En el artículo “¿Una Argentina Nuclear?” (Suplemento Cash del 13 junio 2010) el economista Horacio Feinstein asevera que, desde un punto de vista económico, “el cálculo del costo de generación nuclear requiere la inclusión en el mismo del costo de disposición final del combustible nuclear agotado, así como también el de la contratación de un seguro o un fondo de caución para afrontar eventuales daños a la sociedad debidos a fallas, accidentes y desastres”. Cierra el artículo diciendo que “sería deseable que inversiones de la magnitud e impacto ambiental como las nucleares o la de generación eléctrica en Río Turbio (mediante carbón) sean evaluadas de una manera más amplia y con una mayor participación y consenso de la sociedad”. La generación de energía por la quema de combustibles fósiles, ampliamente usada en Argentina y el mundo, no calcula el costo de la disposición final de los residuos que genera, porque los vierte al ambiente sin más trámites que una chimenea o caño de escape. No da participación amplia ni se le pide discusiones abiertas en el Congreso. No hay incertidumbre científica sobre los reales desastres ecológicos cotidianos producidos por los derrames de crudo o derivados. Es una de las principales causas, si no la principal, de la emisión de gases de efecto invernadero y su consiguiente cambio climático, pero lo que hay que controlar es la actividad nuclear. El argumento parcial esgrimido recuerda a una conocida multinacional ecologista y a sus fundamentalistas antinucleares locales: “Es preferible prohibir la actividad nuclear por si contamina, que clausurar, o al menos regular, las que realmente hacen desastres”. Es altamente positivo generar un debate sobre la utilización de las distintas fuentes de generación de energía, sus costos y sus impactos, basados en la historia de las mismas, en la experiencia de Argentina y el resto del mundo, sobre las nuevas tendencias y el rol del Estado como regulador. Todo ello desde una visión multicriterial, pero basada en el conocimiento y sin prejuicios fundamentalistas.

Horacio Bocc

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