Sábado, 14 de junio de 2008 | Hoy
TEATRO › SUáREZ MARZAL, VíCTOR LAPLACE, KARINA Y ALEJANDRO PAKER HABLAN DE PEPINO EL 88
El director y los actores están entusiasmados con el flamante estreno del musical. Le dan nueva vida al célebre payaso creado por Pepe Podestá, que marcó un estilo bien criollo de hacer humor, combinando la canción satírica y la ironía política.
Por Alina Mazzaferro
“¡El circo, sí, el circo! ¡Sobre su arena fue nuestra escuela, sobre su arena conquistaron los gauchos del drama las tablas de los escenarios! Tal el humilde y honroso origen y ningún arte escénico puede ostentarlo mejor.” Así describía Pepe Podestá, en sus memorias, el espectáculo que vio nacer a los actores y autores que conformaron lo que luego fue el teatro argentino. Espacio del sainete y del drama criollo, de la acrobacia y la payada, de la canción, el chiste y la crítica social. Ese fue el circo de los Podestá y el comienzo de un teatro nacional. Más de un siglo más tarde, el teatro oficial vuelve la mirada a sus orígenes con la intención de homenajear a ese circo criollo decimonónico y sus personajes: los payasos más célebres –Pepino el 88, Frank Brown–, Juan Moreira, la ecuyère Rosita de la Plata y todo un universo de figuras memorables, desde el petit metre y la rubia cantora hasta el payador o el Tony.
La iniciativa fue del autor, director teatral y régisseur Daniel Suárez Marzal, que se propuso armar una ficción que recuperase la vida y obra de estos pioneros de la escena nacional. Pepino el 88 es el nombre del musical que estrenó ayer el Complejo Teatral General San Martín, protagonizado por Víctor Laplace, en un rol que se multiplica cual muñecas rusas: Laplace es Pepe Podestá, quien a su vez fue el que le puso el cuerpo a Pepino el 88 y a Moreira. Lo acompañan dos de las mejores figuras del teatro musical de los últimos tiempos: Karina K (interpreta a Rosita de la Plata) y Alejandro Paker (Frank Brown), protagonistas de Cabaret (ella, la Sally que reemplazó a Alejandra Radano; él, el impecable MC); ambos se mudan del Astral a la sala de al lado, el Teatro Presidente Alvear (Corrientes 1659), donde Pepino el 88 realizará funciones de miércoles a sábados a las 21 y los domingos a las 19.30.
A pesar de que el escenario vuelve a ser esa pista de arena en la que desplegaban su talento los personajes de Podestá, la obra que escribió y dirigió Suárez Marzal (con música de Federico Mizrahi y coreografía de Alejandro Cervera) no es para nada una pieza de museo. Lejos de hacer arqueología teatral, el director se propuso armar un espectáculo contemporáneo que le permita al espectador reflexionar sobre el pasado pero también sobre el presente. “No hay nada más separado de la pedagogía que el teatro; o por lo menos así debiera ser”, dice Suárez Marzal. “Mientras preparábamos esta obra siempre estuve preocupado de no caer en Billiken. La idea es ofrecer al público un espectáculo sumamente actual; de hecho, a diferencia de lo que se cree, Pepino el 88 no es una obra que ya existe, sino el personaje que Pepe Podestá interpretaba en la primera parte de sus funciones”, aclara su autor.
Aun así, Suárez Marzal y su equipo realizaron una intensa labor de investigación y relevamiento histórico y no faltarán algunas joyitas de aquella época, como el texto original con el que los Podestá representaban la historia del folletín de Eduardo Gutiérrez o ciertas canciones de aquel circo cuyo mensaje socio-político, a pesar del paso del tiempo, sigue igualmente vigente. Allí estará también retratada toda la sociedad rioplatense del siglo XIX: los políticos que otrora se interesaban por la cultura, ubicados en primera fila en la carpa de circo; ese público producto de la “mezcolanza argentina”, que reunía al oligarca con el recién llegado inmigrante y, finalmente, un sector de la intelectualidad de la época que desconfiaba del espectáculo de los Podestá y sostenía que sólo siguiendo el modelo provisto por una Europa helenizada podría conformarse un teatro nacional.
Desde el verano, el director y los protagonistas han estado revolviendo archivos para comprender ese mundo decimonónico y el rol que en él tenía el artista circense. Además, Karina K y Paker han debido entrenarse en acrobacia y trapecio, nada menos que con los hermanos Videla, novena generación de artistas de circo.
–¿Cómo fue ese entrenamiento?
Karina K: –Nos conectamos con la rudeza del circo, nos tiramos desde lo alto hacia la red para sentir lo que vive un trapecista, para tener las sensaciones de un artista todoterreno, como eran los de aquella época.
Alejandro Paker: –Hacían de todo, hasta eran músicos. Tenían su rutina, pero a veces cubrían otros lugares porque algunos se accidentaban y la función debía continuar. Sólo se suspendía cuando llovía mucho y entraba el agua por los agujeros de la carpa. Hay toda una filosofía de vida detrás del circo. Nosotros tenemos una mirada poética y romántica acerca de este mundo, pero en aquellos años hacer circo era cuestión de vida o muerte. Los artistas corrían riesgos porque no existía la seguridad que hay hoy. Sufrían la miseria, el frío. Iban de pueblo en pueblo en carreta, por el barro. Era muy duro.
K. K.: –Era la época de las atracciones de gran riesgo, del circo con animales. Una famosa anécdota cuenta que Frank Brown tenía que hacer un número en el que unos soldados disparaban al unísono y él saltaba por encima de los disparos. El no lo ensayaba, porque decía que si lo hacía podía no llegar a la función. Vivían al límite.
–¿De qué fuentes se nutrieron para dar forma a estos personajes históricos?
A. P: –En mi caso, me nutrí especialmente de material humano, anécdotas muy ricas que se fueron transmitiendo oralmente.
K. K: –Por ejemplo, los hermanos Videla nos contaron que un tío abuelo de ellos le llevaba a Rosita de la Plata las cartas de amor de Frank Brown a su camarín. ¡Y ella estaba casada con Antonio Podestá! Además, vimos las cartas de divorcio en donde la familia Podestá hablaba barbaridades de Rosita de la Plata y los amigos de Rosita decían lo mismo de Antonio Podestá. Eso está documentado. Beatriz Seibel realizó una reseña histórica sobre la vida de Rosita de la Plata y gracias a ella pude leer todo lo que hizo mi personaje en su vida y su carrera año por año, desde que nació hasta su muerte.
A. P.: –También trabajamos con la biografía que Dardo Cuneo hizo de Frank Brown y me contacté con el historiador Juan Pablo Medina, que está a punto de editar un libro, también acerca de Brown.
Más allá del intento por conocer hasta el detalle quiénes fueron Podestá, Brown y De la Plata, Suárez Marzal pone el acento en que la obra no deja de ser una ficción. De hecho, un error en una nota publicada por otro medio enojó a la familia Podestá, ya que se daban por ciertas algunas libertades poéticas que se ha tomado la obra (más precisamente, el triángulo amoroso que se plantea entre los tres personajes principales, basado en un poema que Pepe Podestá le dedicó a su cuñada Rosita, casada con otro de los hermanos Podestá). Más allá de si fue cierto o no el romance, la obra “jamás se planteó como una biografía”, dicen sus realizadores. “Incluso la visita de Carlos Pellegrini a los camarines ocurre en la misma pista. No hay un ‘afuera’ y un ‘adentro’. Todo sucede como un espectáculo de circo, del cual hasta el mismo presidente de la Nación participa”, explica Suárez Marzal.
–La obra juega con la metateatralidad, con el teatro dentro del teatro.
Daniel Suárez Marzal: –Exactamente. Es pura metateatralidad. Todo es parte del circo.
–Y si bien ésta mira hacia el pasado, ¿nos habla del mundo contemporáneo?
D. S. M.: –Hay un número musical llamado “La situación”. Cuando la gente lo escuche no va a poder creer que tiene 120 años, porque habla del problema de los impuestos, de las retenciones. El país ha cambiado algunas cosas, pero muchas de las problemáticas de entonces aún perduran.
De pronto llega Laplace, que interrumpe a carcajadas. Se incorpora al diálogo con PáginaI12, explicando la emoción que siente al recordar, hace tan sólo un instante, que él también fue payaso, como Pepe Podestá, su personaje. Una señora que lo conoció de joven le acababa de contar que él, a los veinte años, había animado una fiesta en su casa. Laplace completa la anécdota comentando que se promocionaba tocando puertas en los barrios paquetes de zona norte, vestido con un traje cosido por alguna antigua novia. Después de haber surcado semejante trayectoria, vuelve a ponerse el traje emparchado y a empolvarse el rostro para interpretar nada menos que al primero de los payasos criollos. “Se cierra un ciclo”, bromea Laplace. “Siempre pienso lo que habrá significado a fin de siglo hacer estas cosas que ahora hacemos ahora nosotros. Imagino a esos tipos abruptos, que se animaban con la palabra. Ahí se funda el teatro argentino, la tradición del cómico crítico que luego continúa con Enrique Muiño, Elías Alippi, Florencio Parravicini, Alfredo Barbieri, Don Pelele y más adelante Alberto Olmedo y Enrique Pinti, entre tantos otros. Esos tipos que se animaban con el canto, el baile y después mandaban el mensaje social. No sé si pensarían en esa época que la salida a los problemas de la Argentina era por el lado del arte; hoy lo podemos afirmar.”
–Que un musical de este tipo se realice en una sala de teatro oficial, ¿reivindica al género, tantas veces desprestigiado por ser considerado comercial o extranjero?
Víctor Laplace: –Sí, porque hasta el momento no había un espectáculo argentino con estas características, que hablara de esa época, de estos pioneros. Con Suárez Marzal habíamos tenido la idea de hacer un unipersonal acerca de Pepino el 88, pero este espectáculo es mucho más fuerte que aquel primer proyecto, por su enorme producción.
A. P.: –Este musical reivindica lo que es nuestro; tiene que ver con nuestra idiosincrasia y nuestra cultura. Los musicales de afuera no nos hablan de eso. Nosotros proponemos reivindicar nuestra tradición del circo criollo.
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