Como joven ingeniero agrónomo y productor agropecuario poseo una mirada diferente a la de mis pares y un espíritu nacionalista. Expongo otra visión sobre unos de los pilares del motor desestabilizador y golpista contra el gobierno nacional. Nadie puede discutir la expansión de la producción sojera en el país debido a su buena rentabilidad. El cultivo de soja es unos de los que más extrae nutrientes, y es el que posee menos eficiencia en la conversión de agua en grano comparado con otros cultivos principales. La soja por ser una leguminosa tiene baja relación carbono nitrógeno y deja baja cantidad de rastrojo. Esto produce un bajo aporte de carbono, dejando un balance de carbono negativo, a través de su ciclo. Este es el constituyente principal de la materia orgánica (más del 50 por ciento de la materia orgánica es carbono) y el parámetro principal de la fertilidad del suelo. La soja está favoreciendo la desertificación del suelo e incrementando el aporte de dióxido de carbono a la atmósfera. Más de la mitad de la zona agrícola de nuestro país es sembrada con soja, y está perdiendo fertilidad. Si valoramos los nutrientes de los diferentes granos de los principales cultivos se obtiene que la soja tiene el mayor costo de nutrientes, por tonelada. Los países que nos compran la soja obtienen nutrientes baratos. Esto nos hace pensar que la rentabilidad de la soja no es buena si queremos conservar la sustentabilidad. La rentabilidad mencionada al principio, que dio una expansión en la siembra de soja, es obtenida debido al “efecto minería” de los nutrientes, que no son devueltos al suelo. Las personas que defienden el agronegocio de este cultivo nos están dejando una tierra menos fértil. Siendo la soja una minería de nutriente, en esencial el carbono, al igual que el petróleo tendría que tener un impuesto al carbono, que es del suelo argentino. Dicho impuesto tendría que ser dirigido al aporte de cultivos de gramíneas y forestales, que favorecen la captación de carbono.

Pedro Manuel Bondia

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