TEATRO › POMPEYO AUDIVERT DIRIGE MEDEA, CLASICO DE EURIPIDES
Frente al estreno en el Teatro San Martín, el director subraya el carácter político del trágico personaje griego. Audivert dice sentirse atrapado por la obra, que le permite instalar una maquinaria teatral en la que se dialoga con la sociedad a través del coro.
› Por Hilda Cabrera
Cuando Medea, princesa bárbara y hechicera, encomienda a sus hijos llevar los regalos de boda a la nueva esposa de su deseado y odiado Jasón traza un destino que algunos preferirían que fuera diferente del que impone la figura de la madre criminal. “Medea cierra el ciclo, como si tragara a sus hijos; quiere que vuelvan a ella, y todo porque se rompió el pacto con quien fue su esposo, el argonauta Jasón; un pacto de dos caras, amoroso y político.” El director Pompeyo Audivert señala así uno de los puntos clave de su montaje de Medea, tragedia griega de Eurípides (484-406 a.C.) que se estrenó en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín, en versión de Cristina Banegas y Lucila Pagliai. Un dispositivo escénico circular, “tipo solar asambletario”, se convierte en espacio ideal para que los intérpretes transmitan un texto transparente, “limpio de los manierismos de las traducciones”. Tan fuerte ha sido ese pacto acordado con el esposo que Medea entregó la vida de su hermano para afirmar a Jasón en el poder. “Por eso cuando el pacto se rompe desencadena tragedias a nivel personal, político y religioso, alterando el orden de lo celeste y terrestre”, sostiene el director, en diálogo con Página/12, atrapado por una obra que –dice– le permite instalar una maquinaria teatral donde a través del coro y el corifeo (maestro del coro) se dialoga con la sociedad. Ellos reflejan el pensamiento común, las reacciones de los que están afuera del conflicto y “proponen un teatro ligado a la sociedad a partir del planteo de situaciones sociales e históricas”.
–Situaciones que en la representación no son reales, aun cuando Medea aparezca como una mujer emancipada.
–No lo son porque no se busca ocultar la “identidad teatral”. Esta obra refleja la plenitud de una sociedad cruzada por la mitología y la historia, que ha podido dialogar sin apelar al recurso del disimulo. Le basta con la representación y la máscara. Acá el espectador sabe que está viendo teatro. Su experiencia no va a ser la misma del acostumbrado a una representación naturalista o psicologista. Por eso este material necesita intérpretes especiales. Me lo ofreció Cristina (Banegas), a quien dirigí en La señora Macbeth, de Griselda Gambaro, y lo acepté de inmediato. Le dije sí a su potencia de actriz, y pudimos formar un elenco muy expresionista con Daniel Fanego, Tina Serrano, Analía Couceyro, Omar Fantini, Héctor Bidonde..., intérpretes con buenas voces y buen decir. A todos les interesaron el lenguaje y la forma que hemos elegido. En Medea la máscara “fluctúa” a lo largo de una representación donde en el fondo se plantean asuntos relacionados con pasiones encarnadas.
–Avasallantes en Medea...
–Ella queda atrapada por la dialéctica del poder. Es un personaje político. Su alianza con Jasón viene manchada de sangre por disputas de poder. Pelea por una posición política de la mujer pero en los términos históricos del hombre, y en esa encrucijada vierte sangre, como Jasón, el que la ofende al abandonarla con sus hijos y acordar la boda con la joven hija de Creonte, rey de Corinto, ciudad en la que se había refugiado con Medea. La obra puede compararse también con la visión de un planeta expoliado donde se han traicionado todos los pactos, el “celeste” y terrestre, el del hombre y el de la mujer, o el del amor a los hijos, y todo por cuestiones políticas.
–De esos pactos rotos el que más ha trascendido es el de la madre que mata a sus hijos, a los que sin embargo quiere.
–Ella los mata porque sabe qué se viene después de que sus hijos entreguen el maléfico regalo a la princesa prometida a Jasón. Ese asesinato traerá venganza y antes de que otros maten a sus hijos decide quitarles la vida.
–La nodriza intenta protegerlos pero no logra detener su furia, y aconseja a los jóvenes cuidarse de la mirada de su madre, de su temperamento salvaje. ¿Cómo actúa la venganza? Medea cree que es un instrumento liberador.
–Como mujer, y como mujer en esta historia, es el único recurso que tiene para resolver su encrucijada. La venganza la destruye, y destruye a sus hijos, pero la libera. En la tragedia griega los personajes no responden a cuestiones psicológicas. Ellos no son singulares sino que representan pluralidades, “otredades sintetizadas”. Es como en Shakespeare: son pasiones anidando en una máscara. Lo que se cuenta en Medea es un suceso individual que trasciende, que es de otros. Los personajes de la tragedia griega son metáforas extrañas de lo colectivo. Por eso tampoco pueden dar cuenta de sí: responden a pasiones muy vastas que exceden su capacidad de encorsetarlas.
–¿Por eso el salvajismo?
–En parte sí, porque es imposible unificar semejante grado de presencia histórica en un cuerpo, y es imposible dominar el hecho de sangre y la sed de venganza. Esto sucede también dentro del marco histórico: todo estalla porque nada está sujeto y porque en el fondo de la historia hay un poder injusto.
–¿Se trata entonces de personajes con un significado mayor del que aparentan?
–Son complejos, por eso también la importancia del corifeo, que dialoga con el público y maneja a los personajes como si fueran sus títeres. El coro y el corifeo constituyen la alteridad que permite al público reflexionar con cierta distancia sobre lo que ocurre. Una distancia que curiosamente aproxima. Nos sucede en la vida: cuando nos alejamos de un hecho lo entendemos mejor. Ahí funciona un mecanismo de verdad-mentira. Este tipo de teatro las trenza muy bien y produce una reacción empática. Esta obra fue escrita 2500 años atrás y meses antes de que se desencadenara la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), una guerra muy cruel, donde murieron muchos jóvenes, muchos hijos, y donde Atenas salió perdiendo. Aunque Medea está basada en mitos y leyendas anteriores, es de alguna manera premonitoria. La obra produjo rechazos: en algunas versiones se mostró a Medea como una mujer con un nivel intelectual semejante al hombre, status que le estaba vedado. Se trató también de atenuar su acción señalando que no soportaba que sus hijos fueran apedreados, humillados...
–Tampoco aceptaba el destierro, aun cuando ella era extranjera en Corinto.
–El destierro era entonces la muerte en vida, como lo ha sido para algunos de los que entre no-sotros sufrieron el exilio. El exiliado siente que le arrancan el cuerpo histórico y queda deshabitado. En la obra se lo menciona: “La muerte antes que el destierro, porque ninguna pena sobrepasa el verse privado de la patria”.
–Un término que confunde...
–Por la unificación que se hace en nombre de la patria, porque de repente la patria son los explotados y los explotadores. Como pasa acá cuando se pretende poner bajo el concepto de hijos de la patria a cartoneros, terratenientes, funcionarios... Bajo esa bandera nos quieren reunir a todos como si fuéramos iguales y ninguno expoliara a otro o ninguno produjera hechos de sangre. Esa unidad que se pregona es en realidad un fetichismo que les sirve a los gobernantes para borrar con el codo lo que escriben con la mano.
–Resulta extraño entre tanta violencia el candoroso papel de Egeo, rey de Atenas.
–Detiene el tiempo, y puede ser visto como parte de un sueño de Medea, que no sabe a dónde irá cuando consume la venganza en contra de Jasón. La obra tiene una construcción increíble. Todos los papeles son interesantes: el mensajero que compone Omar Fantini; el coro, donde actúan cinco actrices buenísimas que han trabajado intensamente con Carmen Baliero en la colocación de las voces; y los hijos adolescentes. Rhea Volij, especialista en danza butoh, ha tenido una participación importante en las maniobras físico-expresivas.
–¿Qué función cumplen los dioses?
–Dan cuenta de lo imprevisible del destino, de las vacilaciones de los humanos... “Lo esperado no se realizó y lo inesperado se abre camino. Así de arbitrarios son los dioses.” Esto que se dice en la obra muestra que el hombre no puede sujetar siquiera su propia vida, que ningún pacto puede ser afirmado en profundidad y para siempre, ni en el terreno personal de lo amoroso ni en el social de la explotación del hombre por el hombre. El enigma queda abierto. Lo único que puede afirmar el humano es su propia existencia.
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