Domingo, 27 de diciembre de 2015 | Hoy
ENFOQUE
Por Claudio Scaletta
La discusión por el signo del nuevo gobierno puede convertirse en un verdadero entretenimiento. En apenas dos semanas se escuchó de todo, desde que el macrismo era populismo moderno hasta, por autorreferencia y portación de apellidos, una nueva expresión del desarrollismo frondo-frigerista. Parte de esta búsqueda de rótulos se relaciona con el rechazo de la derecha neoliberal local a denominarse como tal. Seguramente habrá mucho tiempo para profundizar en analogías ideológicas dividiéndose el trabajo con los politólogos, pero de la sumatoria de medidas anunciadas el nuevo gobierno demostró ser cabalmente lo que nunca ocultó en su lenguaje económico: neoliberalismo de manual.
Ya no hay campañas de miedo ni es necesario reconstruir escenarios tenebrosos: el monstruo llegó y está entre nosotros. A partir de sus acciones iniciales es posible abordar sus promesas y marco ideológico y describir, sin mayor margen de error, lo que sucederá en los próximos meses: fuerte caída de salarios por inflación cambiaria, seguido por caída del consumo y de la demanda y, consecuentemente, contracción del PIB.
Lo notables es que el diagnóstico no es exclusivamente opositor. Los economistas del nuevo oficialismo descuentan la secuencia, pero como buenos neoliberales, están convencidos de las virtudes purificadoras del ajuste iniciado. La promesa es que el ahorro empresario a costa del salario de los trabajadores mejorará las condiciones futuras, la siempre incumplida teoría del derrame. Además, aprovechando la corta luna de miel con sus votantes, atribuirán todas las malas consecuencias de sus primeros pasos a la administración saliente. En este camino, en sus primeras dos semanas de gobierno, Mauricio Macri ya provocó una gigantesca transferencia de recursos al capital a costa de los ingresos públicos (retenciones) y los trabajadores (devaluación). Al hacerlo abortó la limitada recuperación de la economía que estaba en marcha tras el freno de 2014, precisamente como consecuencia de un salto devaluatorio.
Pero para comprender el futuro es necesario sincerar todos los componentes del presente. La verdadera causa del freno de la economía desde al menos 2012, como se dijo muchas veces, fue la reaparición de la restricción externa en el marco de la caída de la demanda global. Describir esta restricción como escasez relativa de dólares no refleja cabalmente el problema. Es mejor pensarlo desde la perspectiva de los trabajadores. Si crecen los salarios, entonces crece la demanda de los bienes que se adquieren con estos salarios. Además de las necesidades básicas, mayoritariamente producidas en el país, también se demanda una mayor cantidad de otros bienes, como motos, autos, electrodomésticos y electrónicos, por citar a los más visibles; todos importados o con una alta composición de insumos importados. Esto quiere decir que por cada punto de crecimiento del ingreso de los trabajadores se necesita una determinada masa de dólares para importar lo que estos mayores ingresos consumirán, cuánto más alto sea el consumo mayor será su componente importado y viceversa. Si no se generan dólares por exportaciones al mismo ritmo o si no se reemplazan por producción local llega un momento en que las divisas dejan de alcanzar y la economía se frena. Como también se dijo muchas veces, a partir de un determinado nivel de ingresos, por ejemplo el alcanzado en 2011, la transformación de la estructura productiva es una condición necesaria para continuar mejorando el ingreso de los trabajadores.
De este hecho básico surgen las tres alternativas principales de solución. La primera es, precisamente, transformar la estructura, la segunda es endeudarse, lo que no resuelve lo estructural pero da aire para avanzar, y la tercera es simplemente frenar el crecimiento. La crítica al gobierno saliente es que no transformó suficientemente la estructura productiva lo que obligó al freno cuando debió comenzar a importar energía y la presión buitre limitó parcialmente la alternativa del endeudamiento.
El desafío de cualquier nuevo gobierno que no desee afectar el ingreso de los trabajadores es endeudarse mientras se transformaba la estructura. La elección del macrismo, en cambio, fue la tercera, frenar el crecimiento, pero al mismo tiempo endeudarse. Inicialmente parece una contradicción. No habría necesidad de freno si se consiguen dólares, pero la combinación responde a una diferencia de concepción sobre cómo crecer.
Para el neoliberalismo las empresas invierten cuando se les brindan condiciones de rentabilidad. Es lo contrario al modelo neokeynesiano del crecimiento sostenido por la demanda, que cree que las empresarios invierten cuando saben que habrá más demanda para sus productos, surgiendo la mayor rentabilidad de las mayores ventas, no de los menores salarios. Para el neoliberal, en cambio, el primer paso es siempre la recomposición de la tasa de ganancia, lo que generalmente se induce con un shock regresivo en la distribución vía devaluación. El freno del crecimiento que le sigue cumple adicionalmente la función de poner en caja la conflictividad laboral. La menor actividad contrae el empleo y reduce la capacidad de negociación de los trabajadores. Se trata, entonces, de concepciones antagónicas sobre el funcionamiento de la economía y de distintos beneficiarios. Además de esta recomposición en la tasa de ganancia, el segundo paso del nuevo credo liberalizador fue la apertura de la economía, cuyo efecto principal será desalentar todas las actividades que no estén basadas en ventajas comparativas estáticas, es decir; reconcentrarse en los complejos agroindustrial, energético y minero y sus servicios asociados; que evitará entrar en conflicto con el lugar que los poderes globales desean para la economía local.
Sobre este nuevo marco ideológico pueden proyectarse los resultados prácticos para 2016. El dato de la devaluación ya se conoce, más allá de las oscilaciones de corto plazo, el número es 40 por ciento. Como en toda gran devaluación lo que importa no es solamente el salto inicial, sino la velocidad del traslado a precios, que dependerá de la coordinación con los formadores, de la acción sindical y del ajuste de tarifas. En una segunda vuelta se ubica la capacidad del gobierno de sostener en el tiempo el nuevo nivel del tipo de cambio, sobre lo que no parecen existir mayores dudas, fundamentalmente por el nuevo endeudamiento. En el mediano plazo, entonces, la clave será la puja distributiva. Por ahora el poder sindical parece manso y sosegado por fondos frescos para las obras sociales. Habrá que ver hasta dónde serán capaces de contener a sus bases una vez que desaparezca la magia del aguinaldo y el verano haga sentir con fuerza la nueva escasez.
Las consultoras privadas midieron una inflación del 3 por ciento en noviembre y estiman el 5 para diciembre. El último informe reservado de la consultora Contexto proyecta un traslado a precios de la devaluación del orden del 40 por ciento, lo que retrotraería al salario real a niveles de 2010, con una caída del poder adquisitivo de entre el 9 y el 11 por ciento en los primeros meses del año. Estos números ya garantizan recesión en el primer semestre de 2016. El escenario de mediano plazo es que si las paritarias no recomponen ingresos se profundizará la caída de la actividad, pero si lo recomponen habrá más inflación de costos, con posibilidad de conducir a nuevas devaluaciones.
El problema para Macri es que el dilema entre actividad e inflación no puede resolverse por DNU, depende de la autocontención empresaria en la remarcación y de los sindicatos en sus demandas salariales. No es un problema técnico, sino de relación de fuerzas.
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