Dom 11.10.2015
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ENFOQUE

Desarrollo sciolista

› Por Claudio Scaletta

En tiempos de auge del análisis del discurso mediático, la campaña electoral puede ponerse desesperante, especialmente para los buscadores de definiciones. Sin embargo, hay algunas cosas claras. Quienes ocupan los dos primeros lugares en las encuestas creen que tienen aseguradas sus bases electorales y, por lo tanto, que los votantes objetivo de la campaña son otros. El macrismo es consciente de su lugar a la derecha de la media y, en su caprilización, hasta intenta peronizarse. El sciolismo asume que el kirchnerismo duro se encuentra a la izquierda de la sociedad y algunos de sus alfiles tranquilizan por derecha con enunciados fiscalistas y de pago a buitres, una definición esencialmente geopolítica.

Las imprecisiones discursivas también tienen su correlato estrictamente económico. A diferencia del macrismo, que optó por un mensaje zen con tintes oníricos, “vengo a proponerles un sueño”, la única manera de camuflar la receta inconfesable del ajuste, el sciolismo enfatizó en la idea de desarrollo. En términos de campaña la síntesis es brillante. Para los propios recoge banderas y promete una etapa superior. Los ajenos quedan neutralizados. ¿Quién, en política, podría estar en contra del desarrollo? Sería como estar en contra del empleo o de la felicidad.

Pero, ¿de qué se habla exactamente cuando se habla de desarrollo? En principio existen dos dimensiones. La primera es el debate teórico. La segunda es la voz del mismo Scioli.

En el plano teórico los economistas discuten desde dos polos. Uno es el de la oferta, la ortodoxia neoliberal, el otro el de la demanda, la heterodoxia de raíz keynesiana. De manera muy simplificada pensar el desarrollo desde el lado de la oferta supone concentrarse en las condiciones de rentabilidad microeconómica de las empresas, esto es: bajos impuestos, bajos salarios y buenas condiciones financieras. El mundo ofertista ideal incluye un Estado preferentemente ausente y reducido a tareas subsidiarias. Pensar el desarrollo por el lado de la demanda, siempre en versión simplificada, supone que alcanza con una demanda sostenida (consumo, inversión, gasto y neto del comercio exterior) para que, en un contexto de expansión, la oferta responda. Aunque ambas visiones representen modelos muy diferentes por sus resultados en materia de crecimiento y distribución del ingreso, las dos perspectivas tienen un elemento común: el optimismo sobre el rol del mercado como guía del proceso. Dejando de lado el ofertismo neoliberal por razones prácticas, porque no tiene sentido discutir lo que no sucederá, vale la pena detenerse en la “heterodoxia optimista” o “keynesianismo ingenuo” (tache lo definición que menos le guste).

El punto de partida es que el desarrollo ocupa hoy el centro del debate por la fuerza de los hechos. A grandes rasgos la economía creció en el período 2003-2011 y se frenó desde entonces. Como en el camino la estructura productiva no se transformó, las importaciones crecieron más rápido que las exportaciones y reapareció la escasez relativa de dólares. Por más que se tomaron medidas para sostener la demanda, las que evitaron que se caiga en una recesión frente al cambio del escenario internacional, el crecimiento no pudo reanudarse. En consecuencia, el período deja dos conclusiones potentes. La experiencia de crecimiento 2003-2011 enseña que por más que se crezca de manera sostenida, el crecimiento por sí sólo no garantiza la transformación de la estructura productiva. Y el período 2011-2015 enseña que sostener la demanda no alcanza para asegurar el crecimiento. Dicho de otra manera, por más que sea una condición necesaria, crecimiento no es desarrollo e impulso de la demanda no siempre es crecimiento. Por ello la necesidad de avanzar a una etapa superior.

Llegado este punto y frente al cambio de gobierno aparece al interior del Frente para la Victoria un nuevo debate sobre cómo sigue el desarrollo. Miguel Bein, uno de los principales asesores económicos de Daniel Scioli, dijo en un reportaje a este diario que empujar exclusivamente por el lado de la demanda se agotó y que “hace falta una nueva agenda”. Esa agenda supone trabajar sobre la oferta, pero no en el sentido de la ortodoxia neoliberal, sino en el del plan presentado por la fundación DAR, es decir con un Estado planificador conduciendo la transformación de la estructura productiva, definiendo sectores, eligiendo actores, determinando eslabonamientos intersectoriales y aportando a su financiamiento. A pesar del énfasis de algunos de sus integrantes, la del sciolismo no es una agenda financiera que se limite a pensar en normalizar el frente externo para conseguir los dólares necesarios para financiar la transición. La propuesta es mantener la “demanda pujante”, pero a la vez trabajar sobre “la reestructuración de la oferta”. Dicho de otra manera, no existe una cosa tal como una “sustitución de importaciones conducida por la demanda”, la demanda por sí sola no conduce. No lo hace en Argentina ni lo hizo en los procesos de desarrollo de ningún país.

Finalmente queda la voz del candidato, quien si bien deja jugar a los líberos que lo rodean sin censurarlos, nunca se apartó un milímetro de la perspectiva desarrollista, las alianzas regionales y una geopolítica que no abandonará los vínculos con Rusia y China.

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