Eduardo Crespo
Economista, Universidade Federal Fluminense
“En las economías contemporáneas resulta casi imposible conciliar tres objetivos económicos bastante elementales: alcanzar un alto nivel de crecimiento, en un contexto de baja inflación, mejorando la distribución del ingreso. Sólo en breves períodos, caracterizados por un fuerte (y a veces pormenorizado) control estatal de la actividad económica, estos objetivos fueron realmente satisfechos en forma simultánea. Pero en la generalidad de los casos conforman un verdadero trilema imposible. Para la visión ortodoxa, para mantener a raya la inflación, siempre sería necesario preservar un cierto nivel de desempleo disciplinador. En Argentina es evidente que las aceleraciones inflacionarias no son el resultado del exceso de demanda. La alternativa de reducir el poder de sindicatos, aplicar medidas represivas varias y reducir el gasto público para atenuar la conflictividad social, es un arma de doble filo condenada al fracaso. La verdadera alternativa popular consiste en implementar las medidas que en su momento consiguieron superar el trilema: se precisan políticas de ingreso consistentes en la negociación de precios y salarios, la aplicación de retenciones para desconectar los precios internos de los internacionales, la aplicación de incentivos para favorecer el cultivo y la cría de productos de consumo básicos. Y a la larga, se necesita una política industrial que permita aumentar la competitividad sin acudir a tipos de cambio tan ‘competitivos’ que terminen incentivando la puja distributiva.”
Alejandro Fiorito
Economista, UBA-UNLU
“No existe experiencia histórica de crecimiento económico importante sin inflación. Y hay que remarcarlo, puesto que se ha instalado en la opinión general y en la de los economistas convencionales la supuesta posibilidad de crecer sin inflación o con una baja (de un dígito) y con una causalidad errada para intentar frenarla. Por eso, para la ortodoxia nunca se puede crecer: en el alza del ciclo debido a la ‘inflación por demanda’, y en la baja por no tener recursos fiscales para gastar. Múltiples estudios indican que la causalidad ‘ofertista’ es incorrecta: la demanda siempre ejerce influencia en la capacidad productiva y no al revés. En la Argentina con una utilización de la capacidad al 75 por ciento promedio, la experiencia reciente muestra que la suba de precios internacionales de las commodities que exporta, eleva el valor de la canasta salarial y dispara la puja redistributiva entre salarios y beneficios. Los salarios crecen y las firmas los trasladan a precios y sin la necesidad de que los mark up sean más elevados, con lo que se dispara la inflación. Históricamente, la inflación de demanda existe sólo en coyunturas muy excepcionales. Las causas de inflación deben buscarse en otro lado, en los costos. Por ende las herramientas para compensar los efectos redistributivos de la misma y permitir el crecimiento son estrictamente políticas: ‘políticas de ingresos’, que buscan bajar la inflación sin reducir el nivel de actividad, en tanto no están mecánicamente vinculados. Cortar el pie no puede considerarse la cura del cáncer de uña.”
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