Dom 17.11.2013
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ENFOQUE

Decisiones y estrés

› Por Claudio Scaletta

La diferencia entre un periodista que escribe sobre economía y un economista de gobierno es que el segundo no puede quedarse en el diagnóstico, sino que debe aportar recetas para la toma de decisiones. La diferencia es abismal. Para el primero la tarea no implica mayor incomodidad. El único riesgo es, cada tanto, errar algún pronóstico tangencial. La economía es una ciencia, pero abundan los componentes aleatorios. Nadie tiene la bola de cristal, lo que por supuesto no justifica los yerros permanentes de algunos lobbistas profesionales.

La toma de decisiones, en cambio, nunca es gratuita. Casi siempre impacta en la distribución del ingreso y el crecimiento del Producto, en el bienestar y malestar de las personas. Las oportunidades en las que en el corto plazo todos ganan son excepcionales. Aunque el mainstream crea en la existencia de caminos asépticos, determinados por la técnica, nada es neutral en economía. Dejando de lado a individualistas e irresponsables, es difícil imaginar que la toma de decisiones económicas no entrañe, en situaciones complejas, un elevado nivel de estrés. No son pocos los momentos de encrucijadas. El presente es uno. La necesidad de tomar decisiones es de relativa urgencia. La relatividad depende en este caso de los objetivos: el largo plazo o llegar en relativa paz a 2015.

El dato duro es que las restricciones cambiarias frenaron la fuga de divisas, pero aceleraron la pérdida de reservas internacionales. Desde que se implementó el llamado cepo, las reservas cayeron en alrededor de 15.000 millones de dólares. Las reservas no son un tesoro a conservar, sino un indicador que refleja fenómenos más profundos que encuentran expresión en el Balance de Pagos. Si bien la correcta identificación de las causas de los fenómenos es fundamental para encontrar soluciones eficientes, hoy no importa si lo que sucede con las cuentas externas es coyuntural o estructural, si se debe a que durante mucho tiempo la inflación creció más que el nivel del tipo de cambio o bien a la existencia de una estructura productiva desequilibrada no resuelta, cuyo crecimiento conduce irremediablemente al déficit externo. El dato duro es el señalado: las reservas caen aceleradamente y, con la cuenta capital cerrada de facto y muy cara de abrir, el problema amenaza con ser grave. En los últimos dos meses el BCRA vendió unos 2000 millones de dólares. Para los próximos dos años, los vencimientos de deuda superan los 15.000 millones. Es altamente probable que el regreso de la Presidenta sea rápidamente seguido por medidas. La pregunta del millón es qué hay dentro del paquete de recetas posibles entre las que deberá optar. Todas con costo, todas con efectos redistributivos.

Lo primero a considerar es el contexto internacional. El dato evidente es que Argentina es prácticamente el único país de la región que pasa por una situación de estrés financiero-cambiario. La periferia está hoy desconectada de la crisis de los países centrales. En América latina sólo se sintieron unos meses de desaceleración a fines de 2008 y principios de 2009. La región continúa creciendo 3 o 4 puntos por encima de los países centrales. Los términos del intercambio se mantienen favorables y aumenta la importancia del comercio Sur-Sur. En el mundo los dólares son abundantes, no escasos. La situación local contrasta entonces con otros procesos históricos. El Rodrigazo, mentado como fantasma en estos días, ocurrió en medio de la crisis del petróleo. La hiperinflación de fines de los ’80 también fue un fenómeno regional, lo mismo que las crisis de las deudas a fines de los ’90. Lo que hoy le sucede a la Argentina parece ser, entonces, un fenómeno propio. La pregunta es qué diferencia al país del resto de la región. La respuesta principal reside en las restricciones cambiarias.

El objetivo del llamado cepo fue en su momento evitar la continuidad de la dolarización de activos monetarios o fuga de capitales, lo que se reforzó con las limitaciones para el giro de utilidades y algunas restricciones a las importaciones, vía aprobación discrecional de declaraciones juradas. Sin embargo, no debe olvidarse que si las tasas de un plazo fijo o de los depósitos a la vista hubiesen al menos igualado, no ya superado, las expectativas de devaluación, el corrimiento no se hubiese producido. Lo mismo ocurre hoy con el dólar paralelo. Pensar que todo es consecuencia de la maldad de los especuladores evita detenerse en la subjetividad de los actores en el marco de la racionalidad capitalista. Las tasas negativas no pueden mantenerse indefinidamente sin afectar las funciones de la moneda.

Pero hoy la salida de dólares se concentra en otros rubros. Según se detalla en el último informe de Estudio Bein, en 2013 sólo cuatro sectores serán responsables de un déficit de divisas de más de 34.000 millones de dólares: combustibles, automotores, turismo (dólar tarjeta) y electrónica de consumo. No son datos nuevos, pero indican una profundización. Algunos economistas del Gobierno ponen la mira en estos sectores e imaginan un control de la situación por la vía de más restricciones. En principio, parece lógico evitar la continuidad del dólar subsidiado para el turismo o para la importación de autos de alta gama. En combustibles, en tanto, se espera ajustar un poco por cantidades. Solamente en 2013, las naftas ya aumentaron un 30 por ciento, a lo que podría sumarse un freno en la producción de automotores, que no obstante este año sumará unas 900 mil unidades. Los frenos actuarían los próximos dos años. El discurso legitimador ya está en escena y es cortoplacista. “No importa crecer menos, lo que importa es no devaluar”, idea que no reconoce la fuerte devaluación en curso (más la de hecho reflejada en la cotización del paralelo) y parece presuponer, erróneamente, que el estancamiento relativo del PIB no supone regresividad. El diagnóstico acierta sin embargo en un punto: a menor crecimiento, menor restricción externa. Cada punto de crecimiento del PIB significa hoy un crecimiento de 3,5 puntos en las importaciones. Pero para la salida estructural, la sustitución de importaciones, ya no hay margen de corto plazo.

La alternativa para frenar menos la economía viene por el lado de la cuenta capital, pero no es compatible con las restricciones cambiarias. En esto avanzaron parcialmente las huestes del ministro Hernán Lorenzino vía guiños a los organismos financieros internacionales. Es un camino complicado porque supone cambiar la lógica del discurso. Luego, aun teniendo éxito, es una salida cara. Un camino posible sería buscar financiamientos alternativos y observar qué hacen en la materia otros países de la región, menos preocupados por el déficit externo, pero sin un default en sus historias recientes. Nada es fácil.

Hasta aquí el diagnóstico. Lo que sigue son las decisiones que, como se dijo, no son fáciles. Sólo hay que encontrar la manera de que asumir costos provoque el menor estrés posible, personal y financiero

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