OPINIóN › CRECIMIENTO, EMPLEO, INVERSIóN Y EMPRESARIOS NACIONALES
El capital invertido en el proceso productivo tiene la capacidad de reproducirse, generar empleo, aumentar el consumo y alimentar un círculo virtuoso al servicio del conjunto social.
› Por Emilio Katz *
El titular de la UIA, José Ignacio de Mendiguren, en el suplemento Cash de Página/12 del domingo 16 de septiembre pasado, formula una serie de opiniones respecto del rumbo del modelo económico, del proceso de reindustrialización del país, de la necesidad de que el campo nacional se mantenga unido como garantía de éxito de un proyecto de desarrollo. También habla sobre la sociedad existente entre los empresarios, los trabajadores y el Gobierno, destacando el requisito de mantenerla como un bloque. Además, alude a que este proyecto virtuoso –con agregado de valor y desendeudamiento– está afectando intereses y convoca adversarios, entre otros puntos que, según mi opinión, debieran servir para encarar un debate serio, abierto, profundo que nos permita desentrañar un conjunto de interrogantes respecto del rol que vienen jugando los distintos segmentos del empresariado a lo largo de nuestra historia y, en particular, desde la década del noventa hasta nuestros días.
No resulta extraño que existan tantas opiniones que ponen en duda la existencia misma de lo que se denominó “el empresariado nacional”. En relación con este punto, y con el ánimo de aportar ideas que nos ayuden en este complejo objetivo, valen como referencia algunos conceptos extraídos del nuevo libro de Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, cuyo título es El precio de la desigualdad.
Stiglitz hace referencia a que desde hace veinte años vienen aumentando las desigualdades, lo cual no sólo resulta socialmente inaceptable sino que, desde el punto de vista económico, sus consecuencias son más nefastas aún. Y agrega que es mucha la gente que ignora que las desigualdades cuestan muy caro porque participan directamente del deterioro de la economía.
Afirma que “en los últimos treinta años, los Estados Unidos se han convertido en un país dividido. La clase alta, que abarca al 1 por ciento de la población, ha progresado rápidamente y el 99 por ciento restante ha retrocedido. Los salarios bajos aumentaron un 15 por ciento, mientras que los del uno por ciento del nivel superior aumentaron un 150. Esta situación es aún más flagrante si se observa la distribución de los ingresos dentro de los diferentes segmentos que componen el sector del capital”.
A partir de estos conceptos vertidos por el autor valen algunas reflexiones.
Ese proceso de concentración de riqueza analizado desde los Estados Unidos, y que se reprodujo en todo el mundo resultante de una descomunal regresividad distributiva, desmitificó toda la teoría clásica sobre las maravillas del mercado y la libre competencia y dio paso a la etapa de predominio del capitalismo financiero, cuyas principales características se asientan en la especulación y el parasitismo.
Con el propósito de adornar esta fase del desarrollo capitalista se hace referencia a la valorización financiera, con lo cual se intenta desconocer los fundamentos de la teoría del valor, que asigna al trabajo que se le va incorporando a la mercancía, en las distintas etapas de su producción, la cualidad de generar valor.
El dinero que a través de operaciones financieras deviene en más dinero sólo es resultado de la apropiación de una parte de la riqueza generada por el trabajo humano que se transfiere, vía tasa de interés, a los dueños del capital financiero.
En nuestro país, desde el primer gobierno de Perón se hace referencia al círculo virtuoso que se podría generar en la economía si el ingreso se repartiera en dos partes iguales: la mitad para los trabajadores y la otra mitad para los capitalistas. En los cortos períodos en los que la ecuación distributiva se aproximó a esos niveles fue dable observar una fuerte reactivación del proceso económico.
En otro de sus párrafos, Stiglitz hace referencia a la fuerte desigualdad distributiva que se observa en el espacio de los capitalistas. En un anterior trabajo sobre el tema, me referí a la falacia que significa englobar bajo una misma denominación realidades tan distintas como las que viven las micropymes y las empresas más concentradas, ignorando la fuerte regresividad en la participación del ingreso, no obstante ser las mipymes las mayores generadoras y capacitadoras de empleo.
Stiglitz analiza cómo en la economía hay un sector conformado por el 1 por ciento de las personas y cuyo poder económico crece aceleradamente, y existe otro sector compuesto por el 99 por ciento que retrocede. Sin embargo, en el plano de la política, una persona es un voto. Es fácil deducir que ese 1 por ciento pudo construir su poder apropiándose no sólo de una gran parte del trabajo de aquel 99 por ciento sino, también, de su forma de pensar.
En nuestro país se disputa, en los planos económico, político y cultural, una gran batalla entre quienes aspiramos a mantener y profundizar el rumbo y aquellos que tratan de impedirlo sin levantar un proyecto alternativo. No es que no lo tengan –lo tienen– pero no se animan a exponerlo porque expresa los intereses de ese 1 por ciento. Es el proyecto del capitalismo financiero, antiindustrialista.
El proyecto de país para el 99 por ciento de la gente no tiene nada que ocultar, pretende profundizar un modelo de desarrollo con inclusión social, con pobreza cero, con plena ocupación, con un fuerte desarrollo industrial, donde los distintos factores de la producción puedan desplegar toda su capacidad, privilegiando el interés del país por encima de los intereses sectoriales.
Coincido con Mendiguren en que estamos transitando un cambio de época. Quienes venimos actuando en el campo empresario debemos asumir el compromiso de interpretar ese cambio y sumarnos al campo nacional. Las contradicciones se agudizan, y ese 1 por ciento al que se refiere Stiglitz se ubica en la vereda de enfrente para defender sus privilegios. En la medida en que se profundiza el proyecto dejan de ser adversarios y pasan a ser enemigos.
El debate de ideas que sugiero debe ser franco, profundo, crítico y autocrítico, con la mira apuntando a la construcción de una fuerza empresarial integrada por las distintas entidades que vienen trabajando en la misma dirección, pero por senderos paralelos. Nos debe animar el orgullo de poder decirle al resto de la sociedad que los empresarios nacionales estamos de pie. En ese intercambio de ideas no podemos dejar de preguntarnos sobre los motivos que impulsaron a muchos empresarios argentinos a girar al exterior cientos de miles de millones de dólares, ganados en el país. Si los científicos que emigraron en los ’90, buscando desplegar en el exterior los conocimientos adquiridos en el país, hoy están regresando, cabría el interrogante sobre la vocación del empresario y su capacidad de percibir las condiciones casi inéditas que hoy se dan en el país –a partir del fuerte crecimiento del mercado interno, el proceso de sustitución de importaciones y la decidida participación del Estado en todos los órdenes a favor de la producción y el empleo– para devolver a la Argentina la ganancia que fueron obteniendo y girando al exterior.
El capital invertido en el proceso productivo tiene la capacidad de reproducirse, generar empleo, aumentar el consumo y alimentar un círculo virtuoso al servicio del conjunto social. En cambio, cuando se lo esteriliza como hace el capital financiero, se transforma sólo en un somnífero cuya única función es permitir que su amo duerma tranquilo, pero con un ojo abierto
* Economista. Dirigente de Apyme y directivo de Caibyn.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux