ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Brasil importa por una doble razón. Es el destino de alrededor del 70 por ciento de las exportaciones industriales locales y en el siglo XXI fue un ejemplo de los gobiernos latinoamericanos que avanzaron en procesos de redistribución del ingreso. Sin embargo, como se describió en detalle en la edición de Cash del pasado 12 de julio, los gobiernos del PT nunca rompieron con la macroeconomía neoliberal. En su primer gobierno Lula realizó el primer ajuste ortodoxo que no tuvo mayores consecuencias debido al contexto expansivo de la primera década del siglo, un camino que en su segundo gobierno compensó con algunas políticas expansivas. En el presente del segundo gobierno de Dilma Rousseff, de la mano de su ultraortodoxo ministro Joaquim Levy, se impulsa un nuevo ajuste, pero esta vez en un contexto recesivo. Los resultados inmediatos fueron que el país comenzó a sumergirse en el conocido círculo vicioso de contracción y más ajuste. Como los capitales calientes no son bobos se inició también un fuerte proceso de salida de capitales que afecta la cotización del real sin que el Estado ejerza mayor intervención. Los adversarios políticos olieron debilidad y decidieron avanzar con el cuchillo en la boca. El panorama es realmente grave y la salida futura es por lo menos incierta. ¿Existe una situación destituyente en Brasil? Claramente, pero el enemigo principal está dentro del propio PT: el impulso del ajuste ortodoxo cuyos efectos pulverizan el apoyo de su base social tradicional, sin que por ello consiga aplacar la virulencia de sus enemigos. Esta es la verdadera crisis política de Brasil. Una analogía contrafáctica con Argentina grafica la situación. Imagínese si a partir de 2008, Cristina Kirchner hubiese tenido que lidiar, además de con el acoso de la prensa hegemónica y de los sectores que siempre odiaron al peronismo, con los resultados recesivos y excluyentes de una macroeconomía neoliberal. ¿Cuál sería hoy la popularidad y el respaldo de la presidenta?
Volviendo al principio, la pregunta es cuál puede ser el impacto de la crisis brasileña en la evolución de la economía argentina. La respuesta adelantada es que se trata del principal problema externo que deberá enfrentarse en lo que resta del año y en el inicio de la administración que surja de las elecciones de octubre. El panorama mundial ya no es el del viento de cola, caen los commodities producto del fortalecimiento del dólar y del freno relativo de la economía global y las consultoras adelantan que Estados Unidos, cuya economía crecerá más del 3 por ciento este año, podría subir su tasa de interés de referencia muy pronto; quizá en septiembre. Las subas decididas por la Reserva Federal suelen competir con los mercados de commodities, pero fundamentalmente vuelven más caro aquello que Argentina más necesita: los dólares. Sin embargo la economía mundial, más allá del pobre desempeño de algunas regiones, como Europa, pero también Latinoamérica arrastrada por Brasil, no está en recesión. China e India, con tasas de crecimiento que rondarán los 7 puntos, levantan el promedio que, según el FMI, será este año del 3,5 por ciento, número que en un reciente informe de CEPAL (Estudio Económico 2015) se ajusta a 2,5. El mundo no es el ideal, pero no “se nos cae encima”. La mayor incertidumbre se mantiene en Brasil, cuyo PIB registraría un caída de entre 1,5 y 2,0 por ciento este año, y donde ya en el primer trimestre comenzó a registrarse el deterioro del mercado laboral, con aumento del desempleo, caída del trabajo registrado y del salario real. Aunque los amplificados casos de corrupción funcionen al modo tradicional de las derechas, como un potente ariete mediático y judicial, es en estos indicadores económicos donde debe buscarse la causa primigenia de la creciente desaprobación a la gestión de Russeff, la que según los medios brasileños ya superó el 70 por ciento y está por encima del nivel que antecedió a la renuncia de Fernando Collor de Mello. La gestión de la presidenta brasileña sólo es considerada buena por poco más del 7 por ciento de la población.
Si se observa la evolución de las principales variables brasileñas, un dato fuerte fue la depreciación del real de casi el 50 por ciento en el último año, de los que 9,5 puntos se registraron el pasado julio. La devaluación suele ser parte del consenso de los ajustes ortodoxos. Se argumenta que ello incentiva las exportaciones y desalienta las importaciones contribuyendo a mejorar el déficit comercial y de servicios; de la cuenta corriente, déficit que en Brasil es del 4 por ciento del PIB. Sin embargo, lo único que suele ocurrir es que aumente la inflación y se deteriore el ingreso de los trabajadores, tal como una vez más demuestra la experiencia brasileña.
No sólo la inflación podría arañar este año los dos dígitos, nivel alto en un contexto de distribución regresiva, sino que el aumento de la tasa de referencia hasta el 14,25 por ciento se quedó corto. Vale recordar que las reservas internacionales de Brasil son de alrededor de 380.000 millones de dólares o un quinto de su PIB, lo que significa que no tiene problemas de restricción externa y tendría margen tanto para políticas expansivas como para el sostenimiento del tipo de cambio frente a salidas de capitales más o menos persistentes.
El resultado real de la devaluación, entonces, fue afectar todos los componentes de la demanda. Para Argentina ello significó una caída de las exportaciones hacia el vecino del 23 por ciento en el primer semestre de 2015. En julio, las exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial habían caído el 27 por ciento interanual. El riesgo más concreto es que estas caídas continúen aumentando durante el resto del año.
Pero más allá de los riesgos de los mecanismos de transmisión de la contracción, la primera síntesis comparativa entre las dos economías es que Argentina crece moderadamente con escaso poder de fuego dadas sus menguadas reservas, mientras que Brasil retrocede a pesar de su abundante disponibilidad de dólares. Dicho de otra manera, el problema del bajo crecimiento de Argentina es económico, mientras que el problema de la recesión brasileña es primero político. Sus sectores dominantes parecen haber sometido a un PT acorralado con el objetivo de inducir una restauración conservadora que frene la movilidad social ascendente. Lo impactante es que también quieran deshacerse de quienes están llevando adelante el trabajo.
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