La prueba de fuego electoral está siendo superada por los gobiernos centroizquierdistas latinoamericanos. El venezolano Nicolás Maduro y el ecuatoriano Rafael Correa revalidaron sus liderazgos en las elecciones presidenciales del año pasado. La chilena Michelle Bachellet desalojó a la derecha trasandina de la Casa de la Moneda. Este año, los triunfos de Evo Morales, Dilma Rousseff y Tabaré Vázquez se inscriben en la misma línea. El boliviano y la brasileña renovaron sus mandatos hasta 2020 y 2019, respectivamente. Por su parte, el candidato frenteamplista uruguayo se encamina hacia la victoria en el ballottage.

Esa revalidación ciudadana marcha a contramano del supuesto “fin de ciclo” regional. Hace algunos años, Rafael Correa manifestó que “América latina no vive una época de cambios, sino un cambio de época”. La sentencia conserva su vigencia a pesar de las evidentes dificultades por las que atraviesan las experiencias nacional-populares.

La fortaleza de las fuerzas progresistas regionales no es idéntica en todos los países. Por ejemplo, los triunfos de Rousseff y Maduro fueron muy ajustados en contraposición a las aplastantes victorias de Correa y Morales.

A pesar de eso, el oficialista Alianza País ecuatoriano sufrió la pérdida de las estratégicas alcaldías de Quito y Guayaquil en las elecciones regionales de este año. Sin embargo, los sondeos de opinión revelan que la gestión de Correa continúa siendo apoyada por más del 60 por ciento de los ciudadanos. La fuerte inestabilidad política que atravesó Ecuador, a partir del estallido de la crisis en 1999, torna inédito ese nivel de aceptación popular. En apenas diez años siete presidentes se sucedieron al frente del Poder Ejecutivo.

A partir de 2006, el movimiento liderado por Correa se impuso en diez procesos electorales consecutivos (incluyendo dos elecciones presidenciales).

Los avances en el terreno económico-social han sido sustanciales desde entonces. Entre 2007 y 2013, Ecuador fue uno de los tres países que más posiciones escalaron en la clasificación mundial del Indice de Desarrollo Humano (IDH) elaborado por el PNUD. De esa manera, la nación ecuatoriana pasó a integrar el grupo de naciones de alto desarrollo humano.

La tasa de crecimiento económico promedio, en dicho período, alcanzó el 4,3 por ciento. La desocupación actual es apenas del 4,15 por ciento y la pobreza se redujo del 37,6 por ciento en 2006 al 25,6 por ciento en 2013. La extrema pobreza por primera vez en la historia se ubicó en valores inferiores a dos dígitos. A su vez, la desigualdad de ingresos medida por el coeficiente de Gini disminuyó 7 puntos de 2006 a 2012. En ese período, la reducción promedio del Gini latinoamericano fue de 2 puntos.

“Los impresionantes cambios ocurridos son consecuencia básicamente del cambio en las relaciones de poder. Ahora en Ecuador manda el pueblo ecuatoriano... el desarrollo es básicamente un problema político. El problema fundamental es quién manda en una sociedad: las élites o las grandes mayorías, el capital de los seres humanos, el mercado o la sociedad”, explica Rafael Correa.

Los opositores repiten los conocidos tópicos agitados por la derecha regional (excesivo intervencionismo estatal, autoritarismo gubernamental). Por ejemplo, el coordinador de Economía del Colegio de Administración para el Desarrollo de la Universidad de San Francisco, Pedro Romero, sostiene que “el índice de Polito IV de la Universidad de Maryland que mide la calidad de la democracia nos califica en 5 sobre una escala de 10, lo cual califica a Ecuador como una democracia con pocas restricciones al poder Ejecutivo. De hecho se observa un deterioro desde 2000 a 2010, cuando pasamos de 9 a 5”.

Los ecuatorianos se resisten a comprender que gozaban de una plena democracia cuando tenían elevados índices de desempleo, desigualdad y pobreza. Los reflexivos estudios de la Universidad de Maryland no lograron esmerilar el liderazgo de Correa.

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@diegorubinzal