MUNDO FINANCIERO › ESPECULACIóN EN JAPóN
› Por Carlos Weitz
En febrero pasado, la revista financiera Bloomberg publicó el listado de los 300 residentes suizos más adinerados. En ese afortunado pelotón aparecen el diseñador de relojes de lujo Raymond Weil, el tenista Roger Federer y el financista Philippe Jabré. Este último personaje nació en 1960 en el Líbano. Se graduó en la Universidad de Beirut y estudió finanzas en Columbia, en Nueva York. Trabajó en varios bancos de inversión y desde 1990 fue una pieza clave en el éxito de un fondo especulativo (hedge fund) localizado en Inglaterra llamado GLG. En febrero de 2006, recibió una sanción del regulador financiero inglés por “abuso de mercado” al operar acciones de una compañía japonesa utilizando información confidencial, debiendo abonar una multa por 750.000 libras esterlinas. Ese mismo año, Philippe declaró su independencia anunciando la creación de un fondo especulativo propio localizado en la ciudad de Ginebra. Su reputación para hacer buenos negocios hizo que clientes satisfechos con sus servicios le confiaran –sólo para empezar su nuevo emprendimiento– una cifra cercana a los 4000 millones de dólares. Tanto en 2008 como en 2009 obtuvo resultados mejores que el promedio de sus competidores.
Philippe es considerado un operador al que le gusta asumir elevados riesgos. Su buena estrella tembló con el tsunami y los terremotos que sufrió Japón el mes pasado. Una de las características típicas de los mercados financieros es la sobrerreacción con la que suelen responder los inversores ante eventos inesperados. Los ciclos de euforia y pánico que experimentan los mercados financieros en forma recurrente se potencian por componentes psicológicos que no se corresponden con datos objetivos de la realidad. Usualmente, la primera reacción esperable de los mercados ante una catástrofe de proporciones es que el precio de los activos financieros de ese país se desplome en forma inmediata. Con el paso del tiempo, y una vez calibrados apropiadamente los alcances de la tragedia, el precio de los activos suele empezar a recuperarse de la pérdida inicial.
Según cuenta el periódico Wall Street Journal, el pasado 11 de marzo, al enterarse de la tragedia, Jabré se encerró en su oficina para fumarse un cigarro. Luego de ponderar sus opciones se dirigió al piso de negociación de la compañía con vista a las montañas que rodean el barrio viejo de Ginebra. A contramano de lo que indica el sentido común decidió –en ese momento de pánico– comprar acciones japonesas. Para el miércoles 16 de marzo el Nikkei acumulaba una caída de 13 por ciento, impactando negativamente en el resultado de sus inversiones. Para sus empleados, Jabre, de 50 años, se veía calmado, pero la procesión iba por dentro. “Me sentía horrible, pero no lo expresaba”, dijo. “Las emociones son el enemigo de una persona equilibrada” señaló, tirando alegremente por la borda uno de los principales caballitos de batalla de la psicología moderna. Al conocerse las noticias sobre problemas en la planta nuclear japonesa de Fukushima, Jabre fue directamente a las fuentes y consultó a cuatro científicos nucleares, especulando que si la radiación se propagaba a Tokio, las autoridades podrían cerrar el mercado de valores, congelando sus acciones por meses.
Ante la brutal caída en el precio de los activos japoneses, Philippe finalmente se puso nervioso y confirmando que las emociones son malas consejeras en el mundo financiero, vendió sus acciones justo antes de que las mismas repuntaran de precio vigorosamente. Sus desaciertos llevaron a que sus arriesgados clientes perdieran unos 300 millones de dólares en dos semanas. Si bien estos fueron los peores días de su carrera, Jabré asegura que la mayoría de sus inversores comprende sus decisiones, destaca que pocos han pedido sacar su dinero, y remata su discurso con optimismo: “Les estamos diciendo a nuestros clientes que hemos perdido seis meses de desempeño, pero volveremos” (y seremos millones –de dólares o euros–)
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