TEATRO › DANIEL DALMARONI Y SPLATTER, ROJO SANGRE, SU OBRA “CLASE B”
Tomando como fuente “un subgénero dentro del cine bizarro”, el director fusionó información sobre homicidas y humor negro para construir una pieza basada en el exceso. “Siempre me quedaba con ganas de más sangre”, argumenta.
Aunque la voz en off que da inicio a la obra advierta que nada tiene que ver con la realidad, quien la vea en el marco de la controversia generada por Susana Giménez (sobre dar muerte a los que matan) pensaría que el director Daniel Dalmaroni aprovechó la coyuntura para ganar unos mangos. Pero no. En Splatter, rojo sangre, entre un grupo de asesinos no queda ninguno en pie por venganza de unos hacia otros, pero es, ciertamente, casual. Ni predictivo ni crítico, por cuanto el guión fue concebido antes del exabrupto de la diva.
Es preciso, para rastrear la sed de sangre en el mundo del espectáculo, retrotraerse exactamente cuarenta años. Un puñado de cinéfilos coincide en señalar al film Blood feast, realizado por el norteamericano Herschell Gordon Lewis en 1969, como el primero de splatter. En la película, Lewis deja a un lado los desnudos –que ya saturaban el mercado cinematográfico– y se mete de lleno con la muerte: los asesinatos en serie, los destripamientos y la hemoglobina a borbotones. No necesitó demasiado, apenas algunos litros de pintura roja, unas bolsas de carnes de res, un reparto barato y un presupuesto ínfimo, aun para esos tiempos en que no se invertían los millones de hoy en día. A Dalmaroni algo de eso lo atrajo y lo conjugó con una idea que venía postergando desde hacía año y medio, en clave de humor negro, como casi todo su trabajo (Burkina Faso, Yo maté un tipo). “En puestas de otras obras de humor negro –dice el director–, siempre me quedaba con ganas de más sangre, por más que estuviera bueno el producto. Cuando empecé con Splatter... y vi que iba a ser una cosa rara, me puse a investigar y descubrí que existe un subgénero dentro del cine bizarro, que es más berreta todavía, que es el splatter”, reseña.
–¿Cómo se planteó adaptar el splatter a una obra de teatro?
–Tengo una tradición dramatúrgica de muerte y sangre. A veces son muertes de las que se hablan, que no suceden en escena y, en otras, uno ve cómo se mata toda la familia. Por eso, siempre hubo algo de splatter en mi dramaturgia. Un amigo mío dice que si no escribiera sería un asesino serial. Creo que tiene que ver con cierta visión pesimista de la vida, que es pura violencia. Todas mis obras tienen humor negro porque es la única forma que tengo de digerirlo.
–Así como lo hizo con los géneros, ¿recurrió a material de archivo sobre asesinos?
–Sí, en Internet encontré información sobre muchos homicidas norteamericanos. Además, un juez penal amigo me mandó tres o cuatro libros sobre asesinos seriales, de investigaciones judiciales, que leí en diagonal, sólo los casos que me parecían interesantes. De eso, siempre algo queda. Por ejemplo, hay una frase que es de la vida real, del juicio a Robledo Puch, un asesino de los ’60, de Barrio Norte. El tipo entra en la casa de un matrimonio que estaba durmiendo. Roba con el amigo, se están yendo y él va y le pega un disparo a cada uno. En el juicio, el juez le pregunta: “¿Por qué los mató si estaban dormidos?” Y Robledo Puch contesta: “¿Qué quería, que los despierte?” Obviamente, contestó con otra lógica.
–¿Cree que hay una vuelta a la “clase B”?
–No lo sé. En mi experiencia, cuando uno empieza a investigar los efectos especiales para lograr que la gente sangre, se le caiga un brazo o se le salga un hígado, se empieza a divertir con la berretada de la cuestión, que eso se note. En lugar de hacerlo perfecto, la intención es que se vea.
–Usualmente escribe en soledad, no durante el montaje de la obra. ¿Cómo fue la experiencia de colectivizar la creación del guión?
–En estos casos, el temor que tiene todo dramaturgo es no llegar a buen puerto. Si escribo una obra en mi computadora y a la mitad me parece una bosta, lo mando a la papelera de reciclaje y se acabó. Pero cuando laburás con un grupo de gente, hay otra responsabilidad. Con Splatter... fue la primera vez que traje una idea y convoqué a un grupo de actores. Nos juntamos y yo tiraba algunas consignas en torno de la idea del grupo de autoayuda para asesinos. A partir de allí, improvisábamos. Al poco tiempo de empezar a trabajar, empecé a escribir y a llevar el material más avanzado. Hubo mucho que fuimos construyendo en función de los actores, de sus características. Incluso, sus nombres reales coinciden con los de los personajes de la obra.
Splatter, rojo sangre puede verse todos los jueves a las 22 en Beckett Teatro, Guardia Vieja 3556.
Entrevista: Facundo Gari.
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