Martes, 20 de abril de 2010 | Hoy
TEATRO › XXV FIESTA NACIONAL DEL TEATRO EN LA CIUDAD DE LAS DIAGONALES
Con entradas a precios populares, 32 espectáculos participan del mayor encuentro de la escena independiente del país. Hasta el próximo sábado, se podrán comparar motivaciones temáticas y estéticas vigentes en el teatro que se produce en las diferentes regiones.
Por Cecilia Hopkins
A un promedio de tres obras diarias a sala llena, además de una nutrida grilla de actividades, se está desarrollando en la ciudad de La Plata la Fiesta Nacional del Teatro en su edición número 25. Como todos los años, esta muestra ofrece la oportunidad de comparar las motivaciones temáticas y estéticas vigentes en el teatro que se produce en las diferentes regiones del país. Organizado conjuntamente entre el Instituto Nacional del Teatro, el Instituto Cultural de la Provincia y el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, el encuentro, que finalizará el sábado próximo, tuvo su apertura en el Salón Dorado de la casa de gobierno provincial, con la presencia del gobernador Daniel Scioli (ver recuadro). Treinta y dos espectáculos participan del festival mayor del teatro independiente del país. Representan a las diferentes provincias y a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Las funciones se realizan en la sala Astor Piazzolla del Teatro Argentino de La Plata, la Sala Armando Discépolo de la Comedia de la Provincia, el Coliseo Podestá y las salas A y B del Pasaje Dardo Rocha. Las entradas tienen un valor de 5 pesos.
En la primera jornada se presentó la obra ganadora de la provincia anfitriona: Beatriz, la historia de una mujer inventada, con dirección de Sergio Mercurio. Interpretada por Laura Pagés y un títere de tamaño natural, la obra narra con sensibilidad y humor diversos momentos de la vida de una mujer común y a la vez singular. Danza teatro (el grupo El escote, con dirección de Roxana Grinstein presentó Al ras) y una adaptación teatral de un texto literario (Un rencor vivo, del grupo correntino Germinal versó sobre Pedro Páramo, de Juan Rulfo) fueron las otras propuestas del día. Igualmente variada es la programación de los días siguientes. Con aire de discoteca retro, entre coreografías y play backs, los actores chaqueños de Artistas Unidos lograron instalar en un clima de aparente fiesta el tema de la violencia de género que subyace en Tantalegría, obra del cordobés Gonzalo Marull.
Otra propuesta interesante fue el montaje del grupo tucumano Brillovox de 4.48 Psicosis, obra de la inglesa Sarah Kane. El largo monólogo de una mujer que anuncia su inminente suicidio, harta de las internaciones psiquiátricas y los psicofármacos, fue dirigido por Maximiliano Farber e interpretada por Carolina Villanueva. Deslumbrado por la estructura y musicalidad del texto, el director combinó actuación y sonido en vivo con el video realizado por Alvaro Solís. Con la idea de multiplicar la presencia de la protagonista, en escena se la ve en plena actividad física, vestida de luchadora, en tanto que el video la instala en diversos ambientes naturales intervenidos por una sucesión de imágenes de características surrealistas. “Esta es una obra que pide al espectador que se involucre –dijo Farber a Página/12–, y como no quisimos graficar situaciones de internación pensamos en armar un entramado de sonido e imagen.” De esta manera, el lenguaje formal se impuso a los aspectos temáticos de la obra.
Desde un registro totalmente opuesto por su carácter intimista y su realización artesanal, el actor y director misionero Lucas Pérez Campo presentó Hijos de la oscuridad, de Ramón Provenza. La obra, que cuenta los avatares de un día cualquiera en un pabellón de una cárcel de menores, fue escrita en el taller de dramaturgia de una institución carcelaria de Posadas, cuando el autor tenía 18 años. En su unipersonal, el actor interpreta a ocho adolescentes y un celador, cada uno singularizado por un objeto cotidiano. “Quise valorizar al máximo el detalle –cuenta a este diario– porque creo que un objeto pequeño puede crear un mundo.” Con claras intenciones de denuncia, el joven actor precisó el eje sobre el cual trabajó: “Quise dar a entender que el pabellón es una cárcel pequeña dentro de una cárcel mayor, que es la sociedad: la obra habla sobre el estigma que es para una persona el haber pasado por la cárcel. Un tatuaje es un símbolo que dice que el encierro es para toda la vida”, precisó.
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