TEATRO › CLAUDIO TOLCACHIR PRESENTó TERCER CUERPO Y HABLó CON EL PúBLICO EN BAYONA
En el festival francés Las Translatinas, dedicado al teatro franco-ibérico y latinoamericano, el director y dramaturgo argentino aseguró que no es su intención hablar del país en sus obras, pero sí de la realidad que respira.
› Por Silvina Friera
Desde Bayona
El cielo tiene un atípico resplandor en la noche de Bayona. Como un garabato difuso, la luna lo alumbrará en partes. Las calles están húmedas, aunque ya no llueve. Los ojos y los oídos devoran una seguidilla de paisajes que en cuestión de segundos adquieren la consistencia de un recuerdo. La música brasileña de Farofa Bahaina invita a los cuerpos a moverse. Cerca del escenario, hombres y mujeres improvisan una coreografía hilvanada con las manos, los hombros y las caderas. En la Maison Associations, una de las sedes del festival de teatro Las Translatinas, algunos apuran la cena y comentan las obras de Eduardo Pavlovsky, Claudio Tolcachir y Daniel Veronese como si hablaran de las virtudes de un buen vino. Falta poco para la medianoche. El hit del festival, “la sopa de la cultura”, además de los platos con pescados y carnes, y el alcohol, han circulado en altas dosis en cada mesa. La dosis teatral no tiene límites en esta ciudad de una belleza impactante, pero de perfil bajo, en la que una lugareña desliza con una mueca de disgusto que si llegara a aparecer en las guías turísticas como “secreto a descubrir” la vida sería imposible.
En la sala de debate, un pelirrojo imponente, Claudio Tolcachir, acompañado por los actores de Tercer cuerpo (Melisa Hermida, Daniela Pal, José María Marcos, Hernán Grinstein y Magdalena Grondona) comenta el backstage de su trabajo como autor y director ante más de cien personas. El reloj está por marcar la hora 0, pero parece que fueran las 19. El romance con el teatro argentino tiene esa peculiaridad de transmitir un halo de excepcionalidad en quien lo experimenta. “El trabajo con los actores es el que más me apasiona; me enamora el proceso de ensayos”, confiesa Tolcachir. “Cuando escribí la obra pensaba en qué actores me gustaría que la hicieran, pero cuando empezamos a ensayar volví a un vacío que había que llenar con estos actores. Trato de encontrarme con lo que los actores proponen cuando estamos ensayando.”
El pelirrojo imponente y sus actores sumergieron al público de Las Translatinas en la vida de un puñado de personas que trabajan en una oficina a punto de cerrar: el teléfono no siempre funciona, las cartas no llegan, el trabajo se extingue. Nunca queda muy claro qué hacen las cinco criaturas de Tercer cuerpo, pero pronto se comprende que son seres a la intemperie, huérfanos y olvidados. Aunque tratan de mejorar sus vidas, no consiguen encontrar el rumbo y sus penas secretas estallan irremediablemente. El público se ríe del humor negro que destila esta historia de incomprensión y profunda soledad existencial. Más allá del texto, el imperativo categórico de Tolcachir es construir sobre lo que no se dice, sobre lo que se está ocultando. “La pregunta más común que les hago a los actores es qué están pensando en ese momento como personaje”, señala el director. “El juego entre el actor y el director llena las escenas de una tensión latente que es más interesante que el texto en sí. Me importa más lo que no se dice y lo que haría que lo que realmente hace el actor.” Las preguntas y las intervenciones surgen espontáneamente. Alguien quiere averiguar sobre la forma en que “se comprometen” los cuerpos en escena. “No existe la figura de un personaje, no sólo en una obra que escriba yo, aun en las obras clásicas”, explica. “Lo que existe es el personaje en ese cuerpo, en ese momento, con la historia y lo íntimo de ese cuerpo. La tarea del director es descubrir dónde está la grieta para potenciar los rasgos humanos. Prefiero que el actor no haga una buena actuación pero que sea una persona interesante sobre el escenario”. En el fondo de la sala un hombre se pone de pie y pregunta:
–¿La grieta de la historia argentina tiene que verse en su obra?
–No, pero es mi historia y escribo a partir de mi vida. Y esta oficina que ya no funciona ni los contiene, porque la vida de ellos no tiene sentido, seguramente tiene que ver con el aire que respiro a mi alrededor. No es mi intención hablar del país, pero sí de la realidad que respiro.
Todos quieren saber qué es Timbre 4, el nombre del grupo y de este teatro de “pequeño formato” que vibra en el último PH de Boedo al 600, que suena extraño en castellano y más aún en francés. “La sala es el fondo de mi propia casa”, confirma Tolcachir lo que algunos escucharon por ahí. “Como todo lo que se origina de la ausencia, surge de la necesidad. Yo no quería tener un teatro, pero necesitábamos un teatro para hacer las obras; entonces corrimos las cosas y lo armamos.” Mientras los franceses intentan captar el sentido de “hacer teatro en el living”, el director avanza sobre esta tendencia que sorprende a los extranjeros. “Esta es la historia de muchos teatros en Buenos Aires, la de la mayoría de las salas que llamamos independientes”. Y cuenta cómo los actores se apropiaron del espacio de esa habitación de su casa armando las luces, atornillando o pintando la sala. “Nunca me hubiera animado a escribir si no fuera por la posibilidad de tener un espacio propio donde arriesgar. El sentido de estos espacios es no esperar que alguien nos llame para trabajar sino generar nuestra propia historia. Estos lugares son como semilleros para desarrollar nuestro oficio”, afirma. Los ojos de algunos hombres y mujeres son como olas que rompen el marco de las cejas. El relato asombra. “No me gusta la escenografía como hecho en sí, sino tomar un espacio y transformarlo: utilizar las paredes reales, las ventanas reales”, aclara. “La sala es un cuadrado de 8 por 8; me la paso moviendo los muebles para encontrar la mejor disposición de la obra.”
Tolcachir plantea que cuando escribe no sabe cómo será la puesta. “Con Tercer cuerpo me preguntaba cómo sería la obra y me decía: ‘que el director se arregle’. Pero cuando tuve que dirigirla, me preguntaba cómo quiere el autor que haga esto”, admite, hablando en tercera persona de su rol como autor. “Voy descubriendo la obra mientras la estoy haciendo, aunque la haya escrito yo.” El enigma a revelar es lo que significa “tercer cuerpo”, cómo funciona el título de esta obra. Después de comentar que sólo se entiende en Buenos Aires porque se refiere a uno de los “cuerpos” de los edificios, dice que el título también alude a la soledad. “Hay mucha gente que trabaja de lo que no quiere, mucha gente perdida, desilusionada, pero en el centro de esos cuerpos siguen latentes esas vidas que no pierden la esperanza de enamorarse, de amar.” El autor de La omisión de la familia Coleman reconoce que le conmueve mucho pensar en el cansancio de la gente que no hace lo que le gusta: “Siempre tengo muy presente la imagen de una mujer que carga bolsas pesadas. Es injusto, es una tragedia enorme, y es más trágico porque ya no nos llama la atención esa gente. Nos parece normal”.
Un hombre cita a Brecht y el distanciamiento, y pregunta por la técnica de actuación. “Después de haber estudiado mucho, creo que la técnica de actuación tiene que ser flexible para que le sirva a cada actor”, precisa Tolcachir. “Lo más importante que tiene el actor es la imaginación. Si el actor ve algo, el espectador también lo ve. La actuación es una intención en relación con la vanidad; buscamos que nada esté por encima de nada, que los actores no estén por encima del texto, que la dirección no esté por encima del texto, que un actor no esté por encima de otro actor; que todo confluya para contar la misma historia.” Tolcachir y su troupe se despiden. El público aplaude. La noche recién comienza en Bayona.
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