DEBATE › POBREZA, INDIGENCIA Y DISTRIBUCIóN DEL INGRESO
La llamada cultura del trabajo no se desalienta por políticas de igualdad de derechos, sino por la persistencia de altos índices de desempleo y de desigualdad como los existentes en el período neoliberal.
› Por Carlos Andujar *
La lucha por la justicia social, la igualdad y el bien común no es un camino fácil. La construcción de sentidos y significaciones en torno de la pobreza y la desigualdad condicionan y orientan, habilitando unas y descalificando a otras, las políticas públicas que intentan intervenir en tal situación. Existen distintos modos de plantear el problema y su definición no es independiente de las estrategias de intervención. Los primeros sistemas de asistencia a los pobres estaban preocupados por diferenciar a los pobres “merecedores” de la ayuda estatal de los que no lo eran. En Inglaterra, por ejemplo, en el siglo XIX se aplicaba el test de la casa de trabajo, para determinar si los mendigos eran o no indigentes. Las condiciones de trabajo dentro de la casa (picar piedras para los hombres e hilar para las mujeres, incluyendo la prohibición de derecho al voto si en efecto lo tenían) eran menos favorables que las que recibía un trabajador de bajo salario en el mercado. Si el solicitante estaba dispuesto a trabajar bajo tales condiciones podría entonces ser considerado un indigente. El fin que perseguían dichas políticas de bienestar no era sólo “encarcelar” a los indigentes, sino principalmente no afectar al mercado de trabajo y concomitantemente culpabilizar de la pobreza a los mismos pobres.
Muchas frases en la actualidad que inundan el sentido común responden a dicha lógica. Hay una pobreza “digna” y otra “no digna”, con los planes trabajar se destruye la “cultura del trabajo”, “tienen hijos para cobrar más subsidios”, “no trabajan porque son vagos”, son sólo algunas. En realidad todas ellas esconden a un pobre que es siempre un otro y nunca un nosotros.
En este sentido, nos permitimos disentir con algunas de las ideas del artículo “Igualdad y equidad” de Daniel E. Novak publicado en este suplemento en la edición del 12 de febrero pasado. En dicho artículo el autor presenta al concepto de equidad como superador del de igualdad, dado que el primero abre la posibilidad de intervenir en las desigualdades de origen. Sin embargo, la noción de equidad aparece fuertemente ligada, en la década de los noventa, a la de igualdad de oportunidades y juntas fundamentaron las políticas sociales focalizadas. Dichas políticas, si bien reconocían las desigualdades, pretendían solucionarlas con intervenciones dirigidas estrictamente a las poblaciones que, oportunamente, eran definidas como “en riesgo”, sin cuestionar ni modificar las relaciones y los modos de producción capitalistas para las que se recomendaba al mercado como única fuente de eficiencia para la distribución de los recursos. De este modo, mientras el libre juego de la oferta y la demanda (que no es libre ni es un juego) producía las desigualdades, las políticas focalizadas no sólo no las resolvían sino que las profundizaban, naturalizándolas, atribuyendo su fracaso a las características o actitudes de la población afectada, terminando por culpabilizarlas de su propia desgracia: “no quieren trabajar”, “se gastan el dinero en otras cosas”, “no tienen valores”, “tienen muchos hijos...”.
Por otro lado, el autor, refiriéndose a los distintos criterios con los que una sociedad puede organizar la distribución de la riqueza y el ingreso en una sociedad, argumenta que si la misma se realiza exclusivamente a partir del criterio de dar a cada uno según sus necesidades con independencia de su contribución, se desalentaría la cultura del trabajo.
La llamada cultura del trabajo no se desalienta por la implementación de políticas de igualdad de derechos sino que lo hace a través de la persistencia de altos índices de desempleo y de desigualdad como los presentes en todo el período neoliberal. Lo que destruye la esperanza de construir bienestar a partir del trabajo es ser tercera generación de desempleados y ver cómo día a día se cierran todas, absolutamente todas las puertas; y no los planes sociales, los subsidios o los beneficios que intenten paliar tal situación. No puede construirse ninguna política redistributiva duradera y profunda combinando criterios liberales y los que no lo son.
Debemos recuperar nuestro sentimiento de indignación en relación con la existencia de la pobreza y la indigencia, animándonos como sociedad a decir que la igualdad es el único horizonte posible para tratarnos verdaderamente como iguales.
Debemos construir políticas públicas de igualdad con los excluidos y no para los excluidos, otorgando la palabra (no sólo como destinatarios pasivos) a los movimientos territoriales, a los y las luchadoras sociales y comunitarias, a los trabajadores, a los pueblos originarios y a todos aquellos que, de un modo u otro, sufren las consecuencias de la desigualdad.
Debemos dejar de culpar a los pobres por su pobreza. El problema no son los valores de los grupos excluidos sino los valores de aquellos grupos de personas que han tomado las decisiones políticas y económicas que los excluyeron.
Más que estudiar a los pobres, como dice Kozol, debemos estudiar la indiferencia casi patológica de los ricos y sus aliados que impide construir ese nosotros tan imprescindible para continuar andando
* Docente UNLZ - FCS.
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