CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Para fundamentar el escepticismo respecto a la chance que tendría un intento por parte del kirchnerismo para que YPF vuelva a propiedad del Estado argentino o de capitales privados nacionales, el domingo pasado se escribió en esta columna: “Si la resistencia de los españoles a perder Endesa a manos de alemanes no fuera suficiente demostración de la importancia que le atribuyen a la cuestión de la nacionalidad y soberanía, cabe recordar que hace muy poco el gobierno socialista español hizo lo imposible para blindar a la mismísima Repsol ante una ofensiva hostil que se veía venir por parte de British Petroleum o de la rusa Gazprom. Con rápidos reflejos armaron una operación que impuso como principal accionista al grupo constructor local Sacyr Vallehermoso”. El caso de la eléctrica Endesa se terminó resolviendo al día siguiente, con los españoles logrando el retiro de la oferta de compra hostil por parte de la alemana E.ON (se llevó como premio consuelo algunos activos de mucha menor importancia) y dejando en su lugar como nuevos dueños a una alianza española-italiana. El gobierno español consiguió proteger a Endesa del “ataque alemán”, fue el sintomático lenguaje elegido por el Financial Times.
No fue eso lo único que sucedió el lunes último vinculado con cuestiones de soberanía económica que indirectamente impactan en la Argentina. Lo más importante fue la noticia de la oferta por parte de una sociedad entre AT&T y América Móvil (la telefónica del magnate mexicano Carlos Slim) para adquirir en unos 5000 millones de euros el 12 por ciento de Telecom Italia y de esa manera acceder al dominio del monopolio telefónico que ahora controla el grupo Pirelli. Como era de esperar, al igual que en España con Endesa o con Repsol, también en Italia brotaron las reacciones nacionalistas de rechazo. Las más relevantes partieron de fuentes gubernamentales u oficialistas. El ministro para la Innovación de la Administración Pública, Luigi Nicolais, expresó que Telecom “debería quedar bajo control nacional”. Los titulares de las carteras de Comunicaciones y Seguridad Social, entre otros, manifestaron su “preocupación”, mientras que el ex ministro y actual líder del poderoso partido Demócratas de Izquierda (el más importante de la alianza que apoya al socialdemócrata Romano Prodi), Piero Fassino, argumentó que “es de interés estratégico del país que Telecom quede en manos italianas porque además de operador tiene a su cargo toda la red telefónica del país”. En simultáneo con las palabras, comenzaron a urdirse alternativas de alianzas con identidad europea y presencia italiana para desplazar a la iniciativa extranjera norteamericana, entre las que se barajan compañías alemanas, Telefónica de España y varios bancos y grupos de Italia.
Habría que pensar que debido más a la casualidad que al poder de anticipación del gobierno boliviano, el mismo lunes Evo Morales anunció la reestatización de Entel, cuya mitad accionaria está justamente en poder de Telecom Italia. A Silvio Mignano, el embajador en La Paz del país que ese mismo día empezaba a armar su defensa de soberanía y nacionalismo ante el ataque norteamericano, no le quedó margen para otra cosa que solicitar una negociación “cordial” y en un “ambiente positivo”. Es bien sabido que los países centrales no suelen tener pruritos para sostener un doble discurso ejerciendo política internacional con criterios diferentes a los domésticos. Pero esta vez la coincidencia temporaria fue tan exacta que una reacción incoherente o contradictoria hubiese sobresalido de manera flagrante hasta convertirse en contraproducente.
Ahora bien, si uno se deja llevar honestamente por el razonamiento seguido hasta aquí, lo de Evo Morales conduce a replantearse y dudar al menos un poquito sobre el convencido escepticismo expuesto al comienzo de esta columna y el domingo pasado acerca de la factibilidad de renacionalizar o reestatizar YPF o alguna otra privatizada. Por supuesto que la conveniencia de hacerlo es materia opinable, y probablemente la opinión sea diferente según se trate de hidrocarburos, teléfonos, electricidad o ferrocarriles.
A propósito del nacionalismo, ese concepto tan vapuleado y con sonido incómodo para los que se ubican del medio hacia la izquierda, en un reciente escrito titulado Inversión, industria y empresarios, Alejandro Peyrou y Hernán Neyra afirman que el crecimiento sostenido de los últimos años tuvo “algunos aspectos negativos”, entre los que destacan que “la industria se ha tornado menos nacional”. Y lo fundamentan en que “la nacionalidad de los propietarios del capital hace a la distribución del ingreso. Cuando el beneficio empresario no queda en el país, genera encadenamientos de nuevos salarios que se pierden en forma de consumos en los países de origen, y por otra parte hay una constante presión sobre el balance de pagos a futuro por la remisión de dólares a las casas matrices”.
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