TEATRO › ENTREVISTA CON ANA YOVINO Y EL DIRECTOR CARLOS IANNI
La lucha de justos contra justos
La actriz y el director presentan mañana Antígona, poema dramático de José Watanabe, sobre la tragedia de Sófocles.
“Destino es de los débiles crear señores del poder,/ así como en sueños creamos seres para nuestro miedo, y sólo el dormido/ los ve, y se angustia.” El poema dramático Antígona, del peruano José Watanabe, dispara y recrea nuevas imágenes como versión libre de la tragedia del griego Sófocles, a la que pone voz y cuerpo la actriz Ana Yovino, “secuestrada por nosotros”, dice Carlos Ianni, quien la dirige en esta obra y en Cita a ciegas, trabajos que –anticipa– presentará en España en los próximos meses. Ofrecida a la manera de ensayo abierto –y en el marco de las Jornadas Internacionales de Solidaridad a beneficio de la sala La Veleta, de España, afectada por un incendio–, Antígona se puede ver mañana, y los jueves 8 y 15 a las 21, en el Teatro Celcit, de Bolívar 825, con entrada a cinco pesos.
Ianni y su equipo colaboran así con otro espacio de la red del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral, cuya sede local preside el dramaturgo, actor y director Juan Carlos Gené. Entre una y otra puesta, Ianni coordina y programa las actividades del Celcit, junto a otros artistas y docentes, a los que se sumó, últimamente, la investigadora y ensayista cubana Magaly Muguercia. Yovino, por su lado, proyecta estrenar en 2006 un texto de Pedro Sedlinsky que ensaya con Pablo Finamore. La dirige Dora Milea, quien la condujo en otra Antígona, la del francés Jean Anouilh. Este nuevo montaje –con escenografía y vestuario de Solange Krasinsky, y asistencia de dirección de Soledad Ianni– recupera poéticamente la figura de la joven hija de Edipo, rebelde a la prohibición de su tío Creonte, rey de Tebas, de enterrar el cadáver de su hermano Polinices. Ese es el castigo que se aplica al “traidor”, al que se opone. En diálogo con Página/12, Ianni y Yovino evalúan estos y otros aspectos de la puesta, reiterando la fidelidad a Sófocles, aun cuando la mirada de Watanabe, de madre peruana y padre japonés, sea otra.
Escrita en 1999 y estrenada al año siguiente en Lima, por el grupo Yuyachkani, retrata “una lucha de justos contra justos, porque cada personaje tiene su verdad y sus razones”, observa el director. Esa es la impresión que produce la descripción de la batalla entre los hermanos Etéocles y Polinices: “El movimiento fue simultáneo: una lanza avanzó y la otra vino/ y así la muerte se hizo dos, pero entera en cada hermano.” Antígona entra en conflicto con los dioses que se han ensañado con su familia. Su actitud resguarda el tono trágico de una obra que .opina Ianni- “tiene absoluta vigencia: es un homenaje a quienes sufrieron y sufren a causa de la arbitrariedad y la injusticia y un reclamo por los muertos sin sepultura”.
Aun sin ser contrapunto de Antígona, su hermana Ismena se niega a desafiar a Creonte. Esa negativa no es enjuiciada por Sófocles ni tampoco por Watanabe: “Lo que prima en ella es el temor a que la maten, pero no se la condena por eso. Ismena no la pasa liviana en esta historia. La tortura recordar el gesto de su hermana y no haber podido tomar la decisión de enterrar a Polinices”, puntualiza Yovino, quien cumple también los roles de la Narradora, Creonte, el Guardia y el viejo Tiresias, el ciego sabio que le enrostra al rey su soberbia. La actriz se enfrenta a un trabajo diferente del logrado en la versión de Anouilh, donde compartió la escena con Antonio Ugo. “Trato de alejarme de esa composición, y el texto me ayuda, me sostiene. Sigo otro camino. La rebeldía de Antígona es aún más potente frente a los dioses. Ella no es la heroína clásica, no va adelante porque sí. Tiene miedo, como cualquiera, y ama la vida, pero no puede aceptar que su hermano permanezca insepulto, humillado, desgarrado por perros y buitres. Su sentido de justicia es más poderoso que el miedo a morir. Lo manifiesta cuando el guardia la descubre: quiero que toda muerte tenga funeral, y después, después, después olvido.”
Enamorada de su primo Hemón, hijo de Creonte, comprende que se lo acuse a Polinices, el desterrado que regresó para dar batalla en lucha fratriciday oponerse al tirano, pero también sabe que “la muerte iguala y otorga derechos”. Por eso, en un descuido de los guardias, intenta cumplir con el rito del enterramiento. Si la descubren será castigada con una muerte horrorosa: la arrojarán a una cueva de la montaña cuya entrada será tapiada, y se consumirá allí, padeciendo hambre y frío. De ella se dice que tiene el corazón “puesto en cosas ardientes, en deseos de desobediencia que a otros helarían o convertirían en estatuas del miedo”. La rebeldía y la fatalidad harán de esta Antígona un personaje maldito para quienes se arrogan todo el poder. Sobre este punto, Yovino recuerda el pasaje en que la joven tapiada exclama: “Yo soy la maldición, la ola rara que se estrella y muere en el interior de esta cueva.” Una maldición que Ianni matiza señalando otra secuencia menos atormentada. Aquella en la que Antígona declara: “Yo he nacido para amar, no para compartir odios.”