Miércoles, 5 de agosto de 2009 | Hoy
TEATRO › GABRIEL VIRTUOSO Y SU OBRA ENTRENAMIENTO REVOLUCIONARIO
En la obra que presenta en el Tadron, el actor, director y dramaturgo imagina un peronismo del 2045 que vive bajo tierra.
Por Cecilia Hopkins
¿Cómo será militar políticamente a mediados del siglo XXI?, se preguntó el actor, director y dramaturgo Gabriel Virtuoso cuando comenzó a darle forma a su pieza Entrenamiento revolucionario –recientemente estrenada en el teatro Tadron, de Niceto Vega al 4800, los domingos a las 20– luego de reformular otros textos que ya tenía escritos. Con un elenco formado por el propio director, Gabriela Villalonga, Samy Lerner, Fabián Fernández, Esteban Ciarlo, Fernando Lobos y Gabriel Dopchiz, la obra tiene el formato de una comedia de ciencia ficción, en virtud de que en esos años ya no se puede vivir más bajo la luz del sol. Recluidos pero con una actividad que no cesa, los integrantes de una célula teatral revolucionaria –conformada por militantes políticos y de grupos de izquierda– preparan los festejos del primer centenario del 17 de octubre. El país ya no es la Argentina sino el Estado Nacional Justicialista, liderado por un gobierno que promueve un plan de “viviendas subterráneas dignas” que asegura, además, que “a todos nos va bien”. Sin embargo, el propio mandatario envía un mensaje grabado (la voz que se escucha es la de Eduardo Pavlovsky, en una magistral imitación de la voz de Perón) para convencerlos de que abandonen su militancia.
“Imaginé las consecuencias de estos nuevos e hipotéticos escenarios de desastre ecológico y disolución de movimientos sociales”, cuenta Virtuoso en la entrevista con Página/12. “Y el concepto de ‘poner el cuerpo’ en la militancia se me presentó como análogo al de ‘poner el cuerpo’ en la actuación: los protagonistas de la obra se fueron definiendo como actores en los dos sentidos, teatral y político”, concluye. Virtuoso estudió dramaturgia con Marcelo Bertuccio y formó junto a Gabriela Villalonga y Matías Méndez el grupo Paladar Teatro, con el cual realizó montajes sobre creaciones colectivas y textos propios, como Porca prole y Nómade. Esta es la primera vez que dirige, escribe y actúa, aunque cuenta con estrechos colaboradores: en la dramaturgia lo supervisó Alejandro Jacobino, en la dirección, Herminia Jensezian. El texto fue trabajado a lo largo de dos años, y en un comienzo hablaba sobre los piqueteros. “Después se fue transformando y vimos que el texto estaba hablando del peronismo”, detalla el director.
–¿Por qué eligió desarrollar la acción en el año 2045?
–La decisión de poner la obra en un futuro tenía que ver con la necesidad de tomar distancia de la realidad para verla mejor. Nadie va a cuestionarme una militancia en el futuro, porque todavía no existe...
–La obra parece decir que hay peronismo para rato...
–Definí hablar del peronismo, a cien años de la fundación del movimiento. Muchas de las decisiones que tomé para construir la obra fueron en base a cosas que me parecieron divertidas, porque quería hacer una comedia.
–Una comedia que, no obstante, aborda el tema de la militancia con profundidad y respeto.
–Tengo un tío que tuvo que irse del país por su militancia en los ’70. Yo milité después, durante la democracia, y siento que retomé la herencia que él me dejó, aunque en esos años pudo haberse tratado de una militancia algo naïve, porque no estaba el cuerpo en juego como antes. Creo que el tema de la herencia está muy presente en la obra. Tengo una sobrina que milita hoy en día. Yo me pregunto: ¿qué les vamos a dejar a los militantes del futuro, qué tenemos de los militantes del pasado? Los 30 mil desaparecidos son una herida abierta, pero hay que tener en cuenta que hay una cantidad de militantes que no se fueron, ni desaparecieron. Tanta experiencia debería estar vigente.
–¿Qué fue lo que ocurrió, según su punto de vista?
–El ninguneo es constante desde los aparatos políticos. Y la traición de los dirigentes es algo muy común, porque cuando llegan al poder hacen lo que quieren cuando tienen que negociar. Ojalá se pudiese llevar a la práctica eso de “con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”.
–La obra también trata de la militancia teatral...
–Hay militancia no solamente en la política sino en organizaciones sociales y en el teatro independiente. Tal vez los actores ni lo sepan, pero en ellos hay una actitud muy militante. Porque no hacen teatro ni por la plata ni por la fama sino por una militancia del arte, podríamos decir. La obra intenta hablar de eso. Todos hacemos política de una u otra manera y nos juntamos con otros para militar, para que nos dé sentido el esfuerzo que hacemos.
–¿Qué es lo que esta obra quiere decir acerca del peronismo?
–Yo me defino peronista por tradición, por una forma de ver las cosas. Tenemos que asumir que el peronismo forma parte del ser argentino: su cultura es parte de la cultura de este país. Hay muchos gestos del peronismo que forman parte del país, como el tango y el dulce de leche.
–En el grupo teatral hay integrantes que son peronistas y otros son representantes de la izquierda. ¿Se pone el acento en que tienen una concepción revolucionaria de la lucha?
–Sí, este grupo teatral es revolucionario porque va en contra del poder. Que algo se defina revolucionario y a la vez institucional es muy extraño. Este grupo forma un movimiento revolucionario teatral paralelo, que cada vez cuenta con menos espacio.
–¿Esto tiene que ver con la imposibilidad de vivir al aire libre?
–En la obra hay un afuera que es hostil, porque el sol no deja que la vida se desenvuelva en forma cotidiana. Esto es un condicionamiento terrible, un afuera agresivo y violento que tiene que ver con esto de ser militantes, porque pareciera que no deja fluir la energía y creatividad del grupo. También tiene que ver con las dificultades de hacer teatro independiente.
–Sin embargo, la obra concluye con una imagen muy esperanzada.
–Me lo propuse por varias razones. No puedo decir que está todo mal. Soy maestro de aula y a mis alumnos no se lo puedo decir. Además perdería el sentido lo que yo hago en la escuela y en el teatro, porque apuesto a la vida y la esperanza, aunque a veces me cueste hacerlo. Una actividad como la de enseñar o hacer teatro se sostiene, fundamentalmente, por razones afectivas: se tiene un compromiso con la tarea que se sostiene desde el afecto.
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