Jueves, 18 de marzo de 2010 | Hoy
TEATRO › LA IRA DE DIOS, CICLO TEATRAL EN EL ROJAS
Seis directoras abordan desde distintas perspectivas, en el marco del mes de la mujer, las desgracias que azotan hoy a la humanidad. Enfocan sobre temas diversos, desde la xenofobia hasta la violencia de género, pasando por el “terrorismo informativo” y la soledad urbana.
Por Cecilia Hopkins
En el marco del mes de la mujer, el Centro Cultural Ricardo Rojas (Corrientes 2038) programó el ciclo La ira de Dios. Seis directoras abordan el tema de las plagas bíblicas en sendas obras de su autoría. Susana Villalba, Sol Pérez, Mónica Salerno, Milagros Ferreyra, Ariana Harwicz y Bea Odoriz, junto a un grupo de intérpretes, casi todas mujeres, reflexionan acerca de las nuevas plagas que azotan a la humanidad: xenofobia, violencia de género, soledad urbana, catástrofes debidas al descuido ecológico, explotación, deshumanización tecnológica y sobredimensión de la comunicación mediática e informática. El ciclo se compone de dos partes. Los jueves, se presentan tres obras: La muerte de la primogénita, de Susana Villalba; La inundación, de Mónica Salerno, y La emisaria, de Sol Pérez.
En La muerte... la directora toma el caso de Romina Tejerina, la joven jujeña que apuñaló a su beba sietemesina, producto de una violación, hecho que no fue considerado como un atenuante en el juicio. En la celda donde está cumpliendo su condena, el personaje (interpretado por Soledad Oubiña) monologa sin pausa relacionando fragmentos de la Biblia con la figura de mitos populares. En La inundación, Salerno imaginó a tres mujeres indocumentadas encerradas en un taller de costura, amenazadas por una lluvia sin fin. Actúan Lela Cabrera, Gabriela Pastor y Marina Cáceres. En La emisaria, Sol Pérez creó una metáfora singular al referirse alternadamente a la plaga de las langostas bíblica y el fenómeno de la dependencia derivada de la tecnología. Sus intérpretes son Analía Cabanne y Mora Elizalde. El segundo programa va los viernes: en Diez motivos para la ira de Dios, Milagros Ferreyra habla sobre “el morbo, ese oscuro deleite en ver la exhibición del dolor ajeno, la violencia explícita y el gesto vacío de una sexualidad literal”. Ariana Harwicz, por su parte, en El mal está hecho desarrolla una trama en la que los efectos de una maldición se tornan decisivos. Por último, en Yo Renata, Bea Odoriz habla “acerca del terrorismo informativo de los medios de comunicación”.
A lo largo de dos años de investigación sobre las pestes en el Antiguo y el Nuevo Testamento (ver recuadro), las creadoras hicieron el recuento de los últimos desastres naturales y, junto a los terremotos, aludes, tsunamis e inundaciones, ubicaron a los fenómenos del dengue, las gripes, el HIV, así como también a las guerras y el hambre. “Tal vez Dios esté enojado y la humanidad se encuentre frente a las manifestaciones de su ira”, arriesgan. En una entrevista con este diario, tres de las seis directoras hablan de sus obras y del alcance del ciclo.
–Los desastres naturales y otras “pestes” contemporáneas a las que se refieren son generadas por el propio hombre. ¿Por qué no dejar afuera a Dios, como figura que juzga y castiga?
Sol Pérez: –La ira de Dios puede ser un título ambiguo, no se sabe realmente si es su enojo la causa de todas las desgracias que sufre la humanidad o si simplemente Dios está enojado con nosotros al ser testigo horrorizado de tanta atrocidad provocada por el hombre.
Mónica Salerno: –Dios es excusa para hablar del hombre, en cada una de las obras hablamos de la incidencia del hombre sobre la naturaleza, sobre el cuerpo de la mujer, el hombre como ley, como generador de una sobreinformación que lo agobia y vuelve al mundo más caótico, más fóbico, más represivo.
Susana Villalba: –Yo personalmente no incorporé a Dios, sino a la Iglesia, en tanto cultura represiva que nos atraviesa, sobre todo respecto de las mujeres. Por ejemplo, el relato de la matanza de los primogénitos en la Biblia es cruel y, por lo tanto, es irónico que en nombre de esa Biblia se condene el aborto. Romina Tejerina, entre toda su confusión, es atravesada por la cultura católica, que influyó bastante en su condena.
–Como mujeres agrupadas en torno de este tema, ¿tienen alguna reflexión que hacer a partir de la cual se vislumbre alguna posibilidad de cambio del estado de las cosas?
S. P.: –Así como las plagas atacan en grupo, nosotras nos agrupamos para reflexionar e indagar sobre todos estos temas. De este modo creemos que se exorciza otra plaga de hoy: el individualismo exacerbado. El hecho de ser mujeres nos ubica en un lugar extraño: para algunos los avances de la mujer son de hecho la plaga, lo que desestabiliza. Creo que una igualdad de géneros profunda y verdadera significaría una mayor armonía. Sólo nos queda el arte para esbozar un acercamiento a un tema tan complejo.
M. S.: –Sólo se puede cambiar si hay reflexión y acción.
S. V.: –En algunas cosas se avanzó, en otras parece que siempre es el medioevo. Hacer este teatro es una de las maneras de proponer un cambio.
–En el monólogo del personaje de Romina Tejerina hay muchas metáforas creadas a partir de las plagas bíblicas...
S. V.: –Yo diría que de la Biblia, en general. Entre otras cosas, invertí el culto mariano, porque de alguna manera, el bebé de Romina nació sin “intervención” de mujer, puesto que hubo una violación. Yo creo que el discurso de la religión oficial se reduce a las nociones de sacrificio, sumisión y Dios hecho “hombre”. Y en este monólogo establezco la relación con una Iglesia que avaló la tortura de la última dictadura. Por eso digo que es una gran hipocresía horrorizarse solamente de lo que hizo Romina.
–¿Cómo explica la relación entre la plaga de langostas bíblica y la dependencia del hombre de hoy respecto de la cultura mediática e informática?
S. P.: –Un día mi abuela me relató cómo en el campo, cuando era chica, las langostas invadían todo, el cielo se oscurecía, las ramas del árbol tocaban el suelo por el peso de las langostas dormidas. Me pareció que este relato me servía para hablar de las necesidades impuestas por la cultura mediática. Me abruma tener que estar al día con los mails, con los mensajes, estar hipercomunicada. Evoqué tiempos más simples, menos invasivos, en donde la ausencia era más concreta: cuando el otro no estaba, no estaba. La soledad entonces tenía otro peso y otro significado.
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