CONTADO
¿Intelligence or error?
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Economist Intelligence Unit, una división dedicada al análisis de la misma compañía inglesa que publica la muy prestigiosa y conservadora revista The Economist, elaboró días pasados un informe sobre la economía argentina dedicado exclusivamente a las exportaciones. El título del trabajo da una clara idea de la principal conclusión de los analistas: “Una performance desilusionante”. Lo fundamentan señalando que si bien el peso se devaluó en enero del 2002 un extraordinario 70 por ciento y convirtió al tipo de cambio en “el más competitivo de la región, la evolución de las ventas al exterior ha sido sorpresivamente débil y ha dejado expuesta la estrechez de la base exportadora del país”. Refuerzan la idea con cifras conocidas y elocuentes: “Entre el primer semestre del 2001 e igual período del 2004, las exportaciones aumentaron 14 por ciento en dólares y apenas un 7,8 por ciento en volumen, a pesar del espectacular incremento en el precio de la soja y el petróleo, dos commodities que representan tanto como el 46 por ciento del total de las exportaciones... (tras que) los exportadores argentinos han concentrado sus actividades en unos pocos y rentables negocios agropecuarios”.
La relevancia del tema es mayúscula, y de ser acertado el análisis y el pronóstico negativo que se desprende del Intelligence Unit, la preocupación debería ser mayor, teniendo en cuenta en particular que los precios de la soja ya no van a ser lo que fueron, y considerando en términos generales que un requisito indispensable para que la economía siga creciendo es que haya una expansión acorde en la capacidad del país para adquirir insumos importados imprescindibles para abastecer al aparato productivo. Y a menos que alguien piense en repetir la receta de endeudarse, a la corta o a la larga no hay otra manera de financiar importaciones que con las divisas procedentes de la exportación. No debe olvidarse tampoco que el país va a estar comprometido por largos años a pagar un abultado monto de divisas en intereses y capital de una deuda que, por mejor quita que consiga el Gobierno, continuará siendo pesadísima.
¿Pero la perspectiva exportadora es tan mala como la plantea la publicación inglesa, o su visión está teñida de un apresurado pesimismo? Así como hay muchos observadores locales que comparten en líneas generales lo que sostiene el Intelligence, no son pocos los que ven el asunto menos oscuro. Fuera del Gobierno, que comprensiblemente tiende a magnificar la parte llena del vaso, el ex viceministro Jorge Todesca, por ejemplo, apunta: “No había por qué esperar un salto espectacular en las exportaciones por más devaluación que hubiera. En un país que se desindustrializó como la Argentina y que se desorganizó como ya todos sabemos, un aumento considerable en exportaciones que no sean del sector primario lleva tiempo”. “Además –agrega–, las exportaciones de manufacturas industriales y de las otras están creciendo, muy modestamente, pero están creciendo.” Todesca señaló como ejemplos de esto último lo que sucede con los muebles, con las manufacturas de cuero y con el pescado elaborado. El propio informe del Intelligence reconoce que hay algunas excepciones de exportaciones no tradicionales que están creciendo como autopartes, diseño textil y vinos finos. Y aunque también apunta que hay cerca de 2500 pequeñas y medianas empresas que comenzaron a exportar luego de la devaluación, relativiza la importancia de estos fenómenos por su escasa incidencia: las micro y pequeñas empresas que exportan totalizan más de 5500, que equivalen al 40 por ciento de la cantidad de empresas que exportan, pero que aportan menos del 1 por ciento del total de lo que se exporta. En el otro extremo, a partir de la devaluación, los 100 principales exportadores incrementaron su participación en el total facturado al exterior del 68 al 82 por ciento, lo que implica un grado deconcentración superior a la de cualquier país con nivel de desarrollo comparable.
Si el Intelligence Unit está en lo cierto o dramatiza, sólo se sabrá con el correr del tiempo, y dependerá en alguna medida de factores exógenos imprevisibles, en otra parte de la eficacia, orientación estratégica y voluntad emprendedora del sector privado, y, por supuesto, una proporción significativa dependerá de la influencia y éxito de las políticas públicas que se tomen para el caso. Y en ese sentido, más allá del compromiso explícito de mantener un tipo de cambio real alto (que hasta ahora ha sido convalidado por la política monetaria del Banco Central), el Gobierno parece estar pecando de pasividad. Aunque, como señala Todesca, hoy no es tan fácil como hace quince o veinte años aplicar políticas de promoción de exportaciones que no violen las normas de la Organización Mundial del Comercio.