TEATRO › PACO GIMéNEZ Y EL ESTRENO DE LOS úLTIMOS FELICES
El actor, director y dramaturgo cuenta cómo junto a su grupo La Noche en Vela le dieron forma a una pieza en la que dejan caer su influencia varios nombres capitales de la cultura entre la Semana Trágica y el golpe del ’30.
› Por Hilda Cabrera
Hubo un tiempo en que escritores, poetas, artistas plásticos y periodistas se autodenominaron “los últimos felices”. Aquella apreciación subjetiva englobó a quienes se lanzaron a desarrollar talento y arte en la Argentina de la década de 1920. Lo cuenta el actor, dramaturgo y director cordobés Paco Giménez a días del estreno de una obra que rescata ese ímpetu, Los últimos felices. ¿Se trató de una momentánea sensación de dicha o de una actitud de libertad y disfrute ante un período de la vida social? Giménez deduce, tanto por sus lecturas como por las que realizó el grupo que conduce, La Noche en Vela, que esos hombres y mujeres supieron darles plenitud a sus vidas: “Fue una época de descubrimientos y sorpresas, y de pronósticos favorables; años de efervescencia y de jolgorio, entre la Semana Trágica y el golpe del ’30”, señala, refiriéndose a la violenta represión obrera del 7 al 11 de enero de 1919 en Buenos Aires, que dejó 700 muertes y 3000 heridos; y al golpe militar del general José Félix Uriburu, que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen.
Es justamente en ese tramo “ilusorio”, previo al desencanto, donde nace esta pieza que, en principio, estuvo programada para el Teatro Nacional Cervantes. “Ibamos a trabajar allí. Nos habían invitado Julio Baccaro (entonces director del Cervantes) y Eva Halac, subdirectora”, apunta aquí Giménez. El pedido consistía en crear un espectáculo en torno de la figura del escritor y poeta Raúl González Tuñón, pero ni Giménez ni su equipo quisieron quedarse en un único personaje. Entonces surgieron otros de aquel tiempo, como Nicolás Olivari, escritor, poeta, periodista, autor de obras en solitario y otras en colaboración con los hermanos Enrique y Raúl González Tuñón. Mientras tanto el Cervantes –paralizado durante meses por conflictos laborales– dejó de ser el lugar de estreno. Así, la obra pasó entonces a ser la encargada de reabrir la remodelada Sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín.
–La expresión “últimos felices” es, por lo menos, ambigua. ¿Acaso es posible medir la felicidad?
–Eso ya se lo preguntaban los griegos. Para Sócrates no se podía saber cuándo, cómo ni cuánto se era feliz hasta que no llegara el último momento.
–O sea, saberlo recién en la desdicha.
–Esa denominación atribuida a aquellos escritores y artistas quedó grabada en la historia, pero es probable que ellos no la entendieran como nosotros. Quizá surgió como presagio, o como una conclusión ante el fin de las ilusiones.
–¿Intentó evocar a aquellas personalidades de modo realista?
–No; preferimos traerlas como fantasmas. Así como en aquella década se multiplicaron los descubrimientos y aparecía el cine sonoro, por ejemplo, también se hizo presente el espiritismo. Y nosotros recurrimos a ese “toque del espiritismo” pensando que los actores son, a su manera, mediums entre el autor y su mundo y el público de hoy. Me pregunté entonces por qué no tomar a los actores de La Noche en Vela como mediums, siendo integrantes de un grupo que ha madurado en estos dieciocho años de trabajo conjunto. De modo que ellos invocan y evocan a aquellos espíritus jóvenes y pujantes que creyeron ser felices. Para nosotros, aclaro, esa idea de felicidad no significa sentar una tesis, sino intentar un acercamiento.
–¿Desde un presente donde la felicidad es una emoción adulterada?
–Quizá porque se vive la felicidad a través de un aviso publicitario, o porque comprobamos que lo que nos rodea es ilusorio, y eso es difícil de sobrellevar. En esta época se producen muchos descubrimientos, pero algunos son demasiado feos.
–¿Lo dice porque no sirven al crecimiento?
–Imagino que en aquellos años todo parecía posible, y los llamados intelectuales eran capaces de pulsar la realidad. Después hubo muchos intelectuales desfasados. Por eso, para entender mejor esa época, recurrimos a una guía. Soy muy fabulador y muy telenovelero y, aunque me documenté, necesitaba de alguien que nos ubicara de manera rigurosa en aquel tiempo. Obtuvimos esa ayuda de la escritora Beatriz Sarlo. Cuando iniciamos este proyecto contamos con el actor y director José María Muscari, que conoce bien la trayectoria de La Noche en Vela, pero después, ante los problemas que surgieron en el Cervantes, José María se apartó. Se fue nomás a sus cosas. Pero algunas de sus indicaciones quedaron como otro acicate más a esta forma nuestra de hacer teatro, que es la de desplazarnos respecto de nuestra tradición, renovar e innovar.
–Se la recuerda a Sarlo acompañándolos con gran entusiasmo en la presentación de La Noche en Vela, inexpresable amor, que se vio en el Teatro IFT, en 1992.
–Sí, y en otros espectáculos que presentamos en Buenos Aires.
–¿Continúa dirigiendo varios grupos al mismo tiempo?
–Ahora estreno con La Noche en Vela, en Buenos Aires; sigo con Los delincuentes, del grupo La Cochera, en Córdoba; y con otro más, Los Que Dijeron Oh!, que también está dentro de La Cochera.
–¿Por qué ese nombre?
–Porque el primer espectáculo que hicimos se llamaba Oh!, una de las exclamaciones típicas del poeta Walt Whitman. Ellos están por estrenar Peligran los vasos.
–Otro título extraño.
–Un título que salió así, de pronto. No es producto de mucha especulación.
–¿Una ocurrencia, simplemente?
–Cuando en una reunión se ve a algún alterado o se arma una pelea, o de pronto la gente se larga a bailar, alguien se ocupa de correr los vasos, como si fueran los vasos y no las personas los que están realmente en riesgo.
–¿Siempre es tan observador?
–Llevo años extrayendo material, y no precisamente de la cultura teatral, porque no la tuve. A veces puedo parecer distraído a mi interlocutor, pero en realidad estoy mirando todo, a él y lo que sucede alrededor.
–Todo un método. ¿Construye así las escenas?
–En Los últimos felices, el grupo llegó a construir ciento dos escenas alrededor de los años ’20 y de los escritores y artistas de la época y posteriores, como Raúl González Tuñón, Nicolás Olivari, Roberto Arlt, Norah Lange, Victoria Ocampo, Xul Solar, Afonsina Storni, Leopoldo Lugones y Macedonio Fernández. Cada uno fue simpatizando con alguno de ellos, con su carácter y su encuadre en el tiempo, pero sin diseñar ninguna línea estética. Me toca a mí coordinar ese material y terminar el guión, dejando plasmada la idea general. Los detalles vienen después.
–¿Qué personaje los influyó más?
–Todos son protagonistas. La idea es balancear. Quizás el público note la influencia de alguno, pero ésa no es nuestra intención. Preferiría además que no se los tomara como personajes, sino como espíritus atravesados por espíritus.
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