DEBATE
› Por Federico Sturzenegger *
Alfredo Zaiat se impuso en Economía a contramano el interesante desafío de escribir un libro que defienda las medidas económicas de Cristina (muy diferentes de las que vimos con Duhalde-Lavagna-Néstor): el corralito de pesos, el atraso cambiario, la política del Indec, la inflación, la nueva Carta Orgánica del Banco Central, el uso de reservas para pagar deuda, el direccionamiento del crédito y las estatizaciones. Menuda tarea, en un momento en que el modelo destruye empleo, las exportaciones caen y la economía está estancada, con inflación creciente.
Indudablemente, el libro tiene aciertos y muchos. Me gustó su férrea defensa de que el tipo de cambio no está atrasado. Resulta extraordinario cuando comenta que Martínez de Hoz fue el precursor de manipular las cifras del Indec con su índice de precios “descarnado”. Es valiente cuando reconoce como un error el multar y procesar a la consultoras que elaboran índices de precios, cuando reconoce una inflación del orden del 20 por ciento, o cuando critica los intentos de contener la inflación con los controles unipersonales del secretario de Comercio. También considero que acierta en un todo cuando elabora la inutilidad del concepto de reservas excedentes en la post Convertibilidad o cuando defiende el pago de deuda con reservas internacionales.
Pero creo que lo más interesante y constructivo es discutir sobre los puntos que no comparto.
Zaiat argumenta que el dólar es una obsesión compulsiva de los argentinos, pero no la relaciona con la incertidumbre asociada al peso. Más aún, plantea que la tenencia de dólares es un fenómeno que involucra sólo a unos pocos, lo que se choca con los 50.000 millones de dólares circulando localmente que el mismo Zaiat nos ofrece como prueba de esa compulsión.
Plantea, correctamente, que una devaluación implica una redistribución negativa del ingreso y que hay que evitarla a toda costa. Sin embargo, no resuelve cómo cierra esto con su propia visión de que un tipo de cambio competitivo es una “estrategia para alentar la industrialización”. Creo que Menem, Cavallo o Martínez de Hoz podrían haber recibido una felicitación de Zaiat por evitar un acomodamiento cambiario en sus respectivas gestiones. En esta discusión, el efecto del atraso cambiario sobre el empleo es ignorado completamente. Para justificar el atraso cambiario, sostiene que la devaluación no es aceptable por su impacto inflacionario (aunque luego no critica la inflación en el capítulo dedicado a este tema).
Más exótica es la defensa del cepo, diciendo que es similar a las restricciones impuestas por el control de lavado de dinero en Brasil y Chile, donde las operaciones de cambio están obligatoriamente bancarizadas. Pero hay un trecho larguísimo entre bancarizar una operación y prohibirla lisa y llanamente.
En el campo del Indec, Zaiat se mueve claramente con culpa. Reproduce los reproches a este accionar por parte de un panel de la UBA. Pero luego los desestima o ignora. Sabe que índices confiables son un activo que todo país debe tener. Su argumento en defensa del Indec se basa en que los índices de las consultoras son peores que los oficiales, que no pueden utilizarse los índices de las provincias que correlacionaban fuerte con el IPC bien medido porque el nuevo índice de precios mide otra cosa (sic) o, directamente, que en todo el mundo se descree de las estadísticas oficiales. Es cierto que los índices de precios tienen problemas, pero una cosa es tener un error de muestreo, o usar menos datos, y otra cosa es poner en un índice números que no se condicen con la realidad.
El capítulo más flojo es sin dudas el de la inflación. Está orientado a demostrar que la inflación nada tiene que ver con la emisión monetaria, sino con la estructura productiva de la Argentina o con el precio internacional de los alimentos. Pero la estructura productiva de Argentina no cambió tanto desde los años ’90 y no había entonces inflación. Y los precios internacionales no pueden ser culpables, porque –de ser cierta esta hipótesis– debería entonces haber inflación en todos los países latinoamericanos o, más aún, del mundo. Ahora bien, cuando va a testear la hipótesis que dice querer refutar (la relación entre emisión e inflación), hace un ejercicio extraño y no compara el crecimiento de la cantidad de dinero con la inflación, lo que habría revelado que en la presidencia de CFK crecieron al mismo ritmo (170 por ciento). Pero está claro, si Zaiat hubiera verificado y presentado este número, la base argumental del capítulo se desmoronaba.
Zaiat muestra el crecimiento en el stock de deuda durante distintos gobiernos, pero inexplicablemente deja afuera a CFK. Incluirla habría mostrado una dinámica similar a la de otros períodos. Pero esto sería un pecado menor, ya que el nivel de endeudamiento se mide típicamente como porcentaje del PBI y su reducción es uno de los logros más importantes del kirchnerismo.
Para describir al sector financiero como un cuco, Zaiat comenta que el canje de deuda fue reprimido por los mercados, los que en represalia vedaron el acceso al financiamiento. Pero la realidad es que el canje generó un período de gran optimismo con Argentina, que incluso llegó a tener un muy bajo costo de fondeo, similar al de Brasil. Ese encantamiento post restructuración duró poco y fueron nuestras propias políticas las que nos sacaron del mercado financiero internacional: la manipulación del Indec se constituyó en el primer default en la historia (por licuación del CER) en una economía en crecimiento.
Aunque en general estoy de acuerdo y apoyé mucho en estos años la política del desendeudamiento, en 2012 no puedo dejar de marcar que los costos del financiamiento internacionales han bajado tanto, que parece una picardía no acceder a estos mercados para las múltiples inversiones que el país necesita. No estoy solo en este cambio. En años recientes, Pepe Mujica y Evo Morales aprovecharon los bajos costos internacionales para acceder a los mercados, justamente con ese fin. En este sentido, mi reflexión es que nunca una idea es buena independientemente de las condiciones.
Tiendo a compartir la preocupación de Zaiat sobre una clase dirigente rentística y aprovechadora del Estado. Pero discrepo totalmente con su propuesta, que reconoce la necesidad de favoritismo hacia algunos grupos y eventualmente las estatizaciones. Esto lo lleva a absurdos tales como la defensa de Aerolíneas Argentinas, una política que financia con impuestos regresivos una empresa que usan los más ricos y que es hoy un coto de caza de puestos bien remunerados para agrupaciones políticas. Ese es un ejemplo concreto de que hay un largo trecho entre el enunciado del progresismo y su puesta en práctica.
En síntesis, el libro de Zaiat es una buena referencia sobre un libro que presenta una argumentación militante de las políticas de un gobierno, haciendo caso omiso de si son aciertos o fracasos.
* Presidente del Banco Ciudad.
@fedesturze
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