CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
“Una vez me dijo usted que la economía nunca ha detenido a la historia y quizá tenga razón. Pero que la economía hace historia (si no la historia) es igualmente cierto. Usted ha decidido adoptar dos políticas que le aseguran apoyo popular (¿por cuánto tiempo?) y conflicto internacional (con la única gran potencia mundial). En cuanto al apoyo popular, vuelvo a preguntarle, ¿por cuánto tiempo?”
La silla del águila, Carlos Fuentes, página 34.
El párrafo de la extraordinaria novela del escritor mexicano es parte de la carta que un asesor le escribe al presidente de ese país a los pocos días de que el primer mandatario decide romper lanzas con los Estados Unidos y el país sufre como represalia el corte de su sistema de comunicaciones.
Usando esas palabras la economía argentina ya ha hecho historia en materia de deuda externa, y no sólo porque declaró el mayor default soberano o porque consiguió la quita más grande de esos compromisos sino también porque en esa negociación desafió a los organismos internacionales de una manera que no tiene muchos precedentes. Mark Weisbrot, un economista muy heterodoxo del Center for Economic and Policy Research (Centro de Investigaciones Económicas y Políticas) de Washington acaba de escribir: “En los últimos años el poder de los organismos financieros internacionales se ha erosionado un poco, como consecuencia de que la Argentina los desafió y ganó. Después de defoltear su deuda privada por 100.000 millones de dólares y amenazar con hacer lo mismo al propio FMI dos veces, sorprendió a todos los expertos por su rápida recuperación y por el achicamiento del peso de su deuda”.
Pero la verdad es que en términos de modificar la relación entre los países endeudados y las dos instituciones multilaterales nacidas en Bretton Woods, la oportunidad de hacer verdadera historia, historia de la buena y aún más indeleble que la ya vista, está por delante y fue esbozada por el mismísimo Néstor Kirchner durante el vuelo a Alemania. No hay duda de que dejar de considerar al FMI como acreedor privilegiado sería lo más trascendente de su gobierno, hasta ahora. Por supuesto que del dicho al hecho hay un trecho, varias circunstancias por ocurrir y cien mil dudas antes de decidir.
Pero en cuanto el apoyo popular, ¿cuánto y por cuánto tiempo?, preguntaría el asesor al presidente Lorenzo Terán de la novela.
Vayan algunas pistas. El sitio de Internet de Clarín preguntó si dado el endurecimiento del organismo, hay que seguir o dejar de pagarle, y un 55 por ciento optó por la segunda alternativa. Por su parte, en una encuesta que Heriberto Muraro realizó la semana pasada, las negociaciones con el FMI son entre los diferentes desempeños gubernamentales las mejor consideradas por la población: 32 por ciento respondió que están bien llevadas, 45 por ciento regular y sólo 13 por ciento contestó mal.
En las restantes preguntas la gestión económica queda peor parada. Por ejemplo, 81 por ciento cree que los acuerdos de precios no funcionan, sólo un 29 por ciento califica de bueno el desempeño económico general, apenas uno de cada cinco aprueba la política en relación con las empresas de servicios públicos, lo mismo sucede con la creación de empleos, y el 60 por ciento está en contra en materia de política salarial. Aun así el Presidente y Roberto Lavagna siguen teniendo una razonable buena imagen (53 por ciento muy buena o buena el primero, 41 por ciento buena el ministro), aunque muy lejos de los guarismos de hace unos meses.
Paradójicamente, que el Gobierno concrete su amenaza depende más de actitudes ajenas que propias. Por lo que se conoce públicamente y por lo conversado en privado con los más encumbrados funcionarios que tienen voz en el asunto, el margen para ceder en la negociación que ya comenzó y que se acelerará a partir de esta semana, lo tienen más claro de este lado que del bando acreedor. Si la intransigencia de enfrente los empuja más allá de ese límite, les habrá llegado el momento de hacer historia o dar marcha atrás.
Y más que una cuestión de principios, que los hay, pero no son los determinantes, lo que pesa son los números. El Gobierno necesita inevitablemente que le refinancien los pagos a los organismos internacionales porque no puede seguir abonando con fondos propios como lo ha venido haciendo. Pero no está dispuesto a aceptar cualquier condicionamiento, y en particular dice ser inflexible en la negativa de reabrir el canje.
Retomando las palabras del consejero presidencial: “Para que vea que no soy tan dogmático no voy a decirle que el apoyo popular durará más que el fugaz apoyo patriótico que siempre nos será dado si nos enfrentamos a los gringos, sin calcular las consecuencias. Pondré la otra mejilla y le diré, señor Presidente, bajo pena de cinismo, que México y América latina sólo avanzan si se dedican a crear problemas. La importancia de México y de Latinoamérica es que no sabemos administrar nuestras finanzas. En consecuencias, somos importantes porque les creamos problemas a los demás”.
Así fue históricamente. La actualidad amaga con ser diferente.
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