TEATRO › COMO ES ANTES, EL DEBUT DE PABLO MESSIEZ EN DIRECCION
La obra, que puede verse los viernes en El Camarín de las Musas, está inspirada libremente en la novela Frankie y la boda, de Carson McCullers, y reflexiona sobre los grupos de pertenencia y los miedos e interrogantes sobre la existencia.
› Por Carolina Prieto
“A los doce años leí un artículo sobre la inmortalidad y la memoria. Me acuerdo de que la idea de la muerte me angustió mucho, y enseguida me anoté en un taller de teatro”, cuenta Pablo Me-ssiez, uno de los actores más sorprendentes de la escena joven, que viene de debutar como director y dramaturgo con Antes, una obra inspirada en las novelas de Carson McCullers y especialmente en una, Frankie y la boda, en la que curiosamente, o no tanto, un personaje que también tiene doce años se angustia por no saber si los demás ven –en el sentido literal– las cosas como él. De este tipo de miedos e interrogantes, de pequeños gestos, de movimientos sutiles y otros exasperados, de melodías pegadizas, de tonos ocres y de seres sensibles y solitarios está hecho este bellísimo espectáculo que se presenta los viernes a las 23.30 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960), antes de participar del Festival Internacional de Porto Alegre, adonde fue invitado.
En una cocina familiar, tres adultos sentados alrededor de una mesa parpadean al ritmo de “Me olvidé de vivir”, de Julio Iglesias; por momentos miran al público, por otros parecen enajenados. Con esta postal simpática y levemente extrañada comienza a develarse el mundo del trío que interpretan Francisca (Lorena Romanín, la preadolescente perturbada por tantas cosas), su primo de siete años con una carterita de mujer que le cuelga de un brazo (Diego Gentile) y la criada que los cuida (Javier Rodríguez). Queda claro que Messiez (actor de La noche canta sus canciones, que acaba de estrenar Daniel Veronese, y que antes brilló en Un hombre que se ahoga, versión del mismo director de Tres hermanas, de Chejov) se tomó muchas libertades: niños encarnados por adultos y una nana negra y tuerta personificada por un hombre. Pero el desplazamiento no desentona; por el contrario, suma desajuste, gracia e incomodidad a estos seres que parecen compartir bastantes cosas y estar afuera de muchas otras. El flamante director se animó a más: hacia un lateral del espacio escénico, la cocina floreada se desdibuja, de-saparece y deja ver el esqueleto del escenario, las maderas, los bastidores. Ahí, con total naturalidad, sin impostar gestos ni voz, cada actor cuenta a la platea alguna anécdota, posiblemente de la propia infancia, para después confesar el deseo de ser por un rato un personaje de la novela de McCullers. Así, la ficción deviene hecho escénico, verdad teatral; y algo de los muchos universos que aparecen (del elenco y de los personajes) se entreteje: la necesidad de compartir, de establecer algún tipo de comunión para no sentirse tan solos.
Romanín es una Fran atormentada, rebelde, solitaria, que divierte con sus ocurrencias y conmueve cuando explota de dolor o expone sus dudas con el candor y la lucidez de una nena. De lo que esta chica sí está segura es de las ganas de partir con su hermano y su futura cuñada a la luna de miel, único espacio donde sueña sentirse a gusto y compartir un “nosotros”. ¡Hasta tiene la valijita lista! Gentile (que actuó en Teatro para pájaros, de Veronese, y Si dos personas se aproximan, de Facundo Agrelo) imprime contundencia y matices a este niño que no entiende lo que pasa a su alrededor. Y la exquisita Berenice, en el cuerpo robusto de Rodríguez, que tiñe de muchísimo humor, calidez y desparpajo a una mujer que sufre por un amor trunco y encuentra en la música algún consuelo.
La producción literaria de McCullers, ambientada en el sur norteamericano y poblada de personajes desolados, es una de las preferidas de Messiez, tanto o más que la de Samuel Beckett. A los 22 años, no paraba de leer al autor irlandés, y cuando supo que Leonor Manso iba a montar Esperando a Godot, él fue a verla con las fotos que se sacó en la tumba del escritor. Ahora, en su primera experiencia como director, la motivación también fue visceral. “En Frankie y la boda, Carson plantea la necesidad de tener un grupo de pertenencia, de compartir un código, de sentirse acompañado en esta existencia en la que estamos como perdidos en el universo. Un tema que me atrae mucho y que se relaciona con el amor, con los momentos de comunicación profunda que necesitamos para sentirnos bien.”
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux