TEATRO › CLAUDIO GALLARDOU Y UNA VISION DEL HOMBRE COMO “MAQUINA DE MATAR”
El director propone en Un hombre es un hombre, de Bertolt Brecht, una reflexión antimilitarista que no pierde vigencia desde la década del ’30. “No pretendamos entender las cosas que el hombre es capaz de hacer en contra de otro hombre”, asegura.
› Por Hilda Cabrera
Esta es una obra festiva dentro de lo que puede tener de festivo una comedia dramática, aclara el actor y director Claudio Gallardou sobre su versión de Un hombre es un hombre, de Bertolt Brecht, parábola sobre la transformación de Galy Gay, changador irlandés en unas barracas militares de una ciudad india ficcional, que subió a escena ayer en el Teatro de la Ribera. El robo de las limosnas de un templo por cuatro soldados británicos, el terror de éstos a que los fusilen y la torcida voluntad de Galy sirven para mostrar el camino de un hombre simple, “sin vicios”, pero disponible como máquina de matar. Realizada en base a una traducción de Nicolás Costa, la versión de Gallardou no se desentiende del efecto “distanciamiento” que Brecht impuso a sus obras.
De modo que Galy no es aquí una víctima, pues la intención del autor no era apelar a sentimientos que inhiban la capacidad crítica del espectador, sino conquistar a un público despierto y no ahogado en emociones. Un hombre... tuvo un primer montaje en la ciudad de Darmstadt (Hesse, Alemania). Poco después, en 1931, el mismo Brecht concretó una puesta en el Staatstheater de Berlín. Los escritos sobre este último trabajo destacan la sátira y el fuerte tono antimilitarista. Entonces se utilizaron zancos, antifaces y, entre otros elementos, perchas representando a seres monstruosos. La puesta de Gallardou en De la Ribera apunta a conflictos más afines al presente. Este artista –que nació en Madrid durante una gira de sus padres actores y músicos, vivió hasta los once años en Uruguay y luego en la Argentina, donde a los trece se inició en el teatro– emprende hoy la tarea de radiografiar a una galería de inescrupulosos a la manera de una comedia dramática y con La Banda de la Risa, grupo que fundó veinticinco años atrás cruzando el clown, la comedia del arte, el teatro gauchesco y el varieté. Respecto del texto original, Gallardou (actual subdirector del Teatro Nacional Cervantes) cuenta que decidió insertar –a modo de presentación de la obra– el apéndice titulado Cachorro de elefante (escrito como “intermedio para el foyer”). “Allí –apunta–, Brecht hace una parodia de sí mismo.”
–Y adelanta por boca de un personaje que no habrá devolución del importe de la entrada al disconforme.
–Sí, y que no se pretenda entender una obra que puede parecer compleja pero no lo es. Lo que en realidad nos está diciendo Brecht es que no pretendamos entender las cosas que el hombre es capaz de hacer en contra de otro hombre. Le debemos a la actriz Cristina Fridman haber traído al grupo esta propuesta. Nos cautivó el planteo de Brecht respecto de un sistema que invade, seduce y corrompe con el propósito de utilizar a una persona y transformarla en material de descarte cuando no la necesita. Me fascina la lucidez de Brecht para presentar esa secuencia destructiva en una obra sencilla y contundente. Pensemos que entonces tenía apenas veintisiete años.
–Comportamiento que traslada con humor, tanto al referirse a la debilidad de Galy como a la rapiña de los soldados invasores y la supresión de la identidad de los entrampados.
–Suponemos que también nos dice que un pueblo inculto es fácil de manipular, o que siendo culto no sabe administrar su voluntad, porque el personaje del changador toma decisiones, y muy trascendentes, pero lo supera su comportamiento primario. Tuve que limpiar la obra de repeticiones y datos temporales, y agregar espacios para que los actores –en menor número que los personajes– tengamos tiempo de cambiarnos. Fridman, por ejemplo, compone a Leokadia Begbick, la cantinera, y a la esposa de Galy Gay. La escenografía de Marcelo Valiente permite esos cambios, y es muy brechtiana.
–¿Cómo es la música, un arte tan presente en las obras de Brecht?
–Incorporo dos canciones interpretadas en vivo y música instrumental con arreglos de Federico Mizrahi. En esta obra toco el banjo. La música atonal de Paul De-ssau nos acompaña con el distanciamiento que Brecht propuso. De manera que una situación dramática puede ser acompañada por una música festiva o seca, tipo cabaret. El efecto es semejante al buscado por el intérprete cuando “sale” de su personaje para presentar el evento teatral. El trabajo de Cristina Moreira (actriz, directora, maestra de actores e investigadora) fue en este aspecto decisivo.
–¿Qué caracteres de La Banda... adoptó en esta versión?
–Utilizamos máscaras, y entramos y salimos de éstas para dirigirnos al público, pero no aplicamos los recursos que llevaron a La Banda... a sus mejores momentos. Me refiero a la ruptura de la cuarta pared, la improvisación y la comedia del arte, la acrobacia y la impronta cómica. Nuestras comedias eran en general satíricas, pero blancas. Esta, en cambio, es una comedia dramática donde un hombre es enjuiciado y sentenciado de antemano. Se arma incluso un simulacro de fusilamiento.
–La guerra era entonces mucho más que una nueva amenaza, y Brecht lo manifiesta en sus escritos. No bastaba con proscribirla moralmente para ponerle fin.
–Uno de los soldados de la división de ametralladoras del ejército británico dice en un momento: “Ha estallado la guerra, terminó la era del desorden”. Cuando Brecht toma al personaje del changador y lo introduce en ese sistema de destrucción, sabemos que Galy va a ser uno más. Si hubiera una segunda obra, sería un expulsado, como en ésta lo es Charles Fairchild, el sargento apodado “El Sanguinario Cinco”, destituido cuando pasa a ser una amenaza para el sistema que lo propició. La lucidez del joven Brecht me impresiona. Es cierto que eran los años de entreguerras, pero también entonces había jóvenes desorientados.
–¿Qué fue de la primera Banda de la Risa?
–Hubo cambios, pero estamos cerca. Los últimos estrenos del grupo fueron El Pelele, en 2001, y una versión para teatro infantil de Caperucita Roja y el Lobo, en 2005. Contamos con un buen equipo de artistas y técnicos con los que ya hemos trabajado, como Renata Schussheim, Marcelo Valiente, Federico Mizrahi y el iluminador Jorge Merzari, con quien presentamos nuestra versión del Martín Fierro y El Fausto (sobre El Fausto Criollo, de Estanislao del Campo; y El Fausto, de Goethe, desde la poética de los payasos) en giras internacionales. El grupo fue invitado a encuentros y festivales de Estados Unidos, Canadá, Venezuela, España, Irlanda del Norte y Escocia. La Banda... cumple veinticinco años y fue una de las cosas más importantes que me pasaron en el arte.
–¿La tarea de funcionario entorpece la actividad artística?
–Los problemas burocráticos restan tiempo pero lo compensa el hecho de poder armar proyectos como los que venimos llevando adelante con el director Rubens Correa en el Cervantes. Después de la temporada de Un hombre... quisiera seguir actuando, exponiéndome con autores tan profundos como Brecht, de quien antes actué en La excepción y la regla, con Manuel Callau. Esta obra de 1931, fue estrenada a mediados de los ’80 en el Teatro Payró, dirigida por Francisco Javier. Hoy puedo decir que fue propulsora de La Banda..., que iniciamos con el espectáculo Homenaje al Circo y es más brechtiana de lo que parece. Quisiera hacer teatro gauchesco y reponer Arlequino para reencontrarme con los que armamos el grupo. Entonces no teníamos tantos compromisos profesionales como ahora. Desde hace tiempo, Diana Lamas, Marcos “Bicho” Gómez, Gabriel Rovito, Cristina Fridman, César Bordón y Claudio Da Passano tienen cada uno un camino propio y juntarlos es complicado. Por eso acordamos que La Banda de la Risa es una manera de hacer teatro, una marca, y que los espectáculos se harán con los que estén dispuestos. No desestimamos tampoco que puedan coexistir dos grupos.
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