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“Tuve cargos en el PRO y aparezco en todos los videos partidarios”, sentencia, divertido, el sucesor de Ricardo Jaime, quien transformó el despacho de su antecesor en una sala de reuniones.

¿No cree que hay cierta incongruencia en su carrera política?

–Groucho Marx dice que uno piensa siempre lo mismo, aunque canalice por lugares diferentes. En un momento en que había desaparecido la política, el PRO era un buen lugar. Creía que el menemismo había terminado con la política. Yo no niego las cosas contradictorias. Fui catequista en la Villa de Retiro y por eso me conocen.

¿Y cómo ve hoy al gobierno de Mauricio Macri?

–El de Macri es hoy uno de los peores gobiernos comunales de que yo tenga memoria. No hizo ninguna transformación de fondo. Sólo maquillaje y mal hecho. Y el gran atributo que la gente valoraba era su capacidad de gestión. El 60 por ciento de los porteños no es de centroderecha sino que apostó a esa capacidad de gestionar. Pero ese enorme atributo dio lugar a una defraudación. Los políticos tienen que demostrar que pueden pasar a un estadio superior. No sé si los habitantes de Buenos Aires le darán la posibilidad de pasar a ese estadio, porque su tarea es incompleta. Existe una lógica perversa fundada en la idea de que es oxigenante que gente que no viene de la política incursione en cargos públicos. Acá hay una demostración de que eso no siempre es bueno. Y mucha gente que estuvo con él sentirá frustración