Vie 28.08.2009
espectaculos

TEATRO › CUADROS DE MUJER EN 2X4, CON DIRECCION DE MARCIA RAGO Y GABRIEL WOLF

Cuando el tango es cosa de mujeres

Se trata de una comedia musical que reúne mística tanguera, humor, una pizca de filosofía griega y dosis de lunfardo. A contrapelo de la versión masculina de la historia del tango, la obra retrata la convivencia de dos jóvenes amigas frente al desengaño amoroso y social.

La receta comenzó a llegar a Buenos Aires hace dos años, proveniente de Córdoba: cuatro tazas de teatro musical, dos de tango vernáculo, humor a gusto, una pizca de filosofía griega y cuatro cucharaditas de lunfardo. Luego, ella tamizó las letras y él cortó el sollozo lírico de la mezcla con algo de azúcar. “Somos un buen complemento”, se piropea el dúo ya con la salsa a punto y la paciencia de los laureles venideros. Marcia Rago y Gabriel Wolf son los directores de Cuadros de mujer en 2x4, una comedia musical que se presenta en el Teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062) los viernes a las 23.30 y que retrata la convivencia de dos jóvenes amigas frente al desengaño amoroso y social, coronado por el puchero del bandoneón del Cuarteto Típico Porteño, que resignifica con mística rioplatense un formato teatral de pulso foráneo, ahijado predilecto del neón de Broadway.

La receta comenzó a llegar hace dos años porque fue por entonces cuando Laura Alberti le pidió una mano a Rago para afrontar su tesis en la Universidad Nacional de Villa María. La intención de la estudiante de composición musical era ponerle acordes a una obra teatral que satirizara el ninguneo que de la mujer hacen muchas líricas de tango. Carlos Gianni, su director musical para la presentación académica, le dio no sólo el visto bueno sino, además, el contacto de Marcia, para que fuera ella quien trabajara el guión. “En primer lugar, la idea era hacerlo sólo en Villa María para la tesis de Laura, pero cuando el proyecto comenzó a crecer, nos dimos cuenta de que era una pena. Y hacemos acá una temporada previa y, hacia fines de noviembre, iremos para Córdoba”, cuenta la directora y autora de la obra.

Por ese origen, hubiera sido un tanto injusto comenzar apuntando que Gabriel es el mismo Wolf que durante los fines de semana arranca lágrimas, pero de risa, junto al resto de Los Macocos en Pequeño papá ilustrado, en el N/D Ateneo. El mismo asegura que su trabajo como codirector en Cuadros... poco tiene que ver con el que desde hace más de una veintena de años realiza con su clásico grupo: “Esta es otra faceta. Juego con otro número en la camiseta”, subraya. Sin embargo, resulta inevitable para los curtidos con La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi o la reciente Don Juan de acá buscar con astucia el sello macocal sobre el escenario de La Comedia. Tarea complicada –mas no imposible– frente a la luz roja que pone Rago: “No es un obra humorística, sólo tiene algunos toques, porque sino lloramos como en el tango y no es la idea”, explica a Página/12. Y Wolf la secunda, como lo hace entre bambalinas, e insiste: “Es una comedia, pero no tiene mucho humor”.

–¿Con qué se encontraron al escarbar en el arca del tango?

M. R.: –Fue descubrir algo nuevo, porque yo no era tanguera ni provengo de una familia con esa tradición musical. Había escuchado algunas cositas, pero no era una persona del tango. No obstante, cuando empecé a profundizar, me comencé a apasionar. Entonces, aprendí que el tango es “cosa de hombres”, que su baile nace entre ellos, que era de un nivel muy bajo y que después se empezó a sumar a las costumbres de la elite. Como los que cantaban eran hombres que lloraban sus penas por una mujer que los había dejado tirados en el desamor, la idea fue hacer la inversa y poner a dos mujeres llorando por amores perdidos y su vida social y laboral.

–Ese cambio de perspectiva, ¿es una crítica al “mundo de los hombres”?

M. R.: –No lo planteamos así. Lo que la obra demuestra es que no tiene que haber una lucha entre el hombre y la mujer, que cada uno tiene sus pros y sus contras, pero que ambos tienen que aprender a ser complementarios en lugar de competir por ver quién es más fuerte.

Gabriel Wolf: –La visión de la obra está puesta en función de la mujer, eso sí. Pero la opinión está repartida.

–Ya habían trabajado juntos en El indio camina contra el viento, uno asistiendo al otro. ¿Aquí cómo se organizaron?

G. W.: –Tratamos de consensuar, de hacernos de un punto de vista para atacar las escenas y las marcaciones. Por mi formación yo me tiraba siempre a las marcas del lado del humor...

M. R.: –¡Pero estaba bueno! Somos un buen complemento. De alguna forma, yo buscaba que la obra tuviera humor. Sé que yo tiro para el otro lado y que Gabriel estuviera dándole esa vuelta de tuerca era lo que buscaba, porque uno aprende mucho trabajando con alguien distinto.

G. W.: –Yo no estoy muy acostumbrado a lo que es una comedia musical y ella tiene más formación e idea sobre esto. Entonces, ella podía unir mejor el diálogo con las partes en que las actrices cantan. Y yo marcaba otras cosas, vinculadas con los rasgos del personaje.

Hasta aquí sigue siendo un enigma qué de filosofía griega tiene la obra. Pero antes de explicitarlo, el precedente: cuando Rago se puso a investigar los orígenes del tango, tanto afán le puso que encontró una vinculación entre el hasápiko, un ritmo tradicional griego, y el género musical rioplatense que la abocaba: en ambos casos, la entidad métrica predominante es el compás binario con subdivisión binaria, familiarizado como “dos por cuatro”. “Un tango se puede bailar sin inconvenientes con el paso clásico de un hasápiko. Y viceversa”, asegura Rago. Claro, no todo el mundo está habituado a ese término, pero sí a “Zorba”, asociación que quedó establecida tras la gran repercusión que tuvo la película Zorba, el griego (Michael Cacoyannis, 1964), en la que Anthony Quinn levanta el polvo para enseñarle a bailar un hasápiko a Alan Bates. Actualmente, muchos jóvenes ignoran la existencia del film y “Zorba” les suena únicamente a una canción griega.

Gramática de reconocimiento al margen, Marcia halló más puntos en común: “Esta música griega también es un llanto, proviene del nivel más bajo, del puerto, de los marineros que lloran sus penas, y, como el tango al comienzo, era bailado entre hombres y las mujeres no tenían participación”. La idea primigenia era que, en una de las escenas, las protagonistas bailaran una canción mutante, es decir, que fusionara ambos géneros, pero las complicaciones en la composición devinieron en enredos insostenibles. Por lo tanto, el dúo de directores optó por añadir en el guión, cual guiñada para los entendidos, el mito del andrógino (también conocido como el mito de Aristófanes, relatado en El banquete, de Platón), que habla de la supuesta existencia de un tercer sexo que fue dividido en masculino y femenino por la furia de los dioses. Las mitades, claro, se buscan siempre.

En cuanto al lunfardo, no abunda en los diálogos. Rago prefirió condensarlo hacia el final de la segunda escena, la de la verborragia de Rita (Inés Cejas) en argot tanguero: “Mi viejo era un codeguín de baldosa floja, que crepó cuando yo era pendeja. Mi vieja, una bataclana que se daba dique de estrella con un jabón de abichocar de la puta madre. Le gustaba la meneguina fácil y todo lo hacía a la bartola”, arremete el personaje.

Entrevista: Facundo Gari.

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