TEATRO › CIUDAD COMO BOTíN, CON DIRECCIóN DE LUCIANO CáCERES
El actor y director presenta otra entrega de la trilogía de René Pollesch, uno de los autores más radicales del nuevo teatro alemán. Se trata de un montaje acelerado y caótico, que retrata a ciudadanos reducidos a la condición de meros consumidores.
› Por Carolina Prieto
Con el estreno de Sex según Mae West, los porteños descubrieron el año pasado a René Pollesch, uno de los autores más radicales del nuevo teatro alemán, responsable de la sala Prater de la Volksbüne, el espacio experimental del teatro devenido sinónimo de vanguardia escénica, ubicado en la ex Berlín del Este. Actor y prolífico director de 30 años, Luciano Cáceres tuvo a su cargo la puesta en escena de la obra, previo workshop con el escritor durante cuatro jornadas en el Instituto Goethe. “Más que montar juntos la obra, fue la posibilidad de acercarme a su teatro, de tratar de entenderlo. Y la verdad, no tenía idea de cómo llevar ese texto a escena. Un discurso que podía ser dicho por una sola persona pero que estaba dividido en tres; un teatro de la no representación, tal como él lo define; un texto abrumador que no admite pausas”, recuerda Cáceres. Pero el desafío resultó una de las creaciones más elogiadas por el público y la crítica; hasta agregó funciones a comienzos de este año, que igual dejaron mucha gente afuera. ¿El motivo de tanto interés? El espectáculo combinaba un texto ácido, provocador y de fuerte tono político, en boca de tres prostitutas que lo vomitaban a grito pelado sin dar respiro –salvo cuando cantaban como divas–, y un montaje que multiplicaba imágenes mediante cámaras que seguían al trío y proyectaban en una pantalla lo que sucedía fuera de la vista del espectador.
Cáceres acaba de renovar la apuesta con Ciudad como botín (los lunes a las 21 en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543), que junto a la pieza anterior y a Gente en hoteles de mierda (pronto se estrena en Córdoba con dirección de Marcelo Massa) integran la trilogía del autor germano. En este segundo trabajo, la verborragia y el vértigo se mantienen, las escenas musicales y las proyecciones audiovisuales también, aunque todo se acelera y se descontrola más. Un desmadre de movimientos escénicos, coreografías, discursos teóricos, anécdotas personales y puteadas en la pequeña pero bien aprovechada sala Pugliese, un espacio tipo café-concert con escenario, mesas, sillas y un entrepiso, donde sucede buena parte de la acción. En esos espacios (fragmentados para la vista del público), que dos cámaras duplican y reproducen en una pantalla, el elenco –que incluye a las tres actrices de Sex– arremete contra el marketing como control social en ciudades administradas como empresas, con ciudadanos reducidos a consumidores.
–¿Cómo abordó esta nueva puesta?
–René me dio mucha libertad y prácticamente me mandé solo. Cuando el Goethe me propone la obra, que habla de la ciudad que toma como botín a los vecinos y los convierte en consumidores, pensé en que un espectáculo tomara por asalto a otro. El nuevo elenco (José María Muscari, Javier Lorenzo y Rodolfo Rocca) fue a una de las últimas funciones de Sex... y tomó por asalto a las actrices. Es toda la parte filmada que se proyecta al comienzo del espectáculo. Pollesch hizo una versión teatral y otra en cine de Ciudad como botín. Yo vi la película y no tiene nada que ver con mi trabajo: es un film muy urbano que sucede en un departamento, mientras que mi puesta tiene algo del show y el divertimento presentes en muchos de sus otros trabajos. En este sentido, el video me permitió generar distanciamiento y, al mismo tiempo, acortar las distancias. Por ejemplo, proyectar en una pantalla un primer plano de un actor que está en el entrepiso, arreglándose o llorando. Así, el espacio se vuelve inmenso, se pierden las dimensiones reales.
–Los personajes masculinos tienen varias facetas: son como versiones degradadas de los femeninos, pero también mantienen rasgos personales de los actores y escupen un texto muy crítico.
–A José María (Muscari) le había fascinado Sex... y quería sumarse al siguiente proyecto. A Rodolfo (Roca) también, pero no se animaba, y hasta en un momento de la obra dice, medio en broma medio en serio, que éste es su último trabajo teatral. Javier (Lorenzo) es muy lanzado y se mandó. Son tres showmen afeminados, quieren hacer lo que ellas hacían en la obra anterior: cambiarse, actuar, cantar, emocionarse. Y en medio de todo eso, de esa casa de citas donde se encuentran, tienen que actuar para el público mientras vomitan sus textos mechados con confesiones.
–¿Tanta mezcla, aceleración y caos no banalizan el sentido?
–Es verdad que resulta agotador y ensordecedor. El mismo autor exige que no haya pausas. Por eso está en escena el apuntador, que les tira letra cuando ellos se pierden, algo que inevitablemente pasa. Creo que se produce un efecto de acumulación por el cual de a poco se va armando el sentido. Las partes musicales y bailadas son respiros entre tanta locura.
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