Domingo, 8 de mayo de 2016 | Hoy
ENFOQUE
Por Claudio Scaletta
No se pretende hacer aquí una exégesis de Hugo Moyano y su desilusión por opciones políticas recientes, pero cabe preguntarse si la consistente afirmación del viejo líder camionero sobre la cultura política de Mauricio Macri no se aplica, primero, a la economía. Es altamente probable que elingeniere jefe de la Alianza PRO sepa tanto de economía como de capar monos y que esta ignorancia lo lleve a una conducta política de mono con navaja.
Luego de haber blanqueado su apoyo a Macri porque “no había opciones peronistas” en el balotaje, un ejemplo de lo mal consejeros que los resentimientos personales pueden ser en política, y ya frente a la suma de medidas antipopulares del nuevo gobierno, Moyano seguramente experimentó un azoramiento similar al de la mayoría de los ciudadanos ocupados o preocupados por el devenir de la cosa pública. Un estupor que se resume en una sola pregunta: ¿es posible que la actual administración subordine la totalidad de sus acciones a un ajuste a cargo de los trabajadores a la espera de una reactivación improbable, sea en el ya legendario segundo semestre o en algún instante del tiempo?
Macri estudio ingeniería en una universidad privada y se desempeñó apenas a tiempo parcial en empresas heredadas. Sus conocimientos sobre los movimientos de las variables macroeconómicas son de oído y filtrados por el contexto de la cultura empresarial: el Estado, amén de proveedor de suculentos contratos de obra, es para él un impedimento y los trabajadores un costo. Esta visión ramplona, que impregna todas y cada una de las acciones del actual gobierno, también es tributaria de sus ocho años al frente de la CABA, el distrito con mayor ingreso per cápita del país. Este punto es central porque el gobierno de un estado provincial rico se parece poco al nacional. Efectivamente, administrar una provincia se asimila más a la administración de una empresa. Si bien existe alguna elasticidad para la política fiscal, en general la estructura de ingresos y gastos es más rígida y con poco margen de acción más allá de la mera contabilidad. Para gobernar una provincia se necesita un buen gerente más que un macroeconomista. No se debe combinar política monetaria y fiscal, es decir; no se debe hacer política económica, ni pensar en las complejidades del desarrollo o en el tipo de alianzas internacionales asociadas.
Con esta experiencia en la cabeza, el heredero Macri ocupó los ministerios con “equipos” de CEOs, sin que pesen las incompatibilidades de la legislación de ética pública, y decidió que todo se reducía a un ajuste contable para redistribuir en favor de las empresas y con miras a achicar el Estado y los salarios. La política internacional se redujo a una alianza incondicional con Estados Unidos y la financiera al axioma de volver a los mercados sin definir todavía como se pagará la cuenta, detalle que hará estragos ya a partir de 2017. ¿Y el desarrollo? No hacer nada, sólo dejar operar a las ventajas comparativas estáticas y aceptar el lugar asignado al país en la división internacional del trabajo. Como señaló la rudimentaria vicepresidente: “somos como India”. En materia de futuro seguramente economistas de su entorno le proyectaron algún PowerPoint con tendencias de mediano plazo, lo que podría explicar la incomprensible fe en ajustar, sentarse a esperar y matizar con anuncios de lo que alguna vez sucederá. Promesas constantes que están a un paso de comenzar a irritar a los nuevos desfavorecidos por las políticas oficiales.
Mientras tanto, los tenues paliativos para los sectores de menores ingresos que la prensa corporativa exalta como tomas de la Bastilla, como la a todas luces insuficiente devolución del IVA “a los alimentos” (ya se sabe que los más pobres no deberían gastar en otra cosa que en alimentarse), no alcanzan para convencer no ya a los ajenos, sino también a muchos propios desencantados que advierten tardíamente que el hijo de Franco Macri gobierna exclusivamente para su clase. “El gobierno de los ricos” es un estigma que sólo una improbable recuperación de la economía podría neutralizar parcialmente. Claro que para que tal recuperación exista debería tirar del carro alguno de los componentes de la demanda, de lo que no hay señal ninguna, ni siquiera de la multianunciada inversión pública en infraestructura.
Los sectores medios urbanos, esa gran base amarilla que continuaría enojada con la presunta corrupción K, a la vez que desentendida de la sobreabundancia de empresas offshore M, comienzan a sentir en sus bolsillos y capacidad de consumo el peso del ajuste, lo que sumado al fuerte aumento de la pobreza en la parte baja de la pirámide abre un escenario impredecible frente al incumplimiento de las promesas de recuperación. Pero aunque el clima social puede ser veleidoso, la oposición disgregada no debería entusiasmarse en exceso. Hoy no es evidente que sea la receptora directa de las voluntades perdidas por el oficialismo. Sin una opción clara, parece más probable el crecimiento del tradicional clima antipolítico antes que de uno militante y transformador. Y la antipolítica es siempre de derecha.
En el nuevo escenario, con las fotos de la luna de miel envejeciendo prematuramente, espantado por el Frankestein que ayudó a construir o presionado por las pujas intrasindicales, Moyano optó por correrse del apoyo silencioso de los primeros meses y poner un límite. No pasó a la ofensiva, no es esa su voluntad, pero entre quienes ayudaron a llegar a la presidencia a la Alianza PRO, fue el primero en advertir las limitaciones del duranbarbismo en el ejercicio del poder: gobernar no es comunicar. Seguramente fueron también sus propias bases las que le indicaron que el ajuste sin fin sobre trabajadores empoderados, que vienen de más de una década de mejoras continuas en sus ingresos y derechos, puede convertirse rápidamente en explosivo a medida que se achican los márgenes de ingresos y el nivel de ocupación.
Una segunda lectura, insoslayable, es que tras el regreso de CFK, el silencio sindical resultaba atronador. Aunque existieron audiencias redundantes en las marchas de Comodoro Py y frente al Monumento al Trabajador, la CGT, en tanto parte del peronismo más tradicional, también le marcó territorio al kirchnerismo a la vez que dejó en offside al massismo y al peronismo Balcarce. Esta fue la dimensión más funcional al macrismo del acto sindical del 29A. El oficialismo necesita desesperadamente una oposición disgregada en dos o más partes. Fue también un señalamiento del gran desafío para la oposición de base peronista, que necesita rápidamente convertirse en una sola si su objetivo es poner freno a la acelerada destrucción de derechos de la actual administración.
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