CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Durante muchísimos años la teoría económica convencional postuló que los capitales iban a fluir del Norte hacia el Sur, y el fundamento era que la abundancia relativa de ese recurso en los países más desarrollados causaba que las inversiones tuvieran allí un retorno inferior que en los emprendimientos en los países subdesarrollados donde el capital escaseaba y por ende era muy requerido para todo tipo de inversiones. Y la idea dominante era que ese fluir era indispensable para financiar el crecimiento de los países receptores.
Uno de los primeros en relativizar lo que sostenía la teoría tradicional fue nada menos que Robert Lucas, Premio Nobel en 1995 y uno de los máximos exponentes de la escuela de Chicago. En un artículo publicado en 1990, Lucas apuntó con desilusión que el flujo de capitales de países ricos a pobres era muchísimo más modesto que el nivel sugerido por la teoría convencional. Alguien podría imaginar que la intensificación del proceso de globalización llevó las cosas a como se había pronosticado durante muchísimos años, pero, lejos de ello, lo que sucedió es que en el último tiempo el capital directamente anduvo en sentido inverso al previsto. En un artículo titulado “La paradoja del capital” que se publicó en el último número de la revista Finanzas y Desarrollo que edita el Fondo Monetario Internacional, Estar Prasad, Raghuram Rajan y Arvind Subramanian llegan a la conclusión de que “el capital ha estado fluyendo desde los países pobres hacia los ricos”.
Pero no es esa observación lo más sorprendente e interesante de ese artículo. Sucede que justamente desde una de las usinas que más fuerza e imposiciones hicieron para la integración del Sur a las finanzas globales, ahora se opina que “los países en desarrollo que menos dependencia tuvieron del financiamiento externo son los que más han crecido en el largo plazo”. Hasta casi parece una burla que ahora se sostenga eso desde la institución que si no prestaba su certificado de “acuerdo” provocaba que el país en cuestión se quedara sin muchos de los potenciales inversores de fondos especulativos y/o de capital productivo. Es el mismo organismo que pedía ajustes tras ajuste para evitar que el riesgo país subiera y espantara al dinero extranjero. Leyó bien: el Fondo dice ahora que “los resultados sugieren que hay un premio asociado con una reducida dependencia del financiamiento externo”, y que “hemos descubierto que existe una correlación positiva entre crecimiento y ahorro interno”.
Dejando a un lado al mensajero, los conceptos que ahora trae se amoldan perfectamente a lo que pasó aquí en los últimos años. Hasta se podría aventurar la afirmación de que así como la Argentina fue el caso paradigmático de que la dependencia de los fondos externos y el endeudamiento son aniquilatorios del crecimiento a largo plazo, desde 2003 ha pasado a ser un ejemplo emblemático de que la autonomía respecto al flujo externo agiliza la expansión.
Según reseña un reciente informe de Ecolatina, “desde la devaluación la cuenta corriente de la balanza de pagos muestra un superávit promedio de 8600 millones de dólares anuales, frente a un déficit superior a los 9200 millones entre 1994 y 2001”. Para la consultora, “los factores que contribuyen a explicar esta brecha son la decisión de sostener un tipo de cambio competitivo y estable, el canje de la deuda y el favorable contexto internacional”. Los resultados son contundentes: suponiendo un aumento del 7,5 por ciento para este año, el país habrá acumulado en el quinquenio 2003-2007 un crecimiento del PBI del 51 por ciento, lo que equivale a una tasa anual promedio del 8,6 por ciento, que es el ritmo más alto para cualquier período de expansión de los últimos 75 años por lo menos. Y según el último pronóstico de Morgan Stanley, para 2008 esperan un crecimiento adicional del 6 por ciento. Los únicos tres países con cifras de esa nivel son China, India y Venezuela, que no casualmente comparten con la Argentina la autonomía respecto del flujo de capitales externos.
Además de lo que se hizo desde el Gobierno para ganar la autonomía –como el sostenimiento del tipo de cambio nominal mediante la compra de reservas o la renegociación de la deuda que redujo a un tercio los más de 6000 millones de dólares que se pagaron de intereses en 2001–, es indudable que la situación internacional fue extraordinariamente favorable, con una fenomenal demanda y precios en alza para varios de los productos que el país más exporta y con precios en descenso para lo que importa. Ecolatina calcula que la mejora en la relación de precios o términos del intercambio explicó por ejemplo un tercio del superávit comercial del año pasado. Y estiman que la continuidad de esa tendencia aportará 2100 millones de dólares a una balanza que rozaría los 14.000 millones de excedente. La autonomía parece asegurada por largo rato. La duda es cuánto se la va a aprovechar.
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