Mar 08.12.2009
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TEATRO › MARIO TACCAGNI, AUTOR Y DIRECTOR DE LA CALLAS, UNA MUJER

La diva fuera de las luces

El musical basado en la biografía de la cantante lírica más eminente del siglo XX no se centra en sus logros artísticos, sino en los componentes “de tragedia griega” que tuvo su vida. Actúan Carolina Gómez, Tiki Lovera y Ricardo Bangueses.

› Por Facundo Gari

Maria Anna Cecilia Sophia Kalogeropoulo es un nombre demasiado largo para escribir o pronunciar sin vacilar. Entonces, sus seguidores comenzaron a llamarla Maria Callas (se pronuncia con una l). Luego, La Callas, a secas. Y más tarde, tal vez por la contrariedad de silenciar con el sonido del apellido a la diva del bel canto, fue coronada con la tiara que Claudia Muzio había portado: La Divina. Pero, para ella, la metonimia no significó sólo un cambio de significante sino de significado, y la introspección se volvió un ring de batalla entre sus costados de mujer y artista. En esa lucha está centrado el musical La Callas, una mujer, escrito y dirigido por Mariano Taccagni y musicalizado por Gaby Goldman, que hoy a las 21 tendrá su última función del año en el renovado teatro Apollo (Corrientes 1372). “Ella aceptó su destino sin luchar: el de una mujer exitosa que fracasó en el deseo de tener marido e hijos”, sintetiza el dramaturgo de 36 años, que en la obra además interpreta a un incisivo periodista.

Estrenada en 2005 por encargo de la Embajada de Grecia y reescrita para exhibirla en el ex Lorange, la obra es un repaso biográfico de la soprano estadounidense de origen griego nacida en Nueva York, en 1923, y muerta en París, 54 años después: tal vez, la cantante más eminente del siglo XX. Y aunque se trate de un musical, el énfasis no está puesto en la vida profesional de Callas (la carismática Carolina Gómez), sino en la privada, en las relaciones con su madre Evangelia (Tiki Lovera), su amante Aristóteles Onassis (Ricardo Bangueses), sus allegados y la prensa. “Pusimos en escena la lucha de deseos. No buscamos hacer la mímesis de nadie. Junto con Gaby, decidimos que el personaje no hiciera ópera para que no hubiera comparaciones. Queríamos contar la vida de la mujer, no de la diva”, explica.

–¿Qué lo atrajo de la historia de Maria Callas?

–En realidad, fue una casualidad. La embajada griega, con la que había trabajado en 2004 en Midas rey, me convocó para hacer un nuevo musical con el que se celebraría el Día de Grecia en la Feria del Libro. Tenía ganas de escribir sobre una poetisa que se llama Safo de Lesbos –de ahí viene el adjetivo lesbiana– y no gustó. No quería quedarme sin el laburo, entonces propuse a Maria Callas, aunque no tenía escrito ni medio renglón. Sabía que era un emblema de la lírica, pero ignoraba por qué. La había escuchado cuando estudié canto lírico y, desde entonces, me interesó por lo que representaba para los amantes del género, que al principio la denostaban porque decían que era una actriz que cantaba. De hecho, su gran mérito fue incorporar el histrionismo al arte lírico.

–Precisamente, La Callas... superpone las actuaciones al despliegue escenográfico y el protagónico exclusivo de las voces. ¿Fue producto de la reescritura?

–Trato de contar las historias como si fuera teatro con canciones. Como espectador quisiera que me cuenten una historia clara, que se entienda lo que cantan y desde un punto naturalista. Lo decía Aristóteles en su Poética: la famosa catarsis, cuando el público teme que le pase lo que le sucede al héroe trágico. La espectacularidad y los fuegos artificiales son muy bonitos, pero no son todo. El efecto especial para mí lo tienen la palabra, la actuación y el canto. En la versión anterior, el personaje era muy lavado y el tiempo nos hizo tomar otra perspectiva. Me interesa que la gente conozca la vida de Callas, pero de la mujer: una vida sumamente rica y apasionante, que tiene todos los condimentos de una tragedia griega.

–¿Cómo plasmó esa escisión entre mujer y artista en escena?

–Cuando ella se enfrenta con la prensa se ve a una diva caprichosa porque realmente lo era. Callas fue una mujer muy perseguida por lo que decían los demás. Pero cuando se queda con sus íntimos, aparece la mujer cándida, que necesita afectos, un abrazo al bajar del escenario.

–¿Se puso límites morales para tratar la biografía de Callas?

–Uno tiene que contar lo que tiene ganas. El respeto es bueno, pero se tiene que dejar fluir y expresar. Con Callas, me decían que me había metido con un mito de la lírica. ¡Y hemos hecho Jesucristo Superstar, dejémonos de joder! Era una mujer, no una divinidad. Si uno se pone límites, no se puede crear. Y tanto como la escritura, la lectura es subjetiva. No puedo decir nada si la señora que va al Colón se indigna porque La Callas perdió a su hijo queriendo parirlo antes. De hecho, no espero una lectura. Ofrezco este plato sin objetivo didáctico. El arte tiene que gustar, dar bronca, descomponer... Es comunicación. Y el mensaje, simple o complejo, tiene que ser claro.

–¿Por qué dice que La Callas... habla de los artistas en general?

–Salvadas las diferencias, a todos se nos presenta la misma dicotomía. El escenario es un espacio sagrado, de gran protección. Allí siempre sabés lo que va a pasar, cómo es tu vida, con quién te vas a encontrar, qué conflicto tenés... Estás en el vientre materno. Pero cuando bajás del escenario tenés que enfrentar tu vida, que puede ser muy linda, pero la adrenalina del escenario es irremplazable, así tengas el amor más grande a tu lado. Es algo que no se puede comparar.

–¿Pero es exclusivo de quienes producen obras de arte?

–Puede apasionarte ser contador, aunque no lo puedo entender, pero nada se compara con esta cosa mágica que le sucede al actor en el escenario. Cuando uno actúa aparece algo inmaterial que no es uno ni el personaje, es una conexión –me voy a la mierda al decirlo– con lo divino, con el arte como fuerza creadora, con el don. La Callas no sonaba distinto por la amplitud de su registro, sino por ese algo que tenemos algunos artistas, aunque suene soberbio. Seré bueno, malo, regular, pero siento que lo tengo. Los personajes hablan por mis dedos...

–Trabajó en grandes producciones, tanto nacionales como extranjeras. ¿Cómo ve el panorama local en materia de musicales?

–Creo que a partir de los ‘90 –y cito Drácula porque fue un hito– empezó a abrirse el campo de los musicales, de la creación. Antes de eso, de producción nacional no se hacían tantos porque era un género con treinta años, casi nuevo, y además porque era caro. Y sigue siéndolo. Cualquier cosa que uno emprenda en la Argentina es cara. Sobre todo cuando se tiene un elenco como el de La Callas..., gente que no es conocida para la señora de barrio, pero que actúa de puta madre y que es reconocida en el contexto del musical argentino.

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