Un dato de color desde lo económico fue que el ex dictador rememore como “peligroso” el bajo desempleo durante su gobierno, del 2,5 por ciento según sus palabras, debido a la falta de flexibilidad que transmitía al mercado de trabajo. Mainstream puro.
Pero preocuparse hoy por responder los barruntos discursivos de un represor en el ocaso, incluso biológico, no sólo es anacrónico, sino probablemente inútil. En cambio, nadie se alborotó por las declaraciones de Domingo Cavallo, el indiscutido continuador, ya en democracia, de las políticas de Videla en el plano económico.
El ex súper-ministro de los ’90 fue entrevistado en Estados Unidos por uno de los matutinos porteños que lo respaldó hasta el último segundo y que en 2001 prohibía a sus periodistas hablar sobre las sospechas que pesaban sobre el megacanje de deuda pública, el último intento por evitar el corte del flujo de recursos externos indispensables para mantener el capricho de la convertibilidad.
En este punto es necesario detenerse: la convertibilidad terminó el día que se cortó la entrada de dólares financieros que la sostenían. La devaluación, como dicen interesados y despistados, no fue un invento del interinato de Eduardo Duhalde. Lo que sucede en el presente en la periferia europea también grafica esta afirmación.
Cavallo fue presidente del Banco Central bajo la dictadura, pero es una diferencia de grado que sus gestiones ministeriales fueron en democracia y con un alto consenso popular. No obstante, un hilo invisible une las psiquis de Videla y el ex ministro de Carlos Menem y Fernando de la Rúa; la negación frente a la historia que representan. Al igual que el represor, el ex ministro está convencido de que la historia lo reivindicará. La clave se encontraría en su evaluación, y la de la corriente de pensamiento que representa, sobre el devenir de la crisis europea en general y griega en particular. En concreto, Cavallo cree que si Grecia logra salir de su crisis sin romper el cepo monetario que le impone su pertenencia a la Eurozona y sin caer en una cesación de pagos formal, se demostraría que la convertibilidad argentina también podría haberse mantenido sobre la base de profundizar aún más el ajuste después de tres años de recesión.
La idea de fondo es que el “sufrimiento” provocado por un rápido reacomodamiento en la cotización de la moneda sería mayor al del ajuste interminable que llevó, esta misma semana, al virtual incendio de Grecia, con más de 100 mil personas reclamando en las calles.
A juicio del ex ministro de la Alianza, el ajuste sobre el ajuste, la recesión de nunca acabar y la pérdida completa de la soberanía política serían un costo menor frente al valor supremo de mantener “el legado de la estabilidad de las reglas monetarias y financieras como requisito para que una sociedad funcione bien económicamente”. Por eso concluye que “si Grecia logra mantenerse en el euro (...) va a quedar claro que la Argentina también podría haber tenido esa alternativa, y que habría sido una alternativa superior”.
Sobre la “salida a la argentina” que proponen economistas como Nouriel Roubini, pero también Joseph Stiglitz o Paul Krugman, Cavallo cree que “decirles a los griegos, que actualmente están sufriendo una reducción del orden del 10 por ciento en sus salarios nominales, que para salir de esta situación tienen que aceptar una reducción del poder de compra de los salarios del 30 o del 40 por ciento, es una burla”. Se supone que como economista Cavallo debería conocer cuestiones elementales como la ilusión monetaria en materia de poder adquisitivo. Pero su capacidad interpretativa se encuentra en declinación. En 2008 publicó Estanflación, un libro en el que, precisamente, advertía que la economía argentina marchaba hacia un proceso de inflación con estancamiento. Como suele suceder con las expresiones de deseos de sus colegas neoliberales, la predicción no se cumplió. En el caso de Grecia sucederá lo mismo, aunque seguramente encontrará variables extraordinarias, quizá deberes que no se hicieron, para explicarlo.
Al igual que sucede con la persistencia de Videla en su interpretación del pasado, la persistencia de Cavallo en sus axiomas demuestra aislamiento intelectual y cierto desprecio por las lecciones de la historia. También, que ninguno de los dos está arrepentido y que ambos volverían a hacer lo que hicieron
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