DEBATE › EL DESARROLLO DE LAS INDUSTRIAS SENSIBLES Y POLíTICAS DE PROTECCIóN
La dicotomía Industria-Campo es presentada por economistas conservadores para criticar las estrategias de amparo sobre sectores productivos que son fuertes demandantes de mano de obra.
› Por Raul Zylbersztein *
La falacia no es una mentira, sino un razonamiento incorrecto que por medio de premisas verdaderas mal utilizadas se llega a una falsa. Falacia famosa: “Todos los plumíferos son bípedos; Sócrates es bípedo; por lo tanto Sócrates es un plumífero”. Pues parece ser que son muchos los economistas que nos quieren hacer creer cosas por el estilo. Por suerte cada vez son menos creíbles.
Ellos hablan de diferentes tipos de dólar argumentando que el dólar-soja es de 2,65 pesos y el dólar para productos que tienen algún nivel de protección es de 6,50. Lo tendencioso en ese cálculo es que para uno le resta las retenciones de exportación, al otro le suma los derechos de importación. Es comparar bananas con heladeras.
El dólar de los sojeros no es 2,65, sino que se le aplica un derecho de acuerdo con su tasa de rentabilidad, igual a algunos de los commodities primarios que se exportan. Pero no pagan a 2,65 los agroquímicos ni los bienes de capital, y mucho menos el gasoil para sus máquinas agropecuarias o los camiones que transportan sus productos.
Se publicó una nota haciendo aparecer como cierta una sátira de Federico Bastiat (1801-1850) sobre el proteccionismo, donde los fabricantes de velas y toda la cadena de valor de la iluminación de ese entonces denunciaban la competencia desleal del Sol, que ofrecía gratis su luz. Así se trató de ridiculizar a los miles de empresarios y millones de trabajadores que se desarrollaron, salieron de la quiebra gracias a políticas de protección del mercado interno.
¿Cuál es el objetivo de estas falacias, y de muchas otras, como la de las trabas del aceite de soja por parte de China que echaba la culpa a las medidas de protección? El motivo es el enfrentamiento. Volver a la vieja dicotomía Industria vs. Campo. Pero no la industria concentrada y potente, sino la industria liviana, la pequeña, la que crea trabajo por ser mano de obra intensiva. La que explica el 70 por ciento de los puestos de trabajo y el 75 por ciento de los nuevos puestos desde la crisis del 2001. La que necesita 54 empleados para facturar lo mismo que una gran empresa factura sólo con uno. Esa que fue denominada sensible porque necesita ser cuidada para que crezca para sacar a la Argentina de una economía primaria y volverla industrial.
En el país no hubo un plan de años. Una política de Estado que desarrolle estas actividades. En cortos períodos, el desarrollo industrial argentino fue fenomenal, poniéndose a la vanguardia de la región y en una posición de privilegio en el mundo, para luego perderlo.
La industria necesita de la producción primaria, primero para industrializar esos recursos que la naturaleza nos regaló y los empresarios agropecuarios bien saben explotar. Y después porque es necesario apoyarse en los recursos existentes para desarrollar otros nuevos, que después andarán solitos. Así es como todos los países desarrollados prosperaron.
El campo necesita de la industria para que, a mediano plazo, las fuentes de ingreso del país dependan menos de ella, con posibilidad de ir descomprimiendo la presión que se ejerce en ese sector. Porque si todos tenemos que vivir del monocultivo no alcanzaría con un 50 por ciento de retenciones; o habría que nacionalizar los principales recursos naturales, como Chile tiene nacionalizado el cobre, su principal fuente de ingresos.
Llegamos al Bicentenario sin resolver esa tensión que nos sigue desde el origen de nuestra nación
* Presidente de la Cámara de las Manufacturas del Cuero y Afines.
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