Domingo, 10 de noviembre de 2013 | Hoy
DEBATE › LEY DE MEDIOS Y RECLAMOS SOCIALES
Por Carlos Andujar *
Varias clases sociales diferentes usan la misma lengua. Como resultado, en cada signo, en cada palabra, se interceptan acentos con distinta orientación. El signo se convierte en la arena de la lucha de clases. Los sectores dominantes, parafraseando a Voloshinov, se esfuerzan por impartir a las palabras en particular y a los signos en general, un carácter eterno, superclasista, por extinguir u ocultar la lucha entre los juicios sociales de valor que aparecen en ellos, por hacer que el signo sea uniacentual. Qué dirían aquellos negros libertos que se reunían en los quilombos si supiesen que el significado que se le atribuye hoy a esa palabra, 200 años después, no está asociado a la libertad y a la igualdad como en sus orígenes, sino al caos y al desorden. Qué sectores son los que impusieron o acentuaron ese significado en desmedro del original. Cada signo ideológico, continúa el lingüista ruso, tiene dos caras y esta cualidad interna de los signos permanece por lo general oculta y sólo se exterioriza en los tiempos de crisis o cambios revolucionarios. Esos tiempos son los nuestros.
La ley de medios sancionada hace cuatro años abrió un debate social sobre el monopolio de la palabra que ya no se podrá cerrar. Lo que hoy es evidente, que los medios masivos de comunicación crean la realidad, la representan y tienen intereses sectoriales en juego, no lo era tiempo atrás. Los vientos de cambio están y vinieron para quedarse.
Venimos escuchando desde el 2008, conflicto por las retenciones mediante, en algunos medios de comunicación y en cierta parte de las redes sociales, disímiles reclamos que conforman un abanico bastante heterogéneo. Sin embargo, a la hora de la manifestación, de la pancarta, del cántico, de la cadena de correos o las publicaciones en las redes, suele tener denominadores comunes: basta de inseguridad, queremos más libertad y democracia, más república, en contra del autoritarismo, en contra de la pobreza y la desigualdad.
Quién en su sano juicio puede estar en contra de esos reclamos. Quiénes de nosotros podemos decir que no es un valor digno de defender la libertad o la igualdad. Que hay que acabar con la pobreza y la criminalidad. Que nunca más queremos gobiernos autoritarios en estas tierras. Que queremos más y mejor democracia. Pero, si coincidimos, ¿por qué sentimos que esos reclamos vienen de la vereda de enfrente? La respuesta está en los signos y sus acentos. Tomar a los signos, a las palabras, como algo dado, estable, unívoco, y no como un espacio de lucha y conflicto por la construcción de significaciones, modos de ver y comprender a la realidad misma, nos lleva a realizar análisis erróneos, parciales y superficiales.
Los sectores sociales que participan de estas manifestaciones al mismo tiempo que hacen oír sus pedidos por mayor libertad, democracia y lucha contra la pobreza y la desigualdad, piensan (y dicen) que los planes sociales son dádivas y fomentan la vagancia y que los impuestos progresivos (como el Impuesto a las Ganancias o a los bienes personales) son injustos porque les sacan el dinero a quienes “lo ganan trabajando” para juntar fondos para la “caja” que financia las políticas sociales. Al mismo tiempo que ven muy mal que dos millones y medio de personas puedan jubilarse no habiendo realizado todos los aportes porque eso hace menos solvente el fondo al que ellos sí contribuyeron; o que miles de madres pobres reciban un subsidio a partir del quinto hijo porque debieron “haberse cuidado y planificado la maternidad” como, ya sabemos quiénes, hicieron.
La igualdad a la que ellos se refieren es una igualdad de partida, una igualdad liberal, que supone un mundo sin diferencias o que, si las hay, son atribuibles específicamente a los comportamientos y elecciones de quienes las sufren. Quieren igualdad y libertad para que todos por igual puedan comprar dólares, cambiar el auto y viajar al exterior. La igualdad que vemos otros es de llegada, una igualdad democrática, entendiendo que la pobreza, la exclusión y la desesperanza son el resultado de las míseras condiciones sociales que vienen sufriendo generación tras generación los desharrapados de estas tierras. Desigualdad que sólo puede erradicarse con políticas radicalmente desiguales a favor de los más débiles. Esa igualdad que sólo un Estado y sus políticas fiscales y sociales progresivas pueden hacer realidad
* Docente UNLZ-FCS
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