TEATRO › ENTREVISTA CON JORGE FERRARI, DIRECTOR DE “CHRISTIAN DIOR ET MOI”
El gusto burgués consagrado
Rubén Szuchmacher le encomendó el montaje de la obra que se presenta en Elkafka, dentro del ciclo teatral Cerocinco. Está basada en la vida del modisto que revolucionó la moda femenina.
› Por Cecilia Hopkins
En la primavera de 1947, Christian Dior, un modisto hasta entonces desconocido, revolucionó la moda femenina. Su primera colección, el New Look, propuso talles ajustados, polleras amplias y tacos finos, dejando atrás el estilo funcional y casi militar, que la última guerra parecía haber impuesto a la moda. “La costura es, en la última época de las máquinas, uno de los últimos refugios de lo humano”, solía decir. Nacido en 1905, Dior fue una de las figuras elegidas por Rubén Szuchmacher para dar forma a su ciclo teatral Cerocinco, una serie de obras que se presentan en Elkafka (Lambaré 866), todas construidas alrededor de personajes y hechos que tuvieron lugar en algún ’05 de la historia mundial. El año pasado, el mismo director encomendó la dramaturgia y el montaje de la pieza que hoy se llama Christian Dior et moi a Jorge Ferrari, quien realiza, desde hace 12 años, el diseño de la escenografía y el vestuario de todas sus puestas. Esta es la primera vez que dirige.
Egresado de la carrera de dirección del Instituto de Cine, Ferrari partió de la idea de “revelar el discurso de Dior tomando como única fuente a sus propias palabras, tomadas de reportajes, conferencias y escritos autobiográficos –según cuenta en una entrevista con Página/12–, para abrir una puerta a su mundo, pero sin la intención de juzgarlo”. Interpretada con soltura y convicción por Javier Rodríguez, la obra se desarrolla en 11 escenas en recuerdo del número de temporadas presentadas por el modisto, muerto a los 52 años de un ataque al corazón. Si para Ferrari, Valenciaga se distingue por la carga dramática de sus diseños, Dior representa la consagración del gusto burgués. “Para mí Dior es comparable, en la pintura, a Watteau, por los colores y las atmósferas que crea”, afirma. “Es reaccionario en tanto vuelve al pasado y trae de allí ideas para imponer un nuevo tipo de mujer.”
–¿Por qué cree que el New Look tuvo tanta aceptación?
–La mujer de Dior rompe con el carácter utilitario que le asigna la Segunda Guerra: es refinada y está dedicada a agradar a los hombres. Es sinónimo del chic y la elegancia. Es fiel al sentir de su época y de ahí su éxito. A fines de los ’40, Dior es la contracara del existencialismo. No crea una imagen femenina como Chanel, que pensaba en una mujer destinada a ocupar lugares en el mundo. La que idea él es una mujer más parecida a la de principios del siglo XX, con una arquitectura corporal que pronuncia los atributos femeninos, los pechos y las caderas. Dior hace un reciclaje de rasgos que aparecen en el siglo XVIII y la Belle Epoque, realiza una constante búsqueda de elementos del pasado para crear algo nuevo.
–¿Cuál es la idea base sobre la que se sustentan sus modelos?
–Dior cree que el buen gusto y la belleza son bienes que deben ser valorados sobre la Tierra. Creyó que la estética es capaz de mejorar la vida, de traer felicidad a las personas. Verdaderamente, él creía en un futuro utópico en el cual todos podrían acceder al refinamiento. La moda responde a determinadas necesidades que no cualquiera puede captar. Interpretar el gusto general no es fácil, porque la razón no cuenta para nada. Yo quise rescatar el discurso que sostuvo un mundo dominado por la imagen, como lo es la moda.
–¿Qué aspectos de la personalidad de Dior cree que colaboraron en sus decisiones estéticas?
–El provenía de la alta burguesía normanda, de una familia muy conservadora, que no quería ver su apellido asociado con nada artístico. Dior, que antes de dedicarse a la moda había tenido una galería de arte, tenía mucha cultura y estaba conectado con artistas y escritores. El fue el primero en fundar un imperio con licencias y con él empieza a perfilarse el fenómeno del prêt à porter. Pero fue un hombre no demasiado feliz en lo afectivo. Nunca demasiado correspondido por los jóvenes que elegía, se sentía feo. Más teniendo en cuenta el grado de idealización que él tenía por la imagen... se sentía un gordito poco atractivo.
–El deseo de aprobación en él era enorme...
–Sí, sin dudas. Para llegar a ese lugar, el deseo está jugado a tope: el suceso que tuvo su primera colección fue impresionante. Yo trabajé muchísimo la relación con la mirada del otro y con la idea de “el otro” interiorizado.
–¿Piensa seguir dirigiendo?
–En realidad, este trabajo es la continuidad de todo lo que vengo realizando desde hace años. Porque para mí, tanto la escenografía como el vestuario cubren aspectos narrativos de la puesta, contribuyen a un todo significante. Nunca diseñé trajes sin tomar en cuenta ese hecho. Ya llevo unas 15 puestas realizadas con Szuchmacher, pero siento que Galileo Galilei (de Bertolt Brecht, estrenada en el San Martín) fue el montaje que marcó nuestra madurez expresiva en cuanto al entendimiento del texto y el espacio. Porque, si bien creo en la obra pequeña (de hecho, Cristian Dior et moi lo es), las grandes salas y los grandes elencos entrañan desafíos mayores. Enrique IV, de Pirandello (obra que continúa en el Teatro San Martín, protagonizada por Alfredo Alcón), es la afirmación de ese mismo camino.