Jueves, 27 de agosto de 2009 | Hoy
TEATRO › JAVIER DAULTE, ALEJANDRA FLECHNER Y SU CAPERUCITA –UN ESPECTáCULO FEROZ–
El director y la actriz que encarna a Cora hablan del atípico método de trabajo que comenzó con los ensayos cuando la escritura aún estaba en proceso: un recurso que permitió exprimir aún más las posibilidades de cada personaje.
Por Cecilia Hopkins
¿Por qué la madre de Caperucita no va a ver a su madre? ¿Y por qué manda a su hija a visitarla, cuando sabe que correrá un serio peligro al atravesar el bosque? Estas preguntas se hizo el dramaturgo y director Javier Daulte cuando decidió tomar el cuento tradicional que hicieron famoso Charles Perrault en el siglo XVII y los hermanos Grimm, dos siglos después (ver aparte). A partir de este relato clásico para niños, Daulte desarrolla una trama que involucra a tres mujeres solas y a un hombre que por lograr el amor de la más joven realiza un acto digno de un lobo feroz. Caperucita –un espectáculo feroz– se estrena hoy en el Multiteatro (Corrientes 1283; funciones de miércoles a viernes a las 21, sábados a las 21 y 23 y domingo a las 20), con las actuaciones de Valeria Bertuccelli (en el rol de Silvia/Caperucita), Verónica Llinás (la abuela Eloísa), Alejandra Flechner (Cora, la madre) y Héctor Díaz, como el mentalista enamorado que saca a relucir sus poderes para sacar provecho de la situación. “Una comedia sobre el amor y sus excesos”, es una frase que define este nuevo trabajo del autor de La felicidad y ¿Estás ahí?, entre muchas otras (ver La ficha).
Daulte sabía que estaba escribiendo para los actores que iban a encarnar esos roles. De modo que los ensayos comenzaron cuando apenas estaba concluido el primer acto. “Yo sabía cómo iba a terminar la historia”, cuenta el autor en la entrevista con Página/12, junto a Flechner, “pero a los actores les quedaba la duda –como va a pasarle al espectador cuando vea la obra– si la historia es la misma que ellos conocen”. ¿Pero cómo es para un actor comenzar a ensayar sin saber cuál será el destino de su personaje? “Trabajar un rol sin tener idea de lo que va a ocurrirle es muy creativo –contesta Flechner–, porque se tiene total libertad, sin prejuicios ni preconceptos.” Y si bien es cierto que la historia de Caperucita es muy sencilla, la obra de Daulte contiene algunas situaciones que dotan de cierto extrañamiento a la trama conocida por todos: “De todas formas –concluye la actriz–, la obra es muy fácil de ver porque salta del escenario a la cabeza del espectador: tiene un humor que lo captura y lo revolea, que lo divierte y, a la vez, lo emociona”.
La prehistoria del proyecto puede encontrarse en la propia biografía del autor: “Fui criado en una casa con tres generaciones de mujeres, mi madre, mi abuela y mi hermana”, cuenta Daulte. “Por lo cual yo, siendo el menor y el único varón, de algunas cosas era sólo testigo y no partícipe. Así que mucho de lo visto y oído debe haber quedado dando vueltas en mí. Aunque no era consciente de eso cuando escribía.”
Más allá de las fuentes de inspiración, a Daulte le interesa construir “un relato consistente, que me den ganas de contarlo como director”. Las características de estas tres mujeres que viven unidas por vínculos extremos las explica Flechner: “Cora, la madre de Silvia, está en el medio, de modo que es madre e hija a la vez. Por su lado, Eloísa tiene una hija y Silvia, una madre y una abuela. Es por esto que la obra dice algo a todas las mujeres, porque se podrían identificar con cualquiera de las tres”.
–¿En cuál de las versiones del cuento se inspiró?
Javier Daulte: –Hay muchísimas. En la de Perrault el lobo se come a los personajes y en la de los hermanos Grimm se introduce al leñador que saca a Caperucita del vientre del lobo. Pero hay otras versiones en las que pasa de todo. Nosotros proponemos un juego al espectador: la obra no es el cuento, pero, sin embargo, el cuento está allí.
Alejandra Flechner: –Cuando leímos la obra, a diferencia de Javier, yo no podía “ver” el espectáculo, porque algo muy importante de la obra comenzaba a revelarse en la medida en que ensayábamos. Creo que fuimos pasando del plano al volumen y que el resultado es parecido a esos libros de cuentos troquelados.
–¿Cómo están planteadas las relaciones entre las tres mujeres?
J. D.: –En un vínculo de tres hay siempre uno que es excluido. Pero cuando esta relación funciona es cuando ese excluido va rotando. Y esto es lo que pasa en la obra.
–¿Dónde está la ferocidad en esta versión?
A. F.: –No aparece solamente en la figura del lobo, sino que en esta historia de estas tres mujeres que viven juntas la ferocidad aparece como en nuestra propia vida, disfrazada de cierta normalidad. Late en nuestros amores, deseos, limitaciones y frustraciones.
J. D.: –La ferocidad está en las relaciones. Los vínculos que establecen estos personajes son todos de naturaleza primaria: el amor de madre (que involucra a tres de los cuatro personajes) y el que siente el enamorado no correspondido son pulsiones básicas. No me cuesta pensar en que alguien puede enloquecer de amor. Por otra parte, en los vínculos parentales hay algo muy animal e instintivo, que se parece al hambre y al sueño. Así que todos los personajes se vuelven peligrosos y feroces.
–¿Cómo es Cora?
J. D.: –Es muy porteña, trata de parecer más joven, cambia de novios. Pertenece a una clase media empobrecida cautivada por el consumo. Supo armarse una vida con su teléfono, sus novios y la computadora. Y cree que quien no está en Facebook es un tonto. La superposición del rol de madre y de mujer está muy mal resuelto en ella. No pudo desempeñar esos roles a pleno y cree que ya no va a poder hacerlo.
A. F.: –Cora es muy desapegada, pero tal vez esté haciendo algo bueno para con su hija, porque su madre brinda un amor tan fuerte que inmoviliza, tanto como si fuese un veneno.
–¿Por qué ambas sueñan que Silvia sea patinadora o pianista?
J. D.: –Esos son sueños de formación. En cambio, los sueños de ahora son de resultados inmediatos y con vistas al consumo. Si se cumple con una formación es para poder tener plata para consumir. No hay sueños por el placer del ejercicio, sino por el resultado económico, para obtener lo que ofrecen los shoppings.
–Como en otras obras suyas, el manejo del tiempo es muy particular...
J. D.: –Hay muchas obras que tienen flashbacks y elipsis, pero Caperucita no habla del tiempo, sino de ciertos atajos que tenemos en la cabeza las personas cuando alguna cosa nos remite a algún momento de nuestra vida, y vamos directo al pasado o a la ensoñación. Las escenas de esta obra ocurren dentro de la cabeza de los personajes porque son resultado de la hipnosis.
A. F.: –Víctor es mentalista, así que la vivencia del tiempo de la obra está bajo un efecto de hipnosis. Tuve la percepción de que la obra estaba “hipnotizada” desde que empezamos a trabajar. Es como si el tiempo existiera en varios planos, conviviendo en la misma realidad.
J. D.: –A mí me gustó esa definición porque lo que uno aspira al ver una obra de teatro es a ser hipnotizado. Claro que la persona tiene que ser sugestionable. Así somos los que vamos al teatro: nos gusta que nos engañen y nos hagan ver cosas que no existen. Sabemos que eso que vemos no está pasando... pero igual lo creemos.
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