TEATRO › MAURICIO KARTUN HABLA DE SU CICLO “DRAMATURGIA DE EMERGENCIA”
El autor de La Madonnita y El niño argentino, maestro en la materia a nivel nacional e internacional, desarrollará en el Teatro 25 de Mayo un curso teórico cuyo objetivo es “dar herramientas básicas para perder el miedo y animarse a la escritura teatral”.
› Por Hilda Cabrera
“Dramaturgia de emergencia” es el título elegido por el autor y director Mauricio Kartun para el ciclo que a partir de hoy se desarrollará en el Complejo Cultural Cine Teatro 25 de Mayo, de Triunvirato 4444. Un juego de palabras para reflejar la urgencia del dramaturgo en la búsqueda de elementos para su trabajo, y aquello que emerge de esa tarea. Se trata de un curso teórico de iniciación de doce horas divididas en cuatro clases. “El objetivo es dar herramientas básicas para perder el miedo y animarse a la dramaturgia”, propone Kartun, maestro en la materia a nivel nacional e internacional. En ese empeño dice haber ganado adherentes provenientes de otras disciplinas, porque “las investigaciones que durante veinticuatro siglos viene realizando ‘la madre dramaturgia’ sobre la construcción de personajes, el diseño de la estructura escénica y la conducción de la acción son muy útiles al guionista de cine, al actor y director que genera su relato y al creador de literatura”. Autor de Chau Misterix, La casita de los viejos (Teatro Abierto 1982), Cumbia morena cumbia (Teatro Abierto 1983), Pericones, Sacco y Vanzetti (adaptación en base a documentos), El partener, Desde la lona, Rápido nocturno, aire de foxtrot, La Madonnita y El niño argentino, entre otras piezas, opina que “la dramaturgia es una escritura de oreja y tiene una condición musical básica”. Su aprendizaje “supone poner la cabeza de una manera diferente”, otorgando relevancia a lo sensorial.
–¿Lo dice porque necesita del cuerpo y de la voz?
–La dramaturgia no es otra cosa que el registro de una improvisación imaginaria en la que entran todos los sentidos. Esto significa que los receptores básicos corresponden a los sentidos y no al intelecto. El filósofo Friedrich Nietzsche decía que el trabajo del poeta es ver a su alrededor una multitud de seres alados, y el de un dramaturgo es verlos, y además convertirse en ellos. Es la pulsión travesti: el cuerpo escribe la dramaturgia, y lo hace desde las propias experiencias. De esto se desprende que si el teatro tiene veinticuatro siglos de vida, durante veintitrés el cuerpo de la mujer estuvo ausente.
–¿Cuál era entonces el significado del personaje femenino?
–Lo femenino estaba presente como idealización, como deseo del hombre. La mujer se acerca a la dramaturgia a partir del siglo XX, y con escasísima presencia en el siglo XIX. El cuerpo de la mujer creando modificó la estética y la ideología del siglo XXI. Hablo de cuerpo en sentido figurado, en su expresión en forma de palabras, porque lo que enseña la dramaturgia es poner cuerpo a la imagen.
–¿Quedó atrás el debate sobre la agonía y muerte del autor de teatro?
–Hace quince años los autores reivindicábamos nuestra existencia en el marco de una hipótesis de extinción, y hoy se produce un regreso. El teatro se mueve por oleadas. Hoy estamos arriba de una que romperá. Estoy orgulloso de haber creado la Carrera de Dramaturgia en la Escuela de Arte Dramático de la ciudad. Del trabajo continuo en la escritura han salido autores trascendentes. Buenos Aires es la ciudad de mayor producción teatral en cantidad y espacios. El teatro argentino ha hecho estética de su pobreza: ha asumido la falta de medios con una exigencia tal que pudo generar poéticas valiosas con muy poco.
–Se han visto exposiciones suyas de fotografías de época, de carnavales y balnearios populares. También algunas de sus obras reflejan comportamientos y vocabularios de tiempos anteriores: anacronismos del idioma, como la utilización del verso campero y el clásico en El niño argentino. ¿A qué se debe ese interés?
–Soy coleccionista y me gusta indagar. Fue para mí descubrir una gran metáfora con El niño argentino, comprobar que la burguesía ganadera llevaba una vaca en sus viajes a Europa para tener leche fresca durante la travesía. Existe además la ventaja de que al alejarse del lenguaje cotidiano se tiene más libertad para jugar con la palabra: el espectador no tiene registro, o no tiene el oído acostumbrado, entonces se puede distorsionar y reconstruir mucho más desde lo poético y musical del idioma.
–Esa intención era evidente en Rápido nocturno, aire de foxtrot...
–En realidad, lo que uno hace en obras como ésa es crear un lenguaje que el espectador acepta, simplemente, porque es verosímil y no porque sea verdadero.
–¿El rescate de lo popular se debe a vivencias de la infancia?
–Lo relaciono con mi experiencia infantil en el teatro. Mis padres eran espectadores asiduos, aunque no estábamos en las mejores condiciones. Vivía con mi familia en la provincia de Buenos Aires, en San Martín. Después me vine a la ciudad. Mi padre nació en Las Palmeras, una colonia judía de Santa Fe muy cercana a la de Moisés Ville. Le gustaba la revista porteña y consideraba que los niños éramos buenos espectadores. Creo que cierto lenguaje obsceno que algunos me critican tiene su raíz en esas experiencias. A mi madre, española y católica, le gustaban las comedias. La rama PC de mi familia nos invitaba a ver teatro independiente. Recuerdo haber visto La peste viene de Melos (sobre la invasión a Guatemala), de Osvaldo Dragún, en brazos de mi madre y sintiendo un fuerte dolor de estómago.
–¿Todo eso lo condujo a la dramaturgia?
–En realidad empecé escribiendo cuentos. Mis padres no habían completado la primaria, pero cuando vieron que me gustaba leer, abrieron una cuenta en la única librería del barrio para que comprara los libros y revistas que yo quisiera. Leía de todo. En la preadolescencia mis preferidos eran Roberto Arlt y Horacio Quiroga. No era buen alumno, pero me reivindicaba en literatura. A los 18 años me presenté a un concurso de la Editorial Diálogo, que publicaba la revista Hoy en la Cultura, del PC, y gané un primer premio compitiendo con adultos. Lo copiaba de manera vergonzosa a Abelardo Castillo, que me conmovía, como Rodolfo Walsh y Ricardo Piglia, quien ya había escrito su primer libro de cuentos. Hugo Loiácono, cuentista y periodista de San Martín, me dijo que lo más flojo de mis cuentos eran los diálogos, y que me ayudaría hacer un curso sobre escritura teatral. Fui obediente y me anoté en un curso de Nuevo Teatro (fundado por Alejandra Boero y Pedro Asquini). Lo dictaba Pedro D’Alessandro. Entré de cabeza y no salí más.
Ciclo de “Dramaturgia de emergencia” (Breviario de arte y oficio para la escritura teatral). Seminario de doce horas divididas en cuatro clases: hoy y los martes 14, 21 y 28 de octubre, de 18.30 a 21.30. Costo total del curso: 60 pesos. En el Complejo Cultural Cine Teatro 25 de Mayo, Triunvirato 4444. Tel.: 4524-7997.
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