Dom 06.05.2012
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OPINIóN › EL CONTROL ESTATAL DE YPF Y LOS CAMBIOS GEOPOLíTICOS

Un mundo distinto

› Por Manuel Calderon

La estatización de YPF representa el redoble de las apuestas del Gobierno a la creencia en un cambio de época mundial. Es otro movimiento de una estrategia guiada por ciertas previsiones acerca del futuro desenvolvimiento del mundo. Como toda apuesta o estrategia, basada en una creencia sobre el probable devenir del futuro, puede tener éxito o no en función de lo que realmente acontezca.

El primer elemento de la creencia es la continuidad del desplazamiento de poder económico y político desde “Occidente” hacia “Oriente”, lo que en términos de los ’60 sería el Primer Mundo y el Tercer Mundo. Desde este punto de vista, el surgimiento de los Brics y la crisis europea son claras evidencias del cambio de época, caracterizado por una Europa declinante (salvo, quizás, Alemania) y con riesgo de desintegración, una economía asiática cada vez más central y unos Estados Unidos que (aunque no declinan) siguen tratando de entender y acoplarse al nuevo esquema. En este sentido, la estatización de YPF es un claro desafío a las “maneras de mesa” de este llamado mundo occidental; se piensa que las próximas inversiones externas vendrán de Asia y Brasil, y no de Europa; y en Asia y Brasil el rol del Estado en la planificación de la economía es totalmente otro.

El segundo elemento de la creencia es sobre el plano interno, que guarda simetría con el externo. Así como en el mundo el poder se desplaza del centro a la periferia, o de los ricos a los pobres, en Argentina también está sucediendo lo mismo. Las clases populares vuelven a tener cada vez más protagonismo en la economía y la política. Uno de los pilares del modelo es la potenciación del consumo interno de productos nacionales, hecho que en términos de economía política representa una alianza entre los industriales y los trabajadores. La continuidad de este círculo virtuoso económico-político depende de que no se descalabre la puja distributiva entre ambos sectores, para lo cual es necesario poder administrar el tipo de cambio (o la inflación), lo que se logra a partir de las divisas que provee un sector externo dinámico y la continuidad de los términos de intercambio favorables, que si China e India siguen consumiendo, o mejor dicho empiezan a consumir, está más que garantizado.

La última vez que un gobierno argentino apostó tan arriesgadamente a un cambio de época las cosas no salieron como se esperaban. La estrategia de Perón se basaba (con algunos matices) sobre la misma creencia: un Tercer Mundo emergiendo pujante de las ruinas de la posguerra europea y la consolidación de una alianza interna entre industriales y trabajadores sobre la base de la expansión del mercado interno (en desmedro del agro-capitalismo exportador vinculado principalmente al Reino Unido).

Sin embargo, el Tío Sam y Stalin ocuparon todo el protagonismo de la posguerra, desplazando al Tercer Mundo de la escena y del reparto de poder, y conjurando el sueño peronista de un mundo multilateral y práctico y de una Argentina unida y próspera. La maquinaria ideada por Perón en los ’40 colapsó en los ’70, y durante los siguientes treinta años el Primer Mundo nos cobró la apuesta.

¿Y si el problema de Perón fue que se adelantó a su época? ¿No habrá sido sólo un problema de timing? ¿No será que ahora sí el Tercer Mundo emerge y disputa con fundamento su parte de la torta? ¿No será entonces este el momento de decir “vamos por todo” y apostar a un mundo distinto, con los riesgos pero también los posibles beneficios que eso tiene?

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