ENFOQUE › LA ORTODOXIA Y EL AJUSTE
› Por Diego Rubinzal
La ortodoxia sostiene que la inflación es causada por un exceso de demanda. Ese diagnóstico obligaría a un “enfriamiento” de la economía. El recetario propuesto incluiría, por ejemplo, reducciones salariales y del gasto público. La idea implícita es que la aplicación de cualquier otro tipo de estrategia antiinflacionaria fracasaría debido a la existencia de un “exceso” de demanda. Ahora bien, eso ocurriría únicamente si existiera el pleno empleo de los recursos productivos. La trampa analítica de la ortodoxia es que presenta como habitual un caso excepcional.
Los datos empíricos contradicen ese saber convencional. Un ejemplo lo brinda la dinámica económica argentina de los años recientes. La actividad productiva interna sufrió las consecuencias de la crisis internacional en 2009. Los números de ese año contrastaron con el ritmo de crecimiento a “tasas chinas” del período previo.
La desaceleración económica no provocó una significativa reducción de los índices inflacionarios. La misma dinámica se repite desde principios del año pasado. La explicación a ese comportamiento de los precios es que el proceso inflacionario no es causado por una demanda “desenfrenada”. Los datos disponibles tampoco corroboran que la inflación produzca un retroceso salarial en términos reales. Los incrementos pactados en paritarias superan al aumento de precios difundidos por mediciones públicas y privadas.
La historia argentina justifica la preocupación social acerca de esta problemática. Sin embargo, el fenómeno inflacionario estuvo ausente en la experiencia más traumática del pasado reciente. El progresivo derrumbe del modelo neoliberal, desde 1998, no estuvo acompañado por un aumento de precios. Por el contrario, el aumento de la desocupación y la caída del salario real eran la contracara de la deflación de precios.
Un documento elaborado por técnicos del Ministerio de Economía, a comienzos de 2001, destacaba ese retraso salarial como una “ventaja” de la economía argentina. El trabajo titulado “La economía más flexible” fue acercado por el entonces ministro de Economía, José Luis Machinea, a los inversores extranjeros. Las oportunidades de inversión generadas por la disminución del costo laboral no lograron seducir a los capitales del exterior. Como se sabe, la receta deflacionista estallaría con trágicas consecuencias económico-sociales a finales de ese año. Los líderes políticos mundiales que insisten con ese recetario no aprendieron la lección. La “austeridad” continúa gozando de buena salud en el continente europeo. Las noticias procedentes de la periferia europea, salvando las distancias, provocan inevitables reminiscencias de la experiencia argentina.
Por su parte, el Premio Nobel de Economía Paul Krugman señaló los peligros de la reducida inflación norteamericana. En el artículo “No hay suficiente inflación” sostiene que los precios no aumentan debido a “la persistente debilidad de la economía, que impide a los trabajadores negociar sueldos más altos y obliga a muchas empresas a rebajar los precios. Y si se paran a pensarlo un minuto, se darán cuenta de que esto es un círculo vicioso en el que una economía débil conduce a una inflación demasiado baja, la cual perpetúa la debilidad económica. Y esto nos lleva a un asunto más general: la absoluta locura de no tomar medidas que impulsen la economía ya”. “Cada vez que alguien habla de la necesidad de más estímulos económicos, monetarios y fiscales, a fin de reducir el paro, la respuesta que siempre da la gente que se cree muy lista es que debemos centrarnos en el largo plazo, no en las soluciones a corto plazo. Pero lo cierto es que al no afrontar nuestros problemas a corto plazo, los estamos convirtiendo en un mal económico crónico a largo plazo”, concluye Krugman.
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