ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
No hay sorpresas en el curso de la acción gubernamental. Los ideólogos de Cambiemos no son sofisticados, pero sí claros y previsores. El mensaje hacia dentro es “ganar como sea” en octubre de 2017. Si ello no ocurre la hecatombe estará a la vuelta de la esquina. El camino comenzó con la difusión de cifras de pobreza sobredimensionadas utilizando una canasta de productos inflada, incomparable con cualquier serie y sacando provecho del error más tonto del gobierno anterior. La nueva estrategia pretende hacer borrón y cuenta nueva con los desmadres de los primeros nueve meses que indujeron una recesión. El primer paso es instalar un nuevo piso en el subsuelo para que, en adelante, todos los números luzcan al menos levemente positivos. Del segundo paso se encargará el aparato mediático: asustar con el cuco de lo que podría ocurrir si se descarta la receta del ajuste y mecharlo con mucho carpetazo y Comodoro Py, tanto como para no perder la mística de que el adversario es un delincuente sin entidad política. Se trata de una estrategia comunicacional con sólo dos ideas fuerza. Joseph Goebbels, que aconsejaba priorizar sólo una, estaría casi feliz.
¿Pero qué significa ganar “como sea”? A pesar de lo que sostienen quienes están atentos a las predicciones falsas de los economistas profesionales, cuya tarea principal no es la predicción correcta, sino la creación de expectativas, la economía como ciencia tiene resueltas las herramientas para el control del ciclo económico. No hay nada que inventar ni conejos de la galera que sacar. La estrategia que seguirá el gobierno ya fue definida. Una de sus patas estará en el Banco Central y se dejó entrever con claridad esta semana. Si bien no faltan los despistados que creen que el mecanismo de metas de inflación funciona como sostiene la ortodoxia, regulando stocks vía tasa de interés, algo que quizá ocurra en economías como la estadounidense, la secuencia local es más sencilla: El arbitraje consiste en tasa versus tipo de cambio. ¿O acaso el BCRA mira stocks para mover los tipos de interés? El instrumento de reactivación y estabilización macroeconómica será entonces la apreciación del dólar versus la inflación. El objetivo es recuperar interanualmente los salarios y permitir que se recomponga parcialmente el consumo y la demanda agregada. La herramienta será el recurso generoso al endeudamiento externo. No existe otra manera de sostener déficit comercial y fuga de capitales, sin que a la vez se dispare el tipo de cambio o que las tasas maten la actividad, sino mediante el ingreso de dólares vía inversión o deuda. Descartada por ahora la primera, sólo queda la segunda.
Para los que gustan de las analogías temporales; si para comparar velocidad de destrucción de salarios y empleo es necesario remontarse a 1976, en 2017 el modelo se transformará en los ‘90 puros. En su tercera etapa el neoliberalismo sintetiza las dos anteriores.
“Ganar como sea” significa también dejar de lado todos los pruritos de prudencia fiscal o reducción de déficit pregonados desde siempre por los economistas de Cambiemos. Se mantendrán subsidios, especialmente los sociales, que funcionarán como herramienta de contención imprescindible, y se sumarán recursos destinados a inversión pública. Con pragmatismo se afirma que “es mejor mantener un poco más el déficit que perder las elecciones”. Tras el shock de sinceramiento inicial, vendría ahora una etapa de relax para superar los comicios, con lo que las promesas de verdadera transformación se corren nuevamente, esta vez a 2018, año en que los inversores internacionales, frente a un oficialismo victorioso, finalmente creerían que “el cambio va en serio”.
Con autoindulgencia en las filas de la Alianza PRO llaman a esta estrategia “populismo de largo plazo”. El problema de la afirmación no sería tanto el populismo de ocasión, sino la segunda parte. Si hay algo que no cierra en el largo plazo es la apreciación cambiaria sostenida con endeudamiento. La historia local es rica en ejemplos. Se trata de herramientas que solamente funcionarían si, en el camino, producen transformaciones productivas que generen los dólares suficientes para repagar deuda. El gobierno dice contar con este instrumento: el llamado “Plan Australia” que se presentó en la UIA esta semana. No se insistirá aquí en las críticas más conocidas, como la geopolítica que determina que Australia no enfrentó nunca problemas de restricción externa pese a mantenerse casi ininterrumpidamente en déficit de cuenta corriente durante décadas, o que con el triple de superficie y la mitad de la población, cuadruplique los recursos naturales per cápita de los que dispone Argentina, factores ambos que definen puntos de partida incomparables. La idea de insistir con Australia sólo se entiende en el imaginario de economistas que creen que la etapa de oro de la economía argentina fue el modelo agroexportador de 1880–1930. Pero hay que ser justos, el plan productivo de Cambiemos se propone también la reconversión de 364 mil empleos industriales en sectores “latentes”; como maquinaria agrícola, automotores y autopartes, y “sensibles”; muebles, calzado, textil, electrónica y juguetes. El plan abunda en generalidades sobre la importancia de potenciar el capital humando, profundizar el crédito, conseguir eficiencia fiscal, defender la competencia, aumentar la productividad, desregular, mejorar procesos y apertura gradual con inserción inteligente al mundo. No dice, en cambio, cómo operaría esta reconversión en un contexto de demanda interna y externa estancadas y, peor, dada la apreciación cambiaria que obligaría a más regulación del comercio y no menos. Sí afirma que en la década de los ‘90 Australia invirtió 13.000 millones de dólares en subsidios directos e impositivos para la reconversión, el capítulo que entusiasmó a la UIA pese a no haber mayores indicios en el Presupuesto 2017.
Un ejercicio de imaginación puede ser suponer que efectivamente ocurre el mejor de los escenarios y el próximo año la economía crece al nivel predicho por el más optimista de los creadores de expectativas. En ese mundo idílico hasta podría recuperarse, en términos de PIB, lo perdido en 2016 y algún punto extra. Al cabo de dos años de gobierno se estaría en una situación de suma cero y por debajo del crecimiento vegetativo de la población, pero con algunos datos extra nada despreciables: otro nivel de empleo, otro panorama de derechos y otra distribución del ingreso. Pero sobre todo, otro nivel de deuda externa y de grados de libertad de la política económica.
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